El Cristiano frente al Aborto
Agustín Cabré, cmf El Catalejo del Pepe Reflexión y liberación
Pero
hasta ahora ni el Estado ni la Iglesia han enfrentado con respuestas eficaces
el mal del aborto. El primero, penaliza. La segunda, excomulga. Pero nadie... (Agustín Cabré, cmf).
“Dilema” puede ser el
término más correcto para graficar la opinión de un cristiano ante el tema del
aborto.
Están sobre la
mesa dos razones para existir: la de la madre y la del hijo. Ella tiene derecho
total a disponer de su cuerpo, de su realización, de su existencia. El hijo
también. Ella puede determinar lo que crea más conveniente para su vida, pero
no puede determinar sobre la vida del otro. El tema es que estos dos derechos
se dan al mismo tiempo en una sola “institución”, por inventar un término que
se acerque al misterio de dos personas que viven por nueve meses en un mismo
ascensor.
¿Se puede matar
a uno para que el otro tenga vida más plena? Desde luego que no.
¿Se puede permitir, en casos graves de salud, que uno sufra consecuencias al tratar de salvar al otro? Bueno, ahí está el dilema.
¿Se puede permitir, en casos graves de salud, que uno sufra consecuencias al tratar de salvar al otro? Bueno, ahí está el dilema.
Recorriendo las
legislaciones de nuestros países del sur de América tenemos este panorama; El
aborto en Argentina, como
interrupción voluntaria del embarazo es
un delito. Pero se convierte en “no punible” el que se realiza a
fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la madre; igualmente el que
interrumpe un embarazo fruto de una violación.
En
Chile, las leyes son severas y el aborto es ilegal. Y como es penado por la ley, las madres que
abortan lo hacen en pésimas condiciones clandestinas, si son pobres, o en
clínicas sofisticadas y onerosas, sin son ricas, instituciones que delinquen
gracias a la venda que la diosa Justicia lleva sobre los ojos.
En Paraguay también el aborto es ilegal, salvo el caso en que peligra
la vida de la madre. Aún así un 23% de muertes de mujeres jóvenes son a causa
de abortos ilegales.
La legislación
del Uruguay no penaliza el aborto dentro
de las 12 primeras semanas de embarazo.
Cada vez que se
ha tratado el tema, tanto en asuntos médicos como en estamentos políticos, las
iglesias cristianas han levantado la voz, han denunciado y han condenado todo
intento de legislar sobre la materia. La
iglesia católica ha declarado excomunión
al que colabore en un aborto, quien quiera que sea.
Pero fuera de
hablar y de condenar, es poco lo que
aportan las iglesias en este tema. ¿Qué hacemos los cristianos para evitar
el aborto? Lamentarnos, prejuzgar, condenar y nada más. En ese sentido somos
todos cómplices pasivos.
En una
carta del teólogo José Comblin a un amigo, se lee: “Muchas mujeres que recurren al aborto son mujeres
angustiadas, desorientadas, desesperadas. Que se sienten en una situación
sin salida. Muchas buscan el aborto porque sus padres no quieren que
tenga el hijo; otras por imposición del hombre que las forzó. Otras,
porque en la empresa en que trabajan no permiten que tenga un hijo.
Otras son empleadas domésticas y la patrona no acepta la situación.
Otras muchas son casi niñas y asustadas, no saben qué hacer. No
reciben atención, no reciben asesoramiento, no tienen apoyo ni moral ni
material, porque todo es clandestino. Ni siquiera lo pueden hablar en
voz alta. Al no encontrar alternativa, con mucho sufrimiento recurren al
aborto. La iglesia no las ayudó cuando lo necesitaban”.
Así, el aborto en muchos casos es fruto
del desinterés de la comunidad cristiana.
El Estado debe
intervenir y legislar en este tema. El
aborto es un mal y no puede quedar en manos de los negociantes en vidas humanas.
El alcoholismo es un mal y se ha debido legislar sobre él. También la
prostitución, también en los derechos humanos conculcados.
Pero hasta
ahora ni el Estado ni la iglesia han enfrentado con respuestas eficaces el mal
del aborto. El primero, penaliza. La segunda, excomulga. Pero
nadie propone soluciones de apoyo moral y material: programas escolares,
talleres formativos, casas de acogida para ayudar en casos de embarazos no
deseados, dineros en proyectos de educación popular, planes de asistencia a madres
en situación difícil, apoyo económico a los recién nacidos en hogares pobres.
Creo que el Estado debe legislar con inteligencia
sabiendo que se trata de vidas humanas. Lo ha hecho con aplauso de los
empresarios para la exportación de vinos y sandías pero no lo ha hecho para la
importación de nuevos ciudadanos a la mesa de la vida.
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