Esa su dignidad, y su exigencia de ser respetada, era su grito callado de cada día, pero que esa mañana subió a su garganta para revelarme que era mucho mayor que su necesidad material. Este hombre es consciente de su dignidad y la cuida resistiendo calladamente día a día en su lucha por ganarse el pan, por no vender su dignidad al duro precio de la necesidad. Él probablemente sufra hambre de pan, a juzgar por su delgadez, pero me ofreció a mí esa mañana un pan ácimo para el camino a recorrer personal y comunitariamente; su actitud nos convoca especialmente a los cristianos a luchar por la dignidad de todos.
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