El
talento innato para el dibujo fue una espada de dos filos en manos de
Leonardo Rodrigues, el Leo Gordo, hoy más conocido en el Grande Bom
Jardim, como Leo Aerografía. A los 27 años, el joven nacido y criado en
uno de los barrios más pobres de la periferia de Fortaleza conserva
vivos en la memoria, los golpes sufridos cuando siendo todavía un
adolescente, se involucró con una pandilla de grafiteros, que también
pasó a robar y a consumir marihuana, cocaína y mezclado. "Entre los 14
y-15 años, para poder drogarme, comencé a involucrarme con los ladrones
porque veía a aquellos muchachos de la calle con buena ropa, tenis de
marca y bicicleta nueva. Y, como me gustaba dibujar, caminaba con los
grafiteros, a pesar de que tenía miedo a la altura y prefiriese rayar
figuras más pequeñas. Pero me dejé influenciar y también comencé a
vender bagullo [mezcla de drogas]. Me envicié mucho, y cuanto más mal
hacía las cosas, más conocido quedaba en el barrio, y más cosas
equivocadas hacía, para ser aún más conocido. Era un falso poder que
yo pensaba tener", afirma.
Entre los 14 y-15 años, para poder drogarme, comencé a involucrarme con los ladrones porque veía a aquellos muchachos de la calle con buena ropa, tenis de marca y bicicleta nueva
A
los 17 años, Leo fue detenido con un teléfono celular robado en el
bolsillo. "Fui muy castigado, y cuando pasé con un psicólogo y un
trabajador social, me pusieron una medida socio-educativa. Me orientaron
recibir el curso Jóvenes Ambientalistas, en la Barra do Ceará. Y allí
encontré a los maestros de Cufa. Todos muy jóvenes y abiertos a
conversar de igual a igual: con nosotros: Teo, el bad-boy del curso, que
ponía al grupo del Pantanal a bailar break; Preto Zezé, que nos
explicaba el tema ciudadanía, pasando unos videos sobre nuestra favela;
Davi Favela, la fiera del grafiti; y Cristiano, el DJ Doido [Loco], era
encargado de la mesa de sonido y de la Comunidad de la Rima. Como yo
dibujaba, me identificaba más con Davi y quería demostrar lo que sabía.
Me animó desde el principio, me dijo que tenía talento, futuro y tal. Él
dio buenos consejos. Todos ellos me comunicaron mucha confianza. Sólo
que yo era muy joven, con la cabeza medio loca, y seguí haciendo mal
las cosas, a tal punto que me hundí. Pero lo que aprendí con ellos, lo
vine a utilizar más adelante, cuando decidí poner los pies en el suelo",
recuerda.
Antes
de abandonar el crimen, experimentó otros golpes y caídas. A los 19
años, fue encarcelado por asalto y se encontró tras las rejas en la
Unidad Carcelaria Adalberto Barros Leal de Oliveira, más conocida como
"Presidio do Carrapicho" en Caucaia, región metropolitana de Fortaleza.
Allí, el saber dibujar, fue salvaguardia, amuleto de suerte, moneda de
intercambio y garantía de buenas relaciones entre el principiante y una
horda de veteranos orgullosos de sus largas e infames fichas. "Tan
pronto como llegué, vi un dibujo en una pared hecho con tinta negra. Era
feo, algo extraño, pero pregunté a mis conocidos: ¿quién hizo esto?
¿Con qué? Y me dijeron: se hace con una pintura que nosotros hacemos
aquí. Fue entonces cuando conté que sabía dibujar. "¿Tu sabes realmente?
Si, tú no sabes... Pues vas hacer. Cuando recibas tus ropas y
maquinilla de afeitar, pasas la maquinilla de afeitar para acá". Y así
lo hice: entregue la 'presto barba', la quebró, cogió una tapa de
gaseosa, la puso en el suelo, cogió el afeitador lo puso encima de la
tapa y prendió fuego. Luego tomo un envase de comida rápida y lo cubrió.
La maquinilla de afeitar se quemó toda, el envase quedó todo negro, el
raspó el negrumo fijado en el envase, juntando el polvo negro, lo mezclo
con jabón y agua, e hizo la tinta. Luego tomó algunos pelos del cepillo
de dientes, los amorró con hilo y me los dio. Empecé a dibujar ",
detalla.
el saber dibujar, fue salvaguardia, amuleto de suerte, moneda de intercambio y garantía de buenas relaciones entre el principiante y una horda de veteranos orgullosos de sus largas e infames fichas
Resultado: como me llevaba mucho tiempo el dibujar todo aquello, eso, me hizo olvidar las drogas
De
principio a fin de la pena, que duró exactamente cuatro meses, Leo
dibujó en todas las celdas de la "calle A P1 del Carrapicho de Caucaia".
De esta forma, no necesitó involucrarse en ninguna otra demanda
proveniente de lo que llama el "Taller del Diablo". Al contrario.
