domingo, 10 de marzo de 2013

JUANJO, reflexiona La Palabra de HOY

DESDE LAMBARÉ, Paraguay, JUANJO REFLEXIONA CON NOSOTROS...
La misericordia del Padre…4º. Domingo de cuaresma (Lc 15, 1-3, 11-32)
No creo que sea posible escribir algo nuevo sobre este evangelio de Jesús: la Parábola del hijo pródigo, o del padre misericordioso…o de los dos hermanos, como prefieren otros…Pero sí nos da la oportunidad de entretenernos y admirar una vez más al Dios de Jesús.

En la vida de cada uno de nosotros, pasamos con respecto a nuestros padres, por diversos momentos: el de la dependencia infantil, la rebeldía juvenil, hasta que un día, cuando nos vamos asentando, reconocemos un lugar de su presencia que va más allá de los detalles, o mejor…descubrimos en los detalles cosas insospechadas, que antes se nos había pasado por alto. Y entonces, sopesamos las cosas, valoramos lo importante: gestos que antes veíamos como simples sucesos, van tomando unidad, y más allá de sus múltiples sombras, encontramos un entramado de entrega, preocupación, amor…
Posiblemente con Dios nos pase lo mismo, como a este hijo del evangelio de Lucas. Le pide lo “suyo”, se “independiza”, prescinde de él, hace su vida…Este salir de sí llegó lejos; hasta sentir la vergüenza de estar mal, en contacto con lo más despreciado, en una condición infrahumana, de hambre y necesidad…
Y allí se da cuenta de lo lejos que llegó: se había perdido, se había vaciado, había perdido su identidad de hijo…estaba mal. Y por eso decide volver: no fue el amor a su padre que quedó, a su familia que lo extrañaría…sino la necesidad, un grito de su corazón: eso no era vida. No era posible seguir así.
Y el Padre lo recibió con el corazón renovado en amor y misericordia: lo abrazó, sin preguntarle dónde había estado ni qué había hecho. Es que estaba vivo y eso es lo importante. Cuando nosotros preparamos las palabras para acercarnos a Dios, él nos gana con su abrazo, para decirnos que su amor es más grande, que no son necesarias las explicaciones, que hay otra lógica de la vida, distinta al comercio de te doy y me das, sino que gozo amándote, y redoblo mi apuesta por ti…
El amor de Dios nos gana, no en sentido de que vence (esto también es verdad), sino que nos gana el corazón, nos gana de mano, nos gana sin apelaciones…porque un amor así es de Dios. Y lo viven quienes son de Dios, que gracias a Dios hay muchos en este mundo. Personas que son creaturas nuevas en Cristo como dice la lectura de San Pablo.
Y para nosotros que experimentamos la mezquindad, como el hermano mayor, que en lugar de alegrarse se pone celoso, saber que sólo Dios, el Dios de Jesús, da amplitud de corazón, de comprensión sin igual. Qué bueno poder experimentar esto en la vida de encuentro de los hermanos en las comunidades, y celebrar que Dios nos reconcilia en Jesús, y así como conduce a su pueblo a la tierra prometida, es capaz de hacernos dar pasos, y superar prepotencias, idolatrías de nuestro yo, y llenarnos, aunque sea con dificultades, del amor inmenso, gratuito, único de Dios.
Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo –por gracia habéis sido salvados- y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef 2,4-6).

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