Julio Bonino, Obispo de Tacuarembó – Rivera, un
hombre bueno comprometido con la Palabra y con su Pueblo
Angel Rocha
Comparto estas reflexiones, frente a la
partida física de nuestro querido hermano Julio Bonino, Obispo de Tacuarembó
Rivera, con quien compartimos muchas de nuestras historias en los recorridos
por los pueblos del interior rural y en particular Tacuarembó.
Julio le gustaba decir que era Obispo de un
pueblo “cuyo nombre no bajó de un barco, sino que ya estaba” porque Tacuarembó
es de nuestros ancestros.
Lo conocía en la década del ochenta, cuando nos
visitó en San José de Carrasco, Canelones, junto con aquel otro grande, Carlos
Parteli, que supo ser Arzobispo de Montevideo, en los momentos duros de la
dictadura en nuestra sociedad, manteniéndose fiel al Evangelio y a su
pueblo, que lo rodeaba,, quien diría que
con los años, Julio ocuparía el lugar que tuvo Parteli en Tacuarembó.
Aprendí con Julio que la Diócesis tenía un
Centro de la Memoria dedicado a rescatar la presencia de las poblaciones afroindígena
en zonas como Caraguatá Las Toscas. Nos invitó a su casa, que estaba abierta
para todo el mundo, a conocer por dentro la realización de la Patria Grande, en
ese momento escribíamos para el
periódico del Pit.Cnt, Trabajo y Utopía.
Lo vimos junto a su pueblo, los trabajadores de
la madera, cuando se cerraba su fuente de trabajo. En una plaza pública, junto
a las organizaciones sociales, decía NO a la baja de la imputabilidad de los
jóvenes. Pero también dijo junto a organizaciones sociales NO a la industria
metalífera en las zonas de Tacuarembó Rivera.
Defensor de la ecología se convirtió en un
difusor de la Laudato Si de Francisco, pero su vida iba unida a lo que trasmitía.
La última vez que nos vimos fue en la reunión de la Articuladora de las
Comunidades Eclesiales de Base en la Ceu en Montevideo.
Allí se trataba de apostar al desarrollo de las
laicas/os como parte del Pueblo de Dios, apostar a la participación de hombres
y mujeres en la construcción de una sociedad más fraterna, como sal y fermento,
junto con los demás.
Siempre me recordó a aquel otro hermano que se
nos fue físicamente, Marcelo Mendiharat, Obispo Emérito de Salto, con quien
aprendimos a caminar en los trilles de la solidaridad.
Las comunidades rurales de tu territorio
pastoral lo recordaran como un hermano que se jugó por todos ellos. Tengo
presente cuando recorrimos la Quebrada de Laureles, con Julio y vecinas,
vecinos de Tacuarembó, buscando capacitar a los pobladores rurales en sus emprendimientos
de servicios turísticos. Al volver de Laureles, nos daba su visión de la capacitación, de la trasmisión de
conocimientos. Había que tener presente -decía- la sabiduría de los que allí
vivían, de sus conocimientos, de lo que podían aportar, partiendo de esas
premisas era que se incorporaban otros saberes. Me hacía recordar a Paulo
Freire.
Alguna vez me dijo que no había quien llegara a
Tacuarembó que no pasara por el Obispado, porque Julio era un referente para
toda la sociedad, más allá de creencias o ideologías. Todos coinciden en decir
que Julio era un hombre bueno, porque en esa bondad estaba su sapiencia de
saber escuchar, aportar, aprender de miradas diferentes.
Habrán muchas lecturas sobre el testimonio de
vida de este Obispo “con olor a ovejas” como dice Francisco, quizás algunas
vean estas líneas como que reducimos la labor de Julio “a los social”, todo lo
contrario, la construcción del Reino, al que aportó mucho Julio, pasa
irremediablemente por todas esas realidades que condicionan y posibilitan
nuestra condición humana, ese es uno de los legados de este Obispo oriundo de
Santa Lucia, Canelones.
Gracias Julio por todo lo que nos diste y nos
comprometiste a seguir caminando en esas direcciones, por una sociedad más
justa, mas plena, más cercana al Reino.
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