Les saludo a todos ustedes, con quienes iniciamos este camino sinodal.
Me gusta recordar que fue san Pablo VI quien dijo que la Iglesia en Occidente había perdido la idea de la sinodalidad, y por eso había creado la Secretaría para el Sínodo de los Obispos, que ha celebrado tantas reuniones, tantos Sínodos sobre distintos temas.
Pero la expresión de la sinodalidad aún no está madura. Recuerdo que yo era secretario en uno de estos Sínodos, y el cardenal secretario -un buen misionero belga, bueno-, cuando me preparaba para la votación, venía y miraba: «¿Qué estás haciendo?». – «El que se vota mañana» – «¿Qué es? No, eso no se vota» – «Pero mira, es sinodal» – «No, no, eso no se vota». Porque todavía no habíamos adquirido la costumbre de que cada uno debe expresarse libremente. Y así, lentamente, a lo largo de estos casi 60 años, el camino ha ido en esta dirección, y hoy podemos llegar a este Sínodo sobre la sinodalidad.
No es fácil, pero es hermoso, muy hermoso. Un Sínodo que todos los obispos del mundo querían. En la encuesta que se hizo después del Sínodo amazónico, entre todos los obispos del mundo, el segundo lugar de preferencia era éste: la sinodalidad. En primer lugar estaban los sacerdotes, en tercero creo que una cuestión social. Pero [esto estaba] en segundo lugar. Todos los obispos del mundo vieron la necesidad de reflexionar sobre la sinodalidad. ¿Por qué? Porque todos entendieron que la fruta estaba madura para algo así.
Y con ese espíritu empezamos a trabajar hoy. Y me gusta decir que el Sínodo no es un parlamento, es otra cosa; que el Sínodo no es una reunión de amigos para resolver algunas cosas del momento o dar opiniones, es otra cosa. No olvidemos, hermanos, que el protagonista del Sínodo no somos nosotros: es el Espíritu Santo. Y si en medio de nosotros está el Espíritu para guiarnos, será un buen Sínodo. Si en medio de nosotros hay otros caminos para ir por intereses humanos, personales, ideológicos, no será un Sínodo, será una reunión más parlamentaria, que es otra cosa. El Sínodo es un camino que hace el Espíritu Santo. Os hemos entregado unas hojas con textos patrísticos que nos ayudarán en la apertura del Sínodo. Son de San Basilio, que escribió ese hermoso tratado sobre el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque necesitamos comprender esta realidad, que no es fácil.
Cuando, en el 50 aniversario de la creación del Sínodo, los teólogos me prepararon una carta, que firmé, fue un buen paso adelante. Pero ahora tenemos que encontrar la explicación en ese camino. Los protagonistas del Sínodo no somos nosotros, es el Espíritu Santo, y si damos paso al Espíritu Santo, el Sínodo irá bien. Estas fichas sobre San Basilio os han sido entregadas en diferentes idiomas: inglés, francés, portugués y español, para que lo tengáis en vuestras manos. No menciono estos textos, sobre los que luego os pido que reflexionéis y meditéis.
El Espíritu Santo es el protagonista de la vida de la Iglesia: el plan de salvación de la humanidad se realiza por la gracia del Espíritu. Es Él el protagonista. Si no comprendemos esto, seremos como aquellos de los que hablan los Hechos de los Apóstoles: «¿Habéis recibido el Espíritu Santo?». – «¿Qué es el Espíritu Santo? Ni siquiera hemos oído hablar de él» (cf. 19,1-2). Debemos comprender que Él es el protagonista de la vida de la Iglesia, Aquel que la lleva adelante.
El Espíritu Santo desencadena un profundo y variado dinamismo en la comunidad eclesial: el «bullicio» de Pentecostés. Es curioso lo que sucede en Pentecostés: todo estaba bien dispuesto, todo estaba claro… Esa mañana hay bullicio, se hablan todas las lenguas, todo el mundo se entiende… Pero es una variedad que no se acaba de entender lo que significa… Y después, la gran obra del Espíritu Santo: no la unidad, no, la armonía. Él nos une en la armonía, la armonía de todas las diferencias. Si no hay armonía, no hay Espíritu: es Él quien lo hace.
Luego, el tercer texto que puede ayudar: el Espíritu Santo es el compositor armónico de la historia de la salvación. Armonía -tengamos cuidado- no significa «síntesis», sino «vínculo de comunión entre partes disímiles». Si en este Sínodo acabamos con una declaración que es todo lo mismo, todo igual, sin matices, el Espíritu no está, queda fuera. Él hace esa armonía que no es síntesis, es vínculo de comunión entre partes disímiles.
La Iglesia, una única armonía de voces, en muchas voces, realizada por el Espíritu Santo: así es como debemos concebir la Iglesia. Cada comunidad cristiana, cada persona tiene su particularidad, pero estas particularidades deben incluirse en la sinfonía de la Iglesia, y la sinfonía adecuada la hace el Espíritu: nosotros no podemos hacerla. No somos un parlamento, no somos las Naciones Unidas, no, es otra cosa.
El Espíritu Santo es el origen de la concordia entre las Iglesias. Es interesante lo que dice Basilio a sus hermanos obispos: «Así como estimamos vuestra mutua concordia y unidad como un bien nuestro, así también os invitamos a compartir nuestros sufrimientos causados por las divisiones y a no separarnos de vosotros porque estemos lejos por el lugar y la ubicación, sino, porque estamos unidos en comunión según el Espíritu, a acogernos en la armonía de un solo cuerpo.
