2 Cuaresma – C
(Lc 9,28-36) domingo 17 / Mar
/ 2019
ESCUCHAR A JESÚS
Los cristianos
de todos los tiempos se han sentido atraídos por la escena llamada
tradicionalmente «la transfiguración del Señor». Sin embargo, a los que
pertenecemos a la cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el
significado de un relato, redactado con imágenes y recursos literarios, propios
de una «teofanía» o revelación de Dios.
Sin embargo, el
evangelista Lucas ha introducido detalles que nos permiten descubrir con más realismo
el mensaje de un episodio que a muchos les resulta hoy extraño e inverosímil.
Desde el comienzo nos indica que Jesús sube con sus discípulos más cercanos a
lo alto de una montaña sencillamente «para orar», no para contemplar una
transfiguración.
Todo sucede
durante la oración de Jesús: «Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió».
Jesús, recogido profundamente, acoge la presencia de su Padre, y su rostro
cambia. Los discípulos perciben algo de su identidad más profunda y escondida.
Algo que no pueden captar en la vida ordinaria de cada día.
En la vida de
los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y
de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos
que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la
identidad oculta de Jesús. Esta oración es fuente de un conocimiento que no es
posible obtener de los libros.
Lucas dice que
los discípulos apenas se enteran de nada, pues «se caían de sueño» y solo «al
espabilarse», captaron algo. Pedro solo sabe que allí se está muy bien y que
esa experiencia no debería terminar nunca. Lucas dice que «no sabía lo que
decía».
Por eso, la
escena culmina con una voz y mandato solemne. Los discípulos se ven envueltos
en una nube. Se asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo, de
aquella nube sale una voz: «Este es mi Hijo, el escogido. Escuchadle». La
escucha ha de ser la primera actitud de los discípulos.
Los cristianos
de hoy necesitamos urgentemente «interiorizar» nuestra religión si queremos
reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y
gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente
preocupada solo de entender.
Necesitamos
escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser. Todos, predicadores y
pueblo fiel, teólogos y lectores, necesitamos escuchar su Buena Noticia de
Dios, no desde fuera sino desde dentro. Dejar que sus palabras desciendan de
nuestras cabezas hasta el corazón. Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más
contagiosa.
José Antonio
Pagola
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