UN PEQUEÑO, MUY PEQUEÑO HOMENAJE A UN GRANDE…HASTA SIEMPRE PEPE!
PEPE MUJICA: UN CALEIDOSCOPIO PARA LAS GENERACIONES QUE VENDRÁN
“Medio anarquista” en sus años de liceo, luego “blanco”, aunque por un corto periodo de tiempo.
En los primeros años sesenta, José Mujica fue parte de una parte de la juventud que se conmovió ante las y los trabajadores rurales del norte uruguayo que corrieron el velo de la “Suiza de América”. “No fue Cuba, esos fueron los que crujieron mis huesos”, dijo en alguna ocasión sobre su sindicato y sus marchas incansables sobre Montevideo, lo que para él era lo mismo que recordar el nacimiento del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una experiencia política difícil de catalogar. “La primera guerrilla urbana de América Latina” señalan varios libros, aunque a Mujica le gustaba la síntesis elaborada por el historiador Carlos Real Azúa: “dio en el clavo al decir, no sé dónde, que el MLN no era una guerrilla, sino un movimiento político con armas”, tal como transcribe Campodónico en una de las primeras biografías publicadas sobre él.
En 1985, Mujica recuperó su libertad. Había pasado por la clandestinidad, dos fugas y más de una década de cautiverio (gran parte de ella en condiciones atroces, atravesada en calidad de rehén de la dictadura).
El impactante camino que le esperaba difícilmente pueda comprenderse sin la dirección de esos primeros pasos posteriores a la cárcel: fue parte de aquellos ex presos políticos que salieron prestos a escuchar. Ese fue el objetivo de las “mateadas” por los barrios, que transformaron al MLN y contribuyeron a proyectar su trayectoria política: primer tupamaro en ingresar al parlamento a mediados de la década de 1990, ministro durante el primer gobierno del Frente Amplio encabezado por Tabaré Vázquez en 2005, y presidente de la república entre 2010 y 2015. Su campaña presidencial no pasó desapercibida en nuestro país, “el uruguayo es como un yuyo en Buenos Aires”, decía por entonces en un reportaje publicado en Página 12. Por ello, cuando llegó el momento de “aprontar corazones”, cruzó el río, llenó el Luna Park y cordialmente pidió a la asistencia viajar a votar, “nadando” si era necesario. La consigna de aquella campaña, “el sol sale para todos”, era parte de una firme convicción humanista y comunitaria, como gustaba remarcar.
Convertido en presidente las miradas se depositaron en “el Pepe”, “el presidente más pobre del mundo”, en su chacra y su Volkswagen Fusca, en su hablar campero, en la presencia y la contundencia de su compañera, “la Lucía”; incluso en Manuela, su perra proletaria de tres patas a la que las murgas dedicaron cuplés. Nada de esas cosas de su vida permanecía ajeno a un mirar que, en lo exótico, parecía buscar un mojón, la marca excepcional de una forma de la política que no abundaba.
Si algo hizo de José Mujica un político magnético es que raramente se perdía la oportunidad de incomodar, principalmente a los propios. Fue, sin duda, un incansable alentador de desconciertos, contradicciones y ambigüedades; su palabra no buscaba calmar, se hervía en debates que mantuvieron despiertas, sensibles y activas a las generaciones que sucedieron a la suya. Ni caminos rectos por recorrer, ni legados solemnes que honrar, José Mujica les dejó un caleidoscopio; luz, reflejo y movimiento para interpretar las piezas del tiempo que espera y lo ve llegar.
Fuente: Silvina Merenson – Docente e Investigadora de EIDAES UNSAM – Directora de la Licenciatura en Antropología, en Noticias UnSam (Universidad Nacional de San Martín
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