La mansa
sensación de la costumbre
La mansa
sensación de la costumbre
arrinconó la
audacia del juego,
la confidencia
íntima que recrea,
o la provocación
al oído y sus desmanes.
Nunca hubo
sutiles reproches,
ni sombras en
los rincones de su estancia,
el vínculo jamás
se convirtió en contrato,
ni las miradas
en ausencias imperceptibles.
Pero la noche
llegó con su manto de niebla,
los astros
desaparecieron tras ella,
y la herida fue
elevando pausadamente
el vuelo de la
vida más allá del cristal.
No llegó a
descifrar en plenitud
la íntima desmesura de su
alma,
la perdurable
agonía de su anhelo,
el súbito aleteo
de su íntimo regocijo.
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