El Espíritu Santo nos lleva de la mano y nos consuela. La presencia del Espíritu es tan -permítaseme la palabra- casi maternal, como una madre nos conduce, nos da este consuelo. Él es el Consolador, uno de los nombres del Espíritu. La acción consoladora del Espíritu Santo es retratada por el posadero al que se confía el hombre que se ha topado con ladrones (cf. Lc 10,34-35): Basilio interpreta esa parábola del Buen Samaritano y en el posadero ve al Espíritu Santo que permite que la buena voluntad de un hombre y el pecado de otro vayan de manera armoniosa.
Además, el que custodia la Iglesia es el Espíritu Santo. Entonces, el Espíritu Santo tiene un ejercicio paraclético multifacético. Debemos aprender a escuchar las voces del Espíritu: todas son diferentes. Aprender a discernir.
Y luego, el Espíritu es el que hace la Iglesia. Hay un vínculo muy importante entre la Palabra y el Espíritu. Podemos pensar en esto: la Palabra y el Espíritu. La Escritura, la Liturgia, la tradición antigua nos hablan de la «tristeza» del Espíritu Santo, y una de las cosas que más entristecen al Espíritu Santo son las palabras vacías. Palabras vacías, palabras mundanas, y -bajando un poco a cierto hábito humano pero no bueno- la cháchara. La charlatanería es el anti-Espíritu Santo, va en contra. Es una enfermedad muy común entre nosotros. Y las palabras vacías entristecen al Espíritu Santo. «No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con el que fuisteis marcados» (cf. Ef 4,30). Qué gran mal es entristecer al Espíritu Santo de Dios, ¿hace falta decirlo? La murmuración, la murmuración: esto entristece al Espíritu Santo. Es la enfermedad más común en la Iglesia, la murmuración. Y si no dejamos que Él nos cure de esta enfermedad, difícilmente será un buen camino sinodal. Al menos aquí dentro: si no estás de acuerdo con lo que dice ese obispo o esa monja o ese laico de ahí, díselo a la cara. Para eso es un sínodo. Para decir la verdad, no la cháchara por debajo de la mesa.
El Espíritu Santo nos confirma en la fe. Él es quien lo hace siempre….
Estos textos de Basilio, leedlos, están en vuestra lengua, porque creo que nos ayudarán a hacer sitio en nuestros corazones al Espíritu. Repito: esto no es un parlamento, esto no es una reunión para el cuidado pastoral de la Iglesia. Esto es un syn-odos, caminar juntos es el programa. Hemos hecho muchas cosas, como ha dicho Su Eminencia: consultas, todo esto, con el pueblo de Dios. Pero quien lleva esto en la mano, quien guía es el Espíritu Santo. Si Él no está, esto no dará buen resultado.
Insisto en esto: por favor, no contristéis al Espíritu. Y en nuestra teología haced sitio al Espíritu Santo. Y también en este Sínodo, discernir las voces del Espíritu de las que no son del Espíritu, que son mundanas. En mi opinión, la enfermedad más fea que vemos hoy en la Iglesia -siempre, pero también hoy- es la que va contra el Espíritu, es decir, la mundanidad espiritual. Un espíritu, pero no santo: de mundanidad. Cuidado con esto: no sustituyamos al Espíritu Santo con cosas mundanas -incluso buenas-, como el sentido común: esto ayuda, pero el Espíritu va más allá. Debemos aprender a vivir en nuestra Iglesia con el Espíritu Santo. Por favor, reflexionad sobre estos textos de San Basilio, nos ayudarán mucho.
Entonces, quiero decir que en este Sínodo -también para dar espacio al Espíritu Santo- está la prioridad de la escucha, está esta prioridad. Y tenemos que dar un mensaje a los operadores de prensa, a los periodistas, que hacen un trabajo muy hermoso, muy bueno. Tenemos que dar precisamente una comunicación que sea reflejo de esta vida en el Espíritu Santo. Hace falta una ascesis -perdón por hablar así a los periodistas-, un cierto ayuno de la palabra pública para custodiar esto. Y lo que se publique, que sea en este clima. Algunos dirán -lo están diciendo- que los obispos tienen miedo y por eso no quieren que los periodistas digan. No, el trabajo de los periodistas es muy importante. Pero debemos ayudarles a decir esto, esto yendo en el Espíritu. Y más que la prioridad de hablar, está la prioridad de escuchar. Y pido a los periodistas que, por favor, hagan comprender esto a la gente, que sepan que la prioridad es escuchar.
Cuando hubo el Sínodo sobre la familia, hubo una opinión pública, hecha por nuestra mundanidad, de que era para dar la comunión a los divorciados: y así entramos en el Sínodo. Cuando hubo el Sínodo para las Amazonas, hubo opinión pública, presión, de que era para dar viri probati: entramos con esta presión. Ahora hay algunas especulaciones sobre este Sínodo: «¿qué van a hacer?», «tal vez el sacerdocio a las mujeres»…, no sé, estas cosas que dicen fuera. Y dicen tantas veces que los obispos tienen miedo de comunicar lo que está pasando. Por eso os pido, comunicadores, que hagáis bien vuestra función, bien, para que la Iglesia y la gente de buena voluntad -los otros dirán lo que quieran- entiendan que también en la Iglesia existe la prioridad de escuchar. Transmitir esto es muy importante.
Gracias por ayudarnos a todos en esta «pausa» de la Iglesia. La Iglesia ha hecho una pausa, como la hicieron los Apóstoles después del Viernes Santo, aquel Sábado Santo, cerrado, pero aquellos por miedo, no lo hicimos. Pero está en pausa. Es una pausa de toda la Iglesia, escuchando. Este es el mensaje más importante. Gracias por vuestro trabajo, gracias por lo que hacéis. Y les recomiendo, si pueden, lean estas cosas de San Basilio, ayudan mucho. Gracias.
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