Misterio de amor…nuestro Dios
(Domingo de la Santísima Trinidad).
Desde niños muchos hemos sido
formados en la fe, fuimos aprendiendo el nombre de Dios, con el cariño y amor de
nuestros seres queridos, y así poco a poco, entre rezos y vida, este Dios se fue
instalando en nuestro corazón, como Alguien vivo, siempre presente, dador de
sentido…
A veces nos detenemos a reflexionar
sobre El pero las más de las veces, El está presente, recibido, acogido,
conocido, como parte constitutiva de nuestro ser…
Pero como somos seres capaces de
pensar y razonar, vamos también, si nos damos la oportunidad (catequesis,
reflexión, lectura de la Biblia, etc.), conociendo y reconociendo a este
Alguien…Así como nos sucede en las relaciones amicales, amorosas, profundas, que
tenemos en la vida. Nunca terminamos de conocer, aún cuando el ser que amamos ya
no está…
Y mucho podemos saber de alguien en
la medida que interviene en nuestras vidas, llega un día, se instala…y no se va
más. Así pasa con el Dios cristiano, que eterno y lleno de sabiduría, sin
embargo viene al encuentro de su creación amada, en Jesús. ¿Para qué viene? Para
manifestar su amor, para manifestarse como amor, para llenar de amor la
creación...
Si en el mundo, a pesar de las
divisiones y guerras y violencias, sigue la vida es porque hay un sello secreto,
profundo y misterioso, de vida de Dios en todo: y Dios es AMOR, comunión,
encuentro…Nada apaga esa corriente de vida.
De esto nos habla la venida de Jesús,
su Palabra iluminadora, su vida que es camino, verdad y vida para la humanidad.
Su pasar por el mundo es luz que ilumina el ayer, el presente y el futuro de la
humanidad. En su Persona, la del Hijo de Dios nacido de María, se concentra y se
concreta de una manera clara y significativa el amor eterno de Dios Padre, su
proyecto de vida para la humanidad, varones y mujeres, de todas las razas y
lenguas, de ayer de hoy y de siempre…
Y lo que hace presente a este Jesús
para todos los tiempos y lugares es la presencia de su Espíritu, derramado por
El para que comprendamos todo, para que su palabra no nos resulte lejana, para
que la recibamos y hagamos vida, no sólo por nuestros esfuerzos, siempre
frágiles, sino porque su Espíritu nos permite vivirlas.
Y así Dios, en su eternidad, en la
profundidad de su misterio, en su trascendencia (El es Dios), está palpitando en
nosotros, moviendo la humanidad y la creación, divinizándolo con su
amor.
¿Qué es creer sino abrirnos a ese
AMOR de Dios, infinito, misterioso, grande, transformador? ¿Qué es creer sino
vivir la comunión como Dios, en amistad, en familia, en comunidad? ¿Qué es creer
sino testimoniar con signos que somos cercanos a cada hermano/a, porque la vida
va más allá de la carne y la sangre, y la vida de Dios despierta solidaridades,
acercamientos, compromisos con todos/as?
La Eucaristía en el día del Señor es
una muestra del Dios que es amor y congrega y crea la comunión y la solidaridad,
desde el corazón, pero no sólo con buenas intenciones, sino en una multitud de
iniciativas que engendran vida. Amén.
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