Los obispos españoles han conseguido un “éxito” apostólico (¡?) que no resulta fácil de interpretar y más difícil de explicar. La asignatura de religión, en los planes de enseñanza, será una asignatura que se evaluará con nota, como se hace con cualquier otra asignatura, las matemáticas, pongamos por caso. ¡Pobre Religión!
¡Para lo que ha quedado el Evangelio! Por supuesto, así los obispos se quedan tranquilos. Y tienen la seguridad de que quien no aprenda religión, se verá reprobado. ¿Para tener que vérselas con Dios y con su conciencia? No. Con el profesor, en septiembre.
Los obispos españoles se pueden sentir orgullosos de lo que han conseguido. Lo que llama la atención es que, utilizando ese procedimiento, que consiste en “rebajar el Evangelio”a simple asignatura curricular, lo que hasta ahora se ha logrado es una juventud que, en una mayoría porcentual impresionante, no quiere saber nada ni de obispos, ni de Iglesia, ni de religión, ni posiblemente de Dios tampoco. Pues bien, así las cosas, lo notable es que, en lugar de preguntarse si lo que enseñan es lo que enseñaba Jesús, lo que enseñó la Iglesia naciente que evangelizó por todo el mundo, eso es lo que se enseña en la asignatura que nuestro ministro de educación y ciencia va a imponer como aprendizaje obligatorio.
No se han enterado que su misión es, ante todo, transmitir el Evangelio. Eso es lo que hizo Jesús, según consta en los evangelios. Y, por lo que en ellos se relata, Jesús no suspendió a nadie, ni a los paganos, ni a los samaritanos, ni a los pecadores, ni a los publicanos, ni a las prostitutas. Porque Jesús vio que el Evangelio no se enseña cateando a los malos alumnos, sino mediante la bondad con todos. ¿Eso cabe en un plan de estudios? No, por supuesto. Y es que, hablando con sinceridad, la impresión que uno tiene es que lo que los obispos son incapaces de enseñar con su vida ejemplar y evangélica, lo que los cristianos todos no trasmitimos a las nuevas generaciones, se lo imponemos mediante suspensos en la escuela. Y así nos quedamos tranquilos. No, por favor. No nos engañemos. Ni engañemos a la gente. Ya sé que los obispos no lo hacen por deseo de engañar.
Y es que, si la cosa se piensa despacio, uno se da cuenta de que el problema no está en los obispos. El problema está en la teología que sustenta y fundamenta un procedimiento que sirve para degradar el Evangelio (y la Revelación de Dios) a una asignatura más. Una más. Ni más ni menos. ¿Para esto Dios se hizo hombre? El Evangelio no debieron escribirlo los evangelistas. Debieron escribirlo unos científicos, unos historiadores, unos sociólogos…. Entonces, a lo mejor, la decisión de los obispos tendría sentido. Sin desmerecer de científicos, ni de los historiadores, ni de los sociólogos, ni de nadie….
Es que el Evangelio de Jesús es otra cuestión, que plantea otros problemas y se enseña mediante otros procedimientos. Pero eso es más duro y mas exigente que conseguir del Gobierno un decreto que se impone por ley. Sobre todo, si es el propio Gobierno, o sea todos los ciudadanos, quien les paga a los profesores de la dichosa asignatura. No es fácil incurrir en tantos despropósitos en una sola decisión.
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