Admirado por toda la población de la prisión, recibió pedidos a diario y
era pagado con dulces y otras delicias por cada dibujo cuidadosamente
finalizado. "Algunos me dio las fotos de sus niños para que reprodujera.
Otros querían un Jesús, o a la Virgen María, de tal forma, que
frecuenté casi todas las celdas, adornando todas las paredes. Resultado:
como me llevaba mucho tiempo el dibujar todo aquello, eso, me hizo
olvidar las drogas. Yo no consumí nada [de drogas] allí dentro y,
conociendo de cerca aquel lugar de sufrimiento, donde quien se decía mi
amigo, no apareció en los días de visita, me prometí a mí mismo, que,
cuando saliera de allí, no iba a hacer sufrir más a mi madre, que fue la
única que no me abandonó, ella llegó un día al Carrapicho con los pies
sangrantes de tanto caminar, porque no tenía quien le ofreciera un
transporte o que al menos le diese el dinero del pasaje", recuerda.
La
libertad llegó a finales de 2008. Y Leo aún no sabía a ciencia cierta
cómo sobrevivir fuera de la prisión. Dibujar, era la única cosa que
sabía hacer. E incluso sin creer mucho en ese don como posible fuente de
ingresos, fue lo primero que cruzó en su camino. "Un muchacho del
barrio, que era evangélico, quería poner un mensaje bíblico en su casa y
una joven que trabajaba con él, recordó que yo dibujaba bien. Y me
llamó. Pero yo no tenía compresor, ni pintura, ni nada. Le pedí comprar
la pistola y que la descontara del pago por el trabajo. Y dijo que iba a
conseguir un compresor prestado. Me acordé de un amigo que trabajaba en
grafitis, del movimiento hip hop, el Demi. Trabajaba en seguridad
durante el día y, por las tardes grafitaba, este era, uno de sus medios
de vida. Cuando llamé a su puerta, oí una gran cantidad de regaños y
consejos porque sabía él sabía que yo había estado detenido y que
dibujaba bien. Me gustaron sus palabras. Y lo mejor fue cuando dijo:
"Leo, agarra este compresor para ti, yo voy a quedar sin hacer grafitis,
[no importa], me lo devuelves el día en que puedas, ¡Hombre, comienza a
vivir!” Aquello para mí fue demasiado fuerte, decisivo. Hice el
trabajo, [del pago que recibí] sobraron cuatro reales porque la pistola
costó 96, pero a mí me pareció ¡un premio de lotería! Sólo sé que
después de esto, no me faltó trabajo, se tratara de pintar una pequeña
bici, un casco, el muro de la escuela, de la academia, el polideportivo.
Y, hasta el dia de hoy, la demanda [de mi trabajo] sólo aumenta en la
periferia y en Aldeota [barrio de gente acomodada] también, ¿vio?",
expresa con alegría.
Hoy en día, no me veo como un matón, yo era sólo un pobre drogado, porque el poco dinero sucio que agarraba, lo gastaba comprando marihuana y ropa... Ahora, uso esas ropas para limpiar mis pistolas [de pintar]. Prefiero caminar todo sucio de pintura aquí en Bom Jardim
Ser
respetado es la mayor satisfacción que el hoy artista profesional del
grafiti, recibe orgulloso. Conocido en todo el barrio, Leo Aerografía,
que dibuja con spray, pero también es un experto en el uso de las plumas
de 3 mm para cuidar de cada pequeño detalles de los dibujos que realiza
en varias superficies, no siente saudade del "famoso" y "temido" Leo
Gordo, nacido en su época de delincuencia. “Hoy en día, no me veo como
un matón, yo era sólo un pobre drogado, porque el poco dinero sucio que
agarraba, lo gastaba comprando marihuana y ropa, alguna camisa de marca,
unas chinelas y listo, con eso quedaba muerto de feliz. Ahora, uso esas
ropas para limpiar mis pistolas [de pintar]. Prefiero caminar todo
sucio de pintura aquí en Bom Jardim. Las chicas que me encontraban
bonito cuando era un criminal, hoy en día, ni me miran. Y la mayoría de
los que andaban conmigo, han muerto a causa de la delincuencia. He
vuelto a estudiar de nuevo, me he casado, tengo un hijito, vivo bien de
la aerografía [de hacer dibujos] y agradezco mucho a esos señores de la
Cufa. Por la técnica que me enseñaron y por los consejos que me dieron
en aquel momento crítico de la vida. Por eso quiero acercarme al Cufa y
mostrar, a través de mi experiencia, que es posible cambiar y también
ser reconocido por las virtudes y no por el vicio", enfatiza.
La
prueba de que superó cualquier duda, en términos de reconocimiento, Leo
la pasó hace poco tiempo. Fue el día en que los agentes de policía que
rondaban por el barrio, en la oscuridad de la noche no lo identificaron
de inmediato y decidieron interceptarlo, de repente, en medio del
camino, exigiéndole se quede quieto cara a pared y, pase la mochila para
revisión. Antes, le preguntan que llevaba dentro. Tranquilo y distraído
el grafitero responde, "una pintura y dos pistolas". Hubo un susto [en
los agentes]. Pero él, manos en la cabeza, ningún movimiento en falso.
