El primer sentimiento que ha surgido en mí al saber la muerte de Antonio ha sido
de gratitud; por lo que nos ha ayudado a todos, a vosotros con su ministerio
sacerdotal y el testimonio de su vida. Sabéis que siempre le admiré y agradecí
explícitamente su forma de ser y de servir tan sencilla y fraternalmente a los
demás en su ministerio sacerdotal. Su inquietud por superarse e impulsar a los
demás fue admirable. Que a sus años tuviera la actitud de aprender para vivir y
ayudar, es modélico. Su trato siempre entrañable y cálido, fraterno. Ahí tenemos
un cristiano que ha de seguir interpelándonos después de su muerte.
Su muerte ha suscitar
en nosotros la gratitud también porque llegó a la comunidad con apertura de
espíritu para aprender. Recordáis su testimonio al solicitar que le acogierais
en la fraternidad. Recordáis que yo, cariñosamente, le tomaba el pelo,
indicándole que había terminado por donde debía haber iniciado su servicio
sacerdotal: por suscitar comunidades. Lo reconoció con toda humildad, pero se
justificó porque nadie le había enseñado el camino y a él no se le había
ocurrido. Al final de su vida le proporcionasteis la experiencia comunitaria. Y,
al fin, todo don y gracia de Dios. Mañana en la Eucaristía de las 12 de aquí, le
recordaré ante el Señor.
.
Gracias. Eduardo y Cristina por vuestra información,
siempre tan puntual. Besos y abrazos de condolencia a todos y cada uno de los
miembros de la comunidad, a vuestro familiares, a los familiares de Antonio.
Aunque a distancia, en espíritu viviré las celebraciones en torno a su persona.
Creo que sería bueno, Eduardo, que llamases a Jorge Lorenzo. Me llevó a
visitarle hace unos días a la residencia. . Con el afecto y la gratitud de
hermano y amigo, besos y abrazos a todos. Atilano
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