En un tiempo en que las comunicaciones parecen haber superado todas las barreras, en un mundo tan interconectado, la condición de muchas personas es la de un profundo aislamiento, por la incapacidad de escucha y de una verdadera comunicación; o la comunicación sirve para un proceso de masificación, en que muchos pierden su identidad y originalidad.
El texto del evangelio de san Marcos nos presenta a Jesús en un territorio pagano, superando las barreras geográficas y religiosas de Israel. La aparente falta de rigor en las indicaciones geográficas tal vez quiere manifestar la intención de Jesús de extender ampliamente su acción en tierra pagana.
Aparece un sordomudo, que llega a Jesús no por su propia iniciativa,
sino llevado por otros. El sordomudo vive una condición de grave aislamiento y
soledad, pero en este evangelio es también un símbolo poderoso de la condición
de un mundo enfermo, discípulos y paganos, que no es capaz de escuchar y
recibir un mensaje de comunión y de vida, encerrado en sí mismo: un mundo de
indiferencia y exclusión, que ni se da cuenta que está pasando Jesús, la vida.
Y por eso incapaz también de transmitir y comunicar a los demás esa pasión por
la vida. Sordo y mudo. Es como una zona muerta de la humanidad, en que se ha
apagado el Espíritu. Y no se mueve en búsqueda de un cambio, porque ni lo
imagina. Le basta el conjunto de intereses que orientan su existencia y
consumen su energía.
Pero sus amigos lo llevan al encuentro con Jesús: buscan su bien, y
colaboran en la misión: “Le pidieron que le impusiera las manos”.
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