jueves, 18 de mayo de 2023

JUSTICIA y SOLIDARIDAD.- Gustavo Pereira, profesor titular de Ética y Filosofía en Udelar

  Pereira, profesor titular de Ética y Filosofía en Udelar                                       

     En el último tiempo se vio reaparecer el orgullo uruguayo por su  solidaridad: la desventajosa situación de muchos  despierta la ayuda de buena parte de la sociedad.   Seguramente sentimientos morales como la compasión y la piedad son los que mueven a organizar ollas populares y recolectar víveres para aquellos afectados inmerecidamente y los colocan al borde de lo que ninguna persona debe padecer.    Sin embargo las sociedades democráticas tienen herramienta más potente para esta situación;  la  JUSTICIA.

   Justicia  y  solidaridad son dos conceptos normativos centrales de la vida de las sociedades democráticas.   Ambos conceptos sin embargo, tienen un alcance diferente e implican también compromisos diferentes.  La   JUSTICIA   consiste en otorgarnos mutuamente cargas y beneficios que resultan de la cooperación social, es decir, todos nos beneficiamos y obtenemos ventajas de la vida en sociedad, pero como contraparte de ello debemos de contribuir a esa sociedad-    

   La solidaridad es un concepto con bordes más borrosos que la justicia, pero puede presentársela como el interés en los resultados de las vidas de personas con las que se comparte un círculo de pertenencia, lo que puede ir desde pertenencias familiares,   barriales o comunidades,  a las de mayor alcance como la sociedad o toda la humanidad.     En ambos casos   JUSTICIA  y SOLIDARIDAD implican compromisos con los otros, pero en el primero esos compromisos se convierten en deberes que son garantizados por el Estado, mientras que en el segundo puede ser asimilado a una ayuda voluntaria, algo que no puede ser obligado  o exigido.  La solidaridad nos llama a  actuar en beneficio de aquellos que sufren necesidades inmerecidas por ello es sumamente importante  para la vida social, pero no nos obliga como sí lo hace la justicia; la solidaridad puede cesar por nuestra propia voluntad,  pero  la  justicia no.          Seguramente estas diferencias de alcance hacen que las   gremiales   agropecuarias y muchos   empresarios de nuestro país,  en estos momentos de crisis sanitaria y social,  se sientan muy  cómodos  en el espacio  de la  solidaridad,    pero no en el de la JUSTICIA.  

   Es bastante simple y calma la conciencia  moral  donar, ovejas,   alimentos para  ollas  populares o canastas para los sectores más  vulnerables,   pero es bastante más difícil   asumir una contribución a través de la estructura  impositiva que tiene el país.     Esto también  afecta  a los gobernantes,  quienes invocan a la  solidaridad   a la hora de establecer el impuesto para  el  Fondo Coronavirus,   pero se excusan de usar el término    “JUSTICIA”    porque una medida que afecta  a una parte  y  no  a todos nada tiene que ver con la    justicia,   viola los términos de la cooperación social.        Claramente la justicia tiene  un rostro más adusto que el de la solidaridad,   es mucho más difícil mirarla a la cara y   tiene un peso normativo que pocos pueden soportar.   Con esa dureza fue representada por Gustav Klimt, en el maravilloso mural que realizó  en Viena

 El foco  en la solidaridad que se hace para enfrentar las consecuencias sociales de la pandemia también tiene una consecuencia no deseada;  en la mayoría de los casos se tematiza la acción indudablemente   encomiable    de quienes son solidarios y no los sentimientos de quienes reciben la solidaridad.  Este carácter unilateral de la presentación pública de las acciones solidarias pasa  por  alto  lo que sienten quienes reciben una canasta o tienen que ir a una olla popular en busca de  comida. De esta forma los sentimientos de vergüenza social y también de posible autoestigmatización  quedan  en segundo plano.

   La vergüenza, como toda emoción social, es provocada por creencias que hacen referencia a otras personas,  por lo tanto el surgimiento de esta emoción no depende de quién con la mejor intención ayuda a quienes lo necesitan, sino las creencias que tienen estos últimos sobe lo que la sociedad piensa de los que nos son capaces de lograr su propio sustento.  El impacto que tiene la vergüenza está estrechamente ligado a  las normas sociales que regulan tanto el  carácter como   el comportamiento,  y una sociedad centrada en la ética del trabajo es vergonzante no poder sustentarse a uno mismo y a su familia.     Esta emoción también refuerza los sentimientos de estigmatización que sienten los grupos más vulnerables como sectores sociales que.  no son capaces de asegurar el mínimo indispensable para llevar adelante un plan de vida en forma digna.  En esta situación de incipiente emergencia social nuevamente parece que el rostro adusto de la justicia no puede ser mirado por las instituciones, ya que hacerlo implicaría recibir el mensaje de que la igual dignidad no puede ser retaceada y que el Estado debe cumplir con su obligación de protegerla  en  forma incondicionada.

  Por supuesto que justicia y solidaridad también convergen.  La solidaridad puede dar lugar a la justicia, Es perfectamente posible que lo que se inicia  como intervenciones inspiradas en la solidaridad se conviertan en una regulación institucional de justicia, o que la justificación de muchas políticas públicas institucionalizadas de justicia se asienten en razones de lo que nos debemos por solidaridad, como el Impuesto a la Renta de las Personas Físicas o el Fondo Nacional de Salud.  Sin embargo eso nos e da necesariamente debido a las características indicadas de solidaridad, y es posible disociar   ambos aspectos de nuestra  vida práctica.   En nuestro país, que atraviesa una situación social de creciente vulnerabilidad, no parece exagerado decir que estamos viviendo una explosión de solidaridad que no llega a convertirse   en   justicia.           En una frase inolvidable, JohnRawls, el filósofo más influyente del siglo XX, resumía el verdadero núcleo de las sociedades democráticas diciendo que;  ” la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales”,  de tal manera que si  estas instituciones son injustas  deben ser reformadas  o  abolidas, y que a su vez   “cada persona posee una inviolabilidad  fundada en la justicia que ni siquiera el bienestar en conjunto puede atropellar”   .   En las sociedades democráticas, justicia e igual dignidad  están internamente ligadas; es imposible que una sociedad democrática pueda ser justa si no considera a sus miembros como fines en si mismos, y por lo tanto el diseño de sus instituciones debe estar orientado a asegurar y proteger la  dignidad de sus ciudadanos.   Las situaciones de crisis y emergencias no son la excepción sino todo lo contrario: es en estas circunstancias  cuando  el  rostro   de la  justicia, que Gustav Klimt retrató, debe ser mirado y sostener su mirada debería ser el primer deber de las instituciones.-

   Gustavo Pereira, profesor titular de Ética y Filosofía en Udelar.

 

1 comentario:

  1. Alicia de Sá Torres19 de mayo de 2023, 6:43

    Dos artículos que se complementan: el de Gustavo Pereira y el de Juan José Tamayo. Ambos apuntan a la responsabilidad pública, más allá de las inciativas individuales, que son encomiables, pero no dejan de señalar el rol indelegable del Estado para alcanzar el sagrado don de la justicia. En ese plan entra, por lo tanto, la política. Una política "humanizada", cuya clave es una palabra que nos interpela especialmente a los cristianos: DIGNIDAD.

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