condolencia
Un
abrazo de comunión por la desaparición de nuestra hermana Graciela, en primer
lugar, para ti, Osvaldo y para toda tu familia. Comprendo y comparto vuestro
dolor por lo que ha supuesto la "desaparición" de una gran
esposa, de una gran madre, de una abuela ejemplar. De todos modos, estoy seguro
que daréis gracias a Dios por el don que os ha concedido y del que habéis gozado
durante tantos años. Quiero decirte, Osvaldo, que, al enterarme de su pascua,
la he encomendado al Señor en varias Eucaristías; y la seguiré
encomendando.
Un
abrazo de comunión en el dolor por su "desaparición" para todos los
hermanos de su familia espiritual, la comunidad de San Felipe y Santiago, que
ha perdido una verdadera hermana. He dicho por su "desaparición",
porque no se ha ido; ha desaparecido a nuestros sentidos; goza de la
"visión" de la Familia Divina y de la de los que la precedieron, pero
se ha ocultado a la nuestra. Esto provoca en nosotros un doble sentimiento,
como dice san Agustín que provocó en él, en un primer momento, la muerte de su
madre, santa Mónica; por una parte sentimiento de alegría por su llegada a la
casa del Padre, su gran anhelo; pero, cuando volvió de su entierro y se dio
cuenta de lo que le faltaba, su presencia confortadora, se echó a llorar profundamente.
Este es nuestro caso.
Me
identifico enteramente con la imagen de ella que me habéis enviado en vuestro
correo. Doy gracias a Dios por lo que aprendí de ella. Me entusiasmaba su fervor por el rejuvenecimiento de la Iglesia, que se manifestaba en su
fidelidad inquebrantable a la iglesia de carne y hueso de la que era miembro
vivo, la comunidad de San Felipe y Santiago. Me resultaba admirable por su gran
humanidad y disponibilidad samaritana. Era patente su gran sinceridad. Me
alegraban sus mensajes tan humanos de los correos que me enviaba.
Si,
como ella me confesaba, la ayudé, sobre todo en la última etapa de la vida, a
crecer en la vivencia intensa de su fidelidad a Jesús en la convivencia con los
demás, me alegro sumamente. Os felicito por vuestra fraternidad, por lo que la
ayudasteis en su vida cristiana y humana. ¡Qué gran regalo de Dios es la
comunidad! La vida tiene que seguir, naturalmente, pero tiene que seguir
"in crescendo", impulsados por la esperanza cristiana. Hay que recordar
y vivir cada vez más hondamente la consigna de Pablo: "Que la esperanza
os mantenga alegres" (Rm 12,12). Como recordaba el nieto de Graciela,
hay que recordarla como un motivo de alegría, pero también de estímulo.
Besos y
abrazos de comunión para todos los hermanos, empezando naturalmente, por
Osvaldo y familia, de vuestro hermano y amigo Atilano