lunes, 20 de enero de 2014

REFLEXIÓN de JUANJOSE CHAPARRO. cmf.

“Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…” (Juan 1,29-34)
Si el Papa Francisco llama la atención al mundo es porque es un hombre de Dios, que tiene muchos gestos según el Evangelio de Jesús, y trata de volver siempre a Él, y busca que la Iglesia vuelva a Jesús: en su sencillez, en su cercanía, atención y comunicación con la gente, etc. Alguna vez en la plaza San Pedro decía: “No Francisco, Francisco…sino Jesús, Jesús, Jesús…” En definitiva: un llamado a ser cristianos/as, y dejar cosas y costumbres que no tienen nada que ver con Jesucristo, su manera de vivir, enseñar y morir por la humanidad.

Juan el Bautista, en su tiempo, hizo esto mismo: “Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” decía al ver a Jesús. Él es. Ni yo (aunque los evangelios reconocen en él el más grande de los profetas), ni ningún ser humano, sino El. Cuando Juan dice esto, está recordando el Viejo Testamento donde el Cordero que se inmolaba a Dios era ofrecido por el pecado del pueblo. Ahora Juan Bautista anuncia a este Cordero de Dios, lleno de Dios, el mismo Dios, que quita el pecado del mundo.

Me pregunto con Uds. qué quiere decir con esto Juan el Bautista: primero de todo, que Jesús es el enviado de Dios, lleno de Dios, como nadie en el mundo. Dios mismo que se regala: es Dios quien viene a nuestro encuentro y nos libra del pecado; viene a ofrecernos la posibilidad de renovarnos, de recrearnos, porque Él mismo viene a vencer el mal y la maldad. Y Jesús nos salvó viniendo a nuestro encuentro, caminando entre la gente, repartiendo con amor, pan, paz, salud, vida, y como lo hizo en ese tiempo lo hace con cada uno de nosotros hoy en la medida que nos encontramos con él.

Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, porque El mismo es luminoso y sin pecado, porque su vida fue toda de Dios, abierto a los demás, generoso, entregado…En sí mismo él vence el pecado del mundo, y abre nuevos caminos. Y si lo seguimos de corazón, nuestra vida reflejará sus Palabras. Y no sólo la vida individual, sino el mundo entero, porque El vino a salvar el mundo. Todo aquello que está sujeto al pecado: las organizaciones humanas que destruyen la vida, el orden injusto del mundo que somete a pueblos a la miseria, la destrucción de la naturaleza y la vida, la trata de personas, el olvido de pueblos. Jesús viene a quitar el pecado del mundo…

Otra cosa dice Juan: El bautiza en el Espíritu, porque está lleno del Espíritu. Es un nuevo bautismo, no simplemente en el agua, sino en el Espíritu de Dios, ese que hace nueva todas las cosas.
Por eso, porque somos bautizados en el Espíritu  es que estamos llamados a ser espirituales: espirituales no significa estar en el cielo todo el día, si la tierra nos llama a vivir y trabajar; ser espirituales no es estar todo el día hablando de Dios, sino quizás que nuestra vida hable de Dios (más que muchas palabras); espirituales no significa ser etéreos sino bien concretos, con una vida concreta, acciones concretas que sean de Dios, de vida nueva para los demás, para la familia, para el pueblo, para la humanidad. Es espiritual una obra de misericordia, de solidaridad, de abrir el corazón…Por supuesto, esto será posible si nos llenamos del Espíritu de Dios, y para eso hay que buscarlo: ¿dónde? La oración, las palabras de Jesús en el Evangelio, la comunidad donde las personas buscan vivir juntos el Evangelio…

Como dice el Profeta Isaías, Él es la luz del mundo: “Yo te he destinado para ser luz de las naciones…”, y por lo tanto esta salvación que se realizó en el tiempo de Jesús para todo tipo de persona se extiende para todos los pueblos con su resurrección, y por la acción de la Iglesia, que lleva esta luz de Cristo (si ella misma vive invadida del Espíritu de Cristo y no un espíritu mundano, como dice Francisco: cuando hay rivalidades, intereses personales, deseos de protagonismo, mirada individualista).
Hoy  celebramos con alegría nuestra fe en Jesús el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Amén.
 

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