miércoles, 6 de marzo de 2013

OPINIÓN. José Arocena, Vice-rector Universidad Católica del Uruguay.


FRAGMENTO DEL COMENTARIO DE JOSE AROCENA.- (renuncia -elección)
El papado deberá dejar de ser algo muy parecido a una monarquía, cuya cabeza es electa por un grupo de “príncipes”. Es inaceptable que la Iglesia esté gobernada por una suerte de rey sostenido por eso que se llama “príncipes de la Iglesia ”, es decir por los cardenales. La Iglesia no debe tener un jefe, mucho menos un rey. El único referente de los cristianos es Jesús, que no pretendió ejercer ninguna magistratura en este mundo.
Alguien dirá que se necesita alguna forma de organización para poder convivir. Es cierto, pero a la luz del Evangelio parece muy claro que esa forma de convivencia no es la actual. Si el papado toma la iniciativa de revisar las estructuras caducas de la Iglesia , sin duda habrá miles de personas, miles de comunidades que apoyarán la iniciativa y que de una u otra forma, colaborarán en la búsqueda de una organización más acorde con nuestro tiempo. Se necesitaría una organización mucho más representativa de la totalidad de las iglesias esparcidas por el planeta. Si las autoridades centrales de la Iglesia no se abren a un debate de esta naturaleza, de todas maneras, las iglesias particulares en todo el mundo están ya en camino de llevar adelante una profunda reflexión sobre estos temas.
No hay que dudar de la fidelidad al Evangelio de miles y millones de cristianos dispuestos a abrir las ventanas y dejar que entre el aire fresco. Una gran apertura al Pueblo de Dios es lo que se necesita para salir de la esclerosis e interpretar los signos de los tiempos. A veces se han mencionado los miedos a un tipo de funcionamiento más democrático, imaginando que se crearían organizaciones parecidas a los partidos políticos. Estos temores reflejan una mentalidad que se guía solamente por el acceso al poder. Cuando hablamos de nuevas formas de convivencia, no estamos refiriéndonos a disputas políticas por el poder, sino a ser capaces de escucharnos unos a otros y de resolver los problemas aplicando la inagotable sabiduría de la palabra de Jesús expresada en los Evangelios. Como en toda organización humana habrá mecanismos de poder, pero sería deseable que fueran bastante más positivos y más representativos, que las sórdidas intrigas palaciegas que hoy recorren el Vaticano y que terminan por influir decisivamente en la elección del Papa.
Nos preguntamos si hay que esperar algo del futuro Cónclave. Si algo puede fundamentar nuestra esperanza, será que esta señal que fue la renuncia de Benedicto XVI, sirva para abrir los ojos y los oídos de quienes se encargan hoy del gobierno de la Iglesia. Más allá de muchas de las orientaciones temerosas y conservadoras impartidas por el Papa renunciante, es necesario reconocer que este acto de dimisión tiene el valor de destapar las lógicas debilidades humanas de cualquier gobernante o de cualquier sistema humano de gobierno. Dejemos de hablar de una especie de magia del Espíritu Santo que sirve para cubrir ambiciones y negociaciones muy humanas. Las formas humanas son siempre defectuosas, lo único que podemos hacer es intentar mejorarlas y hacerlas más adecuadas a la misión para la que fueron concebidas.
Es en este sentido que el Pueblo de Dios debe tener una palabra en cada uno de los rincones de la Tierra. Confiar en la presencia del Espíritu significa entre otras cosas, no tener miedo a las múltiples formas de expresión del pueblo cristiano. No es posible encerrar el Espíritu entre las paredes de la Capilla Sixtina. Es exactamente al revés: “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20). Esos dos o tres se reúnen en nombre de Jesús en las grandes ciudades, en los campos, en los desiertos, en las montañas o junto al mar. No hay paredes que guarden extraños secretos y opacas decisiones, que protejan maniobras o que permitan creerse dueños de las conciencias.
Es cierto que está muy trabada la posibilidad de un cambio en la Iglesia. Es cierto que hay muchos intereses que tratarán de impedir que las transformaciones se produzcan. Las estructuras burocráticas como las de la Iglesia tienden a protegerse contra toda amenaza que ponga en peligro los mecanismos de poder establecidos o que cuestione la legitimidad de los cargos. Si en el nuevo Papa hubiera una voluntad auténtica de cambiar, tendrá que proceder generando nuevos apoyos que no podrán ser los de la Curia Romana. Será seguramente en la pluralidad de las iglesias particulares donde encontrará muchos grupos de cristianos dispuestos a contribuir con una tarea que es sin duda de enormes dimensiones. Ojalá sea posible comenzar a transitar por ese camino. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
RESEÑA BIOGRAFICA        ( al final de su Conferencia sobre el tema “ Centralización y deslocalización: la búsqueda de alternativas” )                                http://cdi.mecon.gov.ar/biblio/docelec/clad/cong6/8nov/98/arocena.pdf
 
José Arocena      Doctor en Sociología (Paris)
Vicerrector Académico de la Universidad Católica del Uruguay
Investigador en el CLAEH.
Investigador en el LSCI-CNRS, Paris, hasta 1987.


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