El problema no es el Papa... el problema es el papado" de José María Castillo en su blog Teología sin censuraAÑO XIII / 9.600 ejemplares
ISSN:
1579-6345
ecleSALia 14 de
febrero de 2013
"PREMIO ALANDAR
2011"
LA RENUNCIA DE
BENEDICTO
XVI
GABRIEL Mª
OTALORA, gabriel.otalora@euskalnet.net
BILBAO
(VIZCAYA).
ECLESALIA, 14/02/13.- En una
Iglesia como la católica que huye de las improvisaciones y de saltarse la
tradición de las normas (la otra Tradición, como ahora expondré, es otra
cosa), vaya si es noticia la dimisión de un Papa. En realidad lo es la de
cualquier dignatario, y desgraciadamente el papa es, junto a otras muchas
dignidades, Jefe de Estado.
¿No es
vitalicio el encargo de ser el sucesor de Pedro? ¿El Papa no acaba su
pontificado cuando se muere? Pues ciertamente que no, y lo que acaba de anunciar
Benedicto XVI tampoco es nuevo. Ya se supo que Juan Pablo II se planteó dimitir como Papa pocos años
antes de morir, pero
al final decidió continuar en el cargo, sin duda presionado
por la curia aunque luego él lo convirtiese en una ofrenda de amor.
Pero no es menos cristiano el
gesto de Benedicto XVI que la opción que eligió Juan Pablo
II. Entre otras cosas porque existe una base legal
que posibilita renunciar al Papa, actualizada precisamente por el propio
Juan Pablo II
en el Código de Derecho
Canónico (1983), y dice así: Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se
requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente,
sin que sea aceptada por nadie.
Pues bien, para
frustración de todos cuantos se habían centrado en esto como algo esencial, el
cargo del Papa no es “ad vitam” (de por vida, pase lo que pase), sino “ad
vitalitem”, es decir, mientras dure la vitalidad, la vida activa, como ocurre en
cualquier otro orden de la
vida. En esto, sin duda que el todavía Papa ha sido original y
valiente.
La pena
de todo esto es que el gran debate va a circunscribirse a la quiebra en la
costumbre del papado como puesto vitalicio, y a especular sobre otras razones
que le habrían llevado a Benedicto XVI a tomar esta novedosa decisión que rompe
una cultura de cientos de años. Mayor es el hombre, y enfermo está; de hecho, ha
comunicado su decisión “por falta de fuerzas”, precisamente en el Día Mundial
del Enfermo, dando a entender que la enfermedad, como me comenta un buen
cristiano, no es sólo participar del dolor de Cristo sino también mantener una
lucidez que nos hace, desde la debilidad en humildad, pasar el testigo en cargos
de responsabilidad a quien lo puede hacer mejor que yo. En su carta de renuncia
lo reconoce: “Para anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto
del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en
mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el
ministerio que me fue encomendado”. Pero junto a estas razones objetivas, los
vientos insalubres que corren por los pasillos del Vaticano, han tenido mucho
que ver con esa laminación del vigor del Papa, para quien esta renuncia también
es una forma de propiciar que corran nuevos aires más acordes con lo que debería
representar el Vaticano.
Lo mejor de esta
renuncia, a mi entender, es que nos desvela -quita el velo-
a una mal entendida tradición en la Iglesia,
centrada en costumbres y atavismos formales que han llegado a tener una
importancia absolutamente desproporcionada e incluso contraria al espíritu y a
las prácticas auspiciadas por el Maestro. La Tradición de los Padres de la
Iglesia es otra cosa, que arranca en los hechos (las mejores
prácticas) de los apóstoles a partir de todo cuanto habían
recibido desde Pentecostés, sobre todo entre los siglos III y VII. Nada que ver
con la tradición
eclesiástica, centrada en la transmisión de usos, devociones,
etc., surgida después de la era apostólica. Y mucho menos aun con las normas
organizativas en la administración de la Iglesia y del propio Estado de la
Cuidad del Vaticano, que en la actualidad sigue siendo un centro de poder que
distorsiona, y de qué manera, el mensaje cristiano. En este sentido, la dimisión
del Papa es una buena noticia como no lo será, sin duda, para buena parte de la
curia romana y sus círculos de influencia.
Que una cosa es la comunidad del pueblo de Dios (Iglesia), y otra,
la iglesia institución, perfectamente adaptable a los tiempos,
aunque las diferentes curias romanas, y las últimas de manera lamentable, han
hecho lo imposible junto a otros estamentos interesados para que ambas realidades se solapen y traten de blindarse
algunas actuaciones nada cristianas (lo de las fianzas del Vaticano da para un
libro). Es más, la curia vaticana actual será uno de los problemas más graves
con los que tendrá que lidiar el nuevo Papa, quien deberá limpiar “la casad mi
Padre” de tantos mercaderes del Templo. Otros lo intentaron ya, pero sin
éxito.
No
podemos mantener por más tiempo la incongruencia de que el
Papa lo es “todo” y nada se mueve sin su consentimiento, pero cuando está
imposibilitado o enfermo, la Iglesia funciona “divinamente” sin necesidad de la
asistencia de su pontífice (en el sentido de ser el primero o el más
importante).
Para algunos, este gesto papal nos abre la puerta a un futuro que
augura más de lo mismo; para otros, entre los que yo me encuentro, es una buena
noticia tanto social como eclesialmente que pone el contrapunto a la decisión de
su antecesor como algo indubitablemente correcto. Una noticia
esperanzadora por lo que quiebra costumbres rígidas pero no sustanciales y
porque abre la puerta a una posible nueva era en la Iglesia. Benedicto XVI es un Papa culto y conocedor del daño que está haciendo el pecado
estructural de este sistema materialista basado en dar rienda suelta a la
codicia, pero nos ha salido demasiado conservador y formalista, lleno de boato e
incapaz de hacerse oír en la denuncia
profética.
A ver si la decisión del Papa nos refresca que la fe madura no se
sustenta en el Papa, sino en Jesucristo y su ejemplo. Afirmaciones como
“sentirse huérfano” en boca de Rouco Varela,
dimensionan equivocadamente el papel del Papa y muestra el peligro que tienen
algunos jerarcas cuando dan mayor importancia a la institución eclesial que al
mensaje de Cristo. No dejó de ser así con el nacional-catolicismo, y no parece
que algunos hayan evolucionado hacia coordenadas más evangélicas. El único
imprescindible es Dios. Larga vida para Joseph Ratzinger.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la
difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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