“Él es el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo…” (Juan 1,29-34)
Si el Papa Francisco llama la
atención al mundo es porque es un hombre de Dios, que tiene muchos gestos según
el Evangelio de Jesús, y trata de volver siempre a Él, y busca que la Iglesia
vuelva a Jesús: en su sencillez, en su cercanía, atención y comunicación con la
gente, etc. Alguna vez en la plaza San Pedro decía: “No Francisco,
Francisco…sino Jesús, Jesús, Jesús…” En definitiva: un llamado a ser
cristianos/as, y dejar cosas y costumbres que no tienen nada que ver con
Jesucristo, su manera de vivir, enseñar y morir por la humanidad.
Juan el Bautista, en su tiempo, hizo
esto mismo: “Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” decía al
ver a Jesús. Él es. Ni yo (aunque los evangelios reconocen en él el más grande
de los profetas), ni ningún ser humano, sino El. Cuando Juan dice esto, está
recordando el Viejo Testamento donde el Cordero que se inmolaba a Dios era
ofrecido por el pecado del pueblo. Ahora Juan Bautista anuncia a este Cordero de
Dios, lleno de Dios, el mismo Dios, que quita el pecado del
mundo.
Me pregunto con Uds. qué quiere decir
con esto Juan el Bautista: primero de todo, que Jesús es el enviado de Dios,
lleno de Dios, como nadie en el mundo. Dios mismo que se regala: es Dios quien
viene a nuestro encuentro y nos libra del pecado; viene a ofrecernos la
posibilidad de renovarnos, de recrearnos, porque Él mismo viene a vencer el mal
y la maldad. Y Jesús nos salvó viniendo a nuestro encuentro, caminando entre la
gente, repartiendo con amor, pan, paz, salud, vida, y como lo hizo en ese tiempo
lo hace con cada uno de nosotros hoy en la medida que nos encontramos con
él.
Jesús es el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo, porque El mismo es luminoso y sin pecado, porque su vida
fue toda de Dios, abierto a los demás, generoso, entregado…En sí mismo él vence
el pecado del mundo, y abre nuevos caminos. Y si lo seguimos de corazón, nuestra
vida reflejará sus Palabras. Y no sólo la vida individual, sino el mundo entero,
porque El vino a salvar el mundo. Todo aquello que está sujeto al pecado: las
organizaciones humanas que destruyen la vida, el orden injusto del mundo que
somete a pueblos a la miseria, la destrucción de la naturaleza y la vida, la
trata de personas, el olvido de pueblos. Jesús viene a quitar el pecado del
mundo…
Otra cosa dice Juan: El bautiza en el
Espíritu, porque está lleno del Espíritu. Es un nuevo bautismo, no simplemente
en el agua, sino en el Espíritu de Dios, ese que hace nueva todas las
cosas.
Por eso, porque somos bautizados en
el Espíritu es que estamos llamados a ser espirituales: espirituales no
significa estar en el cielo todo el día, si la tierra nos llama a vivir y
trabajar; ser espirituales no es estar todo el día hablando de Dios, sino quizás
que nuestra vida hable de Dios (más que muchas palabras); espirituales no
significa ser etéreos sino bien concretos, con una vida concreta, acciones
concretas que sean de Dios, de vida nueva para los demás, para la familia, para
el pueblo, para la humanidad. Es espiritual una obra de misericordia, de
solidaridad, de abrir el corazón…Por supuesto, esto será posible si nos llenamos
del Espíritu de Dios, y para eso hay que buscarlo: ¿dónde? La oración, las
palabras de Jesús en el Evangelio, la comunidad donde las personas buscan vivir
juntos el Evangelio…
Como dice el Profeta Isaías, Él es la
luz del mundo: “Yo te he destinado para ser luz de las naciones…”, y por lo
tanto esta salvación que se realizó en el tiempo de Jesús para todo tipo de
persona se extiende para todos los pueblos con su resurrección, y por la acción
de la Iglesia, que lleva esta luz de Cristo (si ella misma vive invadida del
Espíritu de Cristo y no un espíritu mundano, como dice Francisco: cuando hay
rivalidades, intereses personales, deseos de protagonismo, mirada
individualista).
Hoy celebramos con alegría nuestra
fe en Jesús el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Amén.
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