domingo, 21 de abril de 2019

DETODASPARTESVIENEN. De España. Los cristianos a la hora de votar en España y donde sea. " Lo decisivo es saber y querer votar a quién defiende y garantiza la ley del más debil"


"La religión influye en el voto de todos los votantes, sean o no sean creyentes. Me refiero solamente al caso de España"
"Para los cristianos la cuestión decisiva es saber y querer votar a quien defiende y garantiza la ley del más débil"
"Con más frecuencia de lo que imaginamos, la pretendida neutralidad - de la religión ante la política – no es neutralidad, sino cobardía"
¿Deben las creencias cristianas influir en la decisión que cada cual ha de tomar al emitir su voto en unas elecciones políticas?

Para responder correctamente a esta pregunta, lo primero que se debe tener en cuenta es que la religión influye en el voto de todos los votantes, sean o no sean creyentes, sean o no sean conscientes de que el hecho religioso está influyendo y, en no pocos casos, determinando lo que cada cual elige o rechaza al depositar su papeleta en la urna.
Al decir esto, no emito un juicio universal. Aquí y ahora me refiero solamente al caso de España. Porque, en nuestro país, la religión tiene una presencia de muchos siglos. Y siempre ha influido en los dirigentes políticos y en las decisiones políticas. Unas veces, para bien de la ciudadanía. En otros casos, para mal. Pero el hecho es que la religión nunca ha sido – ni puede ser – neutral o mantenerse al margen de las decisiones que toman los que mandan.
De manera que, con más frecuencia de lo que imaginamos, la pretendida neutralidad - de la religión ante la política – no es neutralidad, sino cobardía, engaño o una toma de posición, que no es posible disimular y, menos aún, camuflar o disfrazar. Por la sencilla razón de que el hecho de no votar o la opción de emitir una papeleta en blanco puede (y suele) ser una de las cosas que más favorecen a determinados partidos o a ciertos intereses políticos. La realidad es así. Nos guste o no nos guste.
Por supuesto, la libertad (que es constitutiva de la democracia) ha de ser respetada siempre. Pero no olvidemos nunca que la democracia (con su inherente libertad) está pensada y tiene que estar al servicio del bien de las personas.
El bien último no puede limitarse a la sola libertad. Una libertad sin justicia puede (y suele) desembocar en la mayor desgracia de un país. Además (y sobre todo) no olvidemos nunca que libertad y justicia han de estar al servicio del mayor bien posible para los ciudadanos. De todos los ciudadanos. La política tiene que ser pensada y gestionada para el mayor bien posible de todos. Siempre respetando la igualdad en dignidad y derechos de todos y para todos.
Ahora bien, la experiencia nos enseña que todo esto no se suele poner en práctica, tal como acabo de indicarlo. Habrá quien diga que este planteamiento es una utopía. Porque lacondición humana no da de sí para pensar y, menos aún, programar una sociedad así. Pues bien, a quien diga eso, le respondo que, si no programamos una sociedad así, entonces tiremos por la borda los Derechos Humanos y optemos por la ley de la selva. Y que se salve el que pueda. Esto, ante todo.
Pero además yo les pediría a todos que no caigamos en la “ingenuidad utópica, que cubre como un velo la percepción de la realidad social”. Y esto, lo mismo en el pensamiento burgués, como en el pensamiento socialista (cf. Franz Hinkelammert). O lo que sería peor:aceptar una sociedad que no produzca más utopías.
Eso sí que sería una desgracia y una ruina total. Porque nos llevaría derechos a la resignación de quienes se ven obligados a vivir siempre entre miserias y mentiras, que a nadie dejan satisfecho. Y es que, en última instancia, donde no hay utopía resulta imposible conocer la realidad.
Termino recordando lo que, a mi juicio, es lo más importante. Hablo de “los cristianos ante las elecciones”.
“Cristianos” somos los que creemos y practicamos (mejor o peor) el “cristianismo”. Pero ocurre que el cristianismo se compone de “religión” y “evangelio”. Como “religión”, el cristianismo necesita lo que todas las religiones necesitan: la mejor relación posible con los poderes políticos, que reconocen a la Iglesia y le conceden privilegios y dinero. Como “evangelio”, desde Jesús hasta el día de hoy, la Iglesia ha estado, como lo estuvo Jesús el Nazareno, de parte de quienes se ven peor tratados por el poder, el capital, los notables de este mundo y las limitaciones propias de la condición humana.
Así las cosas, el problema no está sólo ni principalmente en votar o no votar. Además de eso – y sobre todo– la cuestión determinante está en tener claro a quien votamos. No es un problema político. En su raíz profunda, es un problema humano. Quiero decir: la cuestión decisiva es saber y querer votar a quien defiende y garantiza la ley del más débil.

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