Felices ustedes, los pobres, porque de
ustedes es el Reino de Dios.
Felices ustedes, los que ahora tienen
hambre, porque serán saciados.
Felices ustedes, los que lloran, porque
reirán.
Felices los que son perseguidos por causa
de la justicia, porque de ustedes es el Reino de Dios.
Lc 6,20-21; Mt 5,10
“Es una utopía pensar que los últimos van a
ser los primeros. Es una utopía imaginarse que los pobres van a ser felices,
que los que lloran van a reír… Y sin embargo, si algo hay claro en el mensaje
de Jesús sobre el Reino, es que ese Reino se hace presente allí donde los
pobres encuentran felicidad, donde los que lloran dejan de sufrir, donde los
que tienen la vida maltratada recuperan su dignidad… Está claro que todo esto
es una utopía. Es la utopía de un mundo y de una convivencia en donde la vida
de los seres humanos se antepone a todo lo demás. Así de simple”.1
El Hermano Carlos de Foucauld se repetía a
sí mismo: ‘En toda acción y momento pregúntate: ¿qué hubiera hecho nuestro
Señor? Y hazlo’.
Nos preguntamos:
¿Qué haría Jesús con respecto a: los
pueblos originarios; los que están en situación de calle; la indiferencia de
las instituciones y de la mayoría de la jerarquía religiosa ante realidades de
injusticia social; las luchas de distintas organizaciones sindicales, sociales,
movimientos feministas entre otras, en
la búsqueda de defensa y conquistas de nuevos derechos?
Un Espíritu constructor de una casa
En comunión con este Espíritu, como pueblos
de América Latina hemos vivido acontecimientos que tienen que ver con nuestra
vida.
El Concilio Vaticano II que trabajó en la
esencia del mensaje de Jesús, el “Espíritu/viento” que entró en ese encuentro
ecuménico, generó el encuentro de los Obispos del Tercer Mundo que se reunieron
en las catacumbas y elaboraron su palabra que tuvo en el centro a los pobres
(16 de noviembre de 1965):
El Pacto tiene trece cláusulas por las
cuales los firmantes se comprometen a llevar una vida sencilla y sin
posesiones, "según el modo ordinario de nuestra población", rechazar
los símbolos, títulos y privilegios de poder, no participar de agasajos ni
banquetes organizados por los poderosos, transformar la “beneficencia” en
"obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en
cuenta a todos y a todas", dando prioridad a los "pobres" y
"personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y
subdesarrollados", para impulsar el "advenimiento de otro orden
social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios".
Mediante el Pacto los firmantes se
propusieron también llevar adelante una acción pastoral que
constituya un "verdadero servicio", apoyada en cuatro principios: que
nuestro ministerio constituya un verdadero servicio; así “revisar nuestra vida”,
animadores antes que jefes, humanos y acogedores y "abiertos a todos, sea
cual sea su religión". ( En esos encuentros trabajó Dn. Carlos PARTELI)
En Medellín (1968), Colombia, ese Espíritu
fue encarnándose más, y ese encuentro inaugurado por Pablo VI, que significó el
primer viaje de un Papa desde el centro, Roma, a la periferia, nuestra América
Latina, tuvo por vez primera la palabra Comunidades Cristianas de Base.
Ese Espíritu significó también el “giro”
del que preside la eucaristía, de estar de espaldas al pueblo bendiciendo el
pan y el vino, a mirar de frente a ese pueblo, hablarle en su idioma, cantar
con su música.
Ese Espíritu que se fue construyendo en
nuestro continente sobre el cimiento de Jesús, tiene también en su fundamento a
nuestros mártires, que en América Latina son testigos fieles de ese Espíritu
sobre las que nosotras y nosotros seguimos construyendo esa casa grande, desde
los pobres a todos, y haciendo Memoria, Verdad y Justicia.
“Si vamos a los orígenes del cristianismo,
lo que descubriremos es que el lenguaje utilizado por Jesús de Nazaret no fue
dogmático: Jesús no definió ningún dogma, ni habló con la rotundidad con que
siglos después habló el magisterio eclesiástico, desde el Concilio de Nicea
hasta el Vaticano I. Su lenguaje fue simbólico, parabólico, metafórico,
imaginativo, coloquial, creativo, abierto, y por tanto, polisémico. Un lenguaje
vinculado al mundo rural, que era su entorno natural, donde no cabían
afirmaciones doctrinales absolutas”.2
Después de la pandemia vivida a nivel
mundial, que fue un “signo de los tiempos” que obligó a cerrar los templos y
generó nuevas formas de comunicación y celebración comunitarias a través de las
redes sociales que nos posibilitaron el encuentro y la bendición del pan y el
vino en nuestras casas, más allá de las distancias y fronteras se recrearon
lugares de reunión comunitaria venciendo el aislamiento obligatorio. Estas
nuevas formas, luego, se sumaron a la presencialidad y enriquecieron la
comunicación y las relaciones humanas.
La pandemia también generó con sus
consecuencias, el que pusiéramos nuestra mirada a las y los trabajadores del
campo de la salud en su lucha cotidiana, haciéndonos revalorizar el lugar
central de esta actividad y también fue un freno a un sistema capitalista que
tuvo que aminorar su producción irracional y que posibilitó una regeneración de
la naturaleza, de la capa de ozono, de limpieza de ríos y mares, entre otras
muchas cosas, que nos hicieron ver que entre esta lucha de capitalismo o vida
avanzó la vida, y podemos comprender a nuestras culturas originarias que
consideran a la naturaleza como “sujeto de derechos”.3
Nuestra realidad post pandemia nos tiene
que hacer ver que esta contradicción imposible no tiene salida para la vida si
triunfa el capitalismo, que es un sistema de muerte4.
Enfatizamos la necesidad de fortalecer el
trabajo que se oriente a la defensa de la dignidad humana, “Porque donde dos o
tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (comunidad
de Mateo 18,15-20). Por lo tanto es fundamental acompañar las comunidades cristianas
de base en sus territorios y redes, reunidas en sus casas compartiendo la vida
y la fe.
Como pueblos de América Latina tenemos
realidades en común y nos preguntamos:
¿Se puede ser fraternidad sin hacer memoria
de lo que significaron el Concilio Vaticano II y Medellín?
¿Se puede ser una CEB sin hacer memoria de
nuestros mártires?
¿Se puede ser una CEB sin unir nuestra fe
con la política?
¿Podemos como CEB votar a alguien que
promueva el odio o menosprecie a los más pobres?
¿Se puede participar en una CEB sin tener
una actitud profética y liberadora?
¿Se puede vivir en una CEB predicando la
resignación y con una actitud de omisión y silencio ante las injusticias
sociales?
Citas
1
Palabras del teólogo José María Castillo.
2
Palabras de Juan José Tamayo en Religión Digital.
3 “La
Pachamama y el humano” de Eugenio Raúl Zaffaroni.
4
Intervención del Presidente Gustavo Petro en la clausura de la “Cumbre de los
Pueblos” en Bruselas, 18 de julio de 2023:
https://www.youtube.com/watch?v=WjS0WOQzX8w