"Fue gracioso porque solo minutos después, me toqué, sobre mis palabras.
Pistola para mí es una herramienta de trabajo, pero no para ellos, por
supuesto. Y cuando quise explicar y pude darme vuelta, finalmente me
reconocieron. Ellos dijeron: "ah, es el pintor, está bien", y nos reímos
mucho mientras yo les explicaba que no había tenido intención de
sorprenderlos con un mis palabras. Quiero decir, que fue uno de los
momentos en que pude ver, como es bueno, ser respetado, incluso por la
policía ", explica.
Y así la droga se fue acercando, a todo mundo allí, como si fuera una familia. Mi apodo ya era famoso y empecé a guardar ocultamente marihuana, cocaína, crack
La
cuerda con muchos nudos ciegos y algunos cabos sueltos que conecta el
grafiti callejero con el uso abusivo de drogas también dio vueltas
desgarradoras en torno de la vida del joven Pedro Henrique Lopes, 28.
Fue con un carbón, crayones de colores o una sola lata de pintura para
cinco, debido la pobreza imperante en el antiguo barrio Pantanal hoy
Planalto Ayrton Senna, que él descubrió el placer fugaz de reinventarse a
sí mismo como Snnep, nombre en código que a lo largo de su
adolescencia, le dio una posición destacada y de cierta gloria, sin
embargo, disminuida en aquel territorio gris de privaciones. "Ahí es
donde conozco el mundo del maligno. Pichar [rayar las paredes u otras
superficies] era mi forma de expresión. Y tenía que hacerlo en todas
partes: en el baño, en el aula... y esto incitaba a otros a rebelarse
también. En esto, tuve contacto con tipos más maduros que ya bebían,
fumaban, olían pega, se drogaban. Y así la droga se fue acercando, a
todo mundo allí, como si fuera una familia. Mi apodo ya era famoso y
empecé a guardar ocultamente marihuana, cocaína, crack. El asunto cayó,
cuando mi madre se enteró y me mandó a vaciar el armario y largarme de
ahí".
La
reprimenda se convirtió agravante. Al ser enviado por su madre soltera a
Quixadá, donde viviría con su abuelo materno, Pedro llegó a convertirse
en el mayor de todos los traficantes entre los jóvenes su edad. [La
situación] "empeoró, porque allá no había [droga] y yo llevé. Tenía
acceso a varias armas, la vigilancia policial era poca, así podía vender
continuamente. Yo andaba en las fiestas, en las baladas, pero Dios
comenzó a cobrar el precio, comenzó a poner en mí, el espíritu de
locura. Yo usaba tanta [droga] que tenía alucinaciones. No tenía la
crisis de sobredosis, pero tenía ataques de ira, de romper cosas,
disparar sin que hubiera un blanco. Vivía encerrado en casa, solo, no
quería que nadie se me acercara. Fue entonces cuando los vecinos
atemorizados llamaron a la policía, que me golpeó mucho. A estas alturas
ya tenía mis 18, 19 años. Y vine de nuevo transferido a Fortaleza,
inauguré la III CPPL [Casa de Privación Provisional de Libertad,
Profesor Clodoaldo Pinto en Itaitinga, Región Metropolitana de
Fortaleza]. Y allí había mucho demonio, ¿vio?", narra a su manera, el
entonces principal acusado, que en la capital, pronto fue detenido en
flagrante por asalto, para terminar en el Instituto Penal Olavo Oliveira
(IPOO).
Fue
en medio de lo que él llama un "barril de pólvora a punto de explotar"
fue que Pedro Henrique "aceptó a Jesús" por medio de un grupo de
internos evangélicos. "Oraba con los hermanos, pero no podía deshacerse
de las drogas dentro de la prisión. Fue ahí que me involucré con los
pesos pesados. Empecé a tomar unas pastillas que yo no debía tomar:
Rivotril, ripinol y estaba altamente ripinado, durante el baño de sol,
iba buscar las "cosas" que lanzaban desde el otro lado del muro. Que yo
ganaba a cambio. Y así fui siendo conocido dentro de la prisión.
Imagínese todo el mundo armado allí dentro, narcotizado, con cocaína y
crack en gran cantidad, los días de visita usted ve a un tipo lanzarla a
otro, delante de todos. Vi todo eso y no quiero ver más ", sentencia.
En medio de seis meses de detención y horror, solo un espejismo, [es vez
una visión buena]: el curso impartido por el artista del grafiti David
Favela, uno de los miembros de la Cufa empeñados en llevar al sistema
penitenciario la cultura hip hop como una forma de expresión, válvula de
escape y alternativa de sobrevivencia en los futuros días de libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario