No meramente recordando lo que sucedió cuando Jesús andaba por el mundo. Sino actualizando lo que ocurrió entonces.Es decir, la liturgia tiene que celebrarse de tal manera que se haga presente, en lo que vivimos ahora, lo que Jesús vivió, hizo y decidió cuando estaba en esta vida. Concretamente lo que ocurrió la noche aquella en que cenó, por última vez, con el grupo de personas que le acompañaron y compartieron lo que él vivió y cómo lo vivió. En aquella ocasión, Jesús dijo: ‘Haced esto en recuerdo mío’ (1 Cor 11, 24. 25; Lc 22, 19). Lo cual quería decir: ‘Haced esto para que me tengáis presente’.
¿Qué quiso decir Jesús cuando afirmó en la Cena: “Haced esto en memoria de mí”?
No se refería simplemente a repetir lo que llamamos ahora ‘las palabras de la consagración’. Porque esta referencia al recuerdo o memoria (anamnêsis) lo introdujo san Pablo (1 Cor 11, 24. 25), del que depende el relato de Lucas (22, 19), para motivar a la comunidad de Corinto, al decirles a aquellos cristianos que lo que ellos hacían – y tal como lo hacían -, en realidad aquello ya no era la Cena del Señor. Literalmente: ‘eso ya no es comer la Cena del Señor’ (“oúk éstin kyriakòn deipnon phagein”) (1 Cor 11, 20). O sea, en Corinto, realizando exactamente el rito, realmente no celebraban la eucaristía. ¿Por qué? Porque la comunidad de Corinto estaba dividida. No por ideas teológicas, sino por la forma de vida que llevaban. Concretamente, porque allí había ricos y pobres. Y cuando se reunían para la eucaristía, los ricos comían hasta emborracharse, mientras que los pobres se quedaban con hambre (1 Cor 11, 21).
Es decir, lo que pasaba en Corinto es que allí se repetían las palabras del Señor, pero allí no había una comunidad unida en la que quienes tenían dinero y comida lo compartían con los demás. Cada cual iba a lo suyo. Y Pablo afirma: donde hay división entre ricos y pobres, por mucho y muy bien que se repitan las palabras de Jesús, en realidad la memoria de Jesús está ausente. No se recuerda a Jesús. En esas condiciones, se dirá misa, pero allí no está Jesús.
Conclusión: la Eucaristía no consiste en ‘decir misa’, observando exactamente lo que manda la Sagrada Congregación de Ritos (o del Culto divino). Se puede hacer eso y no celebrar la Cena que quiso Jesús. Y tal como la quiso Jesús: haciéndonos esclavos unos de otros (Jn 13, 12-15), queriéndonos unos a otros, como él nos quiso (Jn 13, 33-35), mojando todos en el mismo plato, como él lo hizo (Jn 13, 20). Celebrar la Eucaristía no es repetir literalmente un ‘ritual’. Eso es una misa que nos tranquiliza (incluso nos da devoción). Pero eso no es lo que instituyó y quiso Jesús: el ‘recuerdo peligroso’ (J. B. Metz, La Fe en la historia y en la sociedad, Madrid, Cristiandad, 1979), que hace actual la subversión de esos presuntos valores que se sostienen repitiendo los ritos.
Lo que instituyó Jesús fue un ‘proyecto de vida‘, que se expresa simbólicamente y que hace presente la persona y la vida de Jesús, en nuestras vidas y en nuestra sociedad. El día que resulte más ‘peligroso’ ir a misa que acudir a una manifestación, ese día empezará a ser cierto que celebramos la Cena del Señor, en la que los cristianos vivimos la presencia, en el recuerdo vivo, de aquel Jesús que aceptó la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado.
Entonces será cierto y la gente palpará que la misa no es un mero ‘rito’, sino un ‘recuerdo peligroso’.
+José María Castillo – Teólogo