lunes, 14 de abril de 2014

COMPLEMENTO DEL SALUDO DE JUANJO, desde BARILOCHE.-

“Bendito el que viene en nombre del Señor”
Las aclamaciones del pueblo cuando Jesús entra en Jerusalén revelan la acogida y la fe en Él como el Mesías de Dios:¡Hosanna al Hijo de David!¡ Bendito el que viene en nombre del Señor!. Eran sus discípulos. Posiblemente la multitud no era más que un grupo pacífico que no despertaba desconfianza. Pero allí estaban, no importa cuántos.

Los cristianos de hoy se unen a esas aclamaciones reafirmando su propia fe en Jesús como Mesías de Dios. Bendecir los ramos, llevarlos al ámbito cotidiano, es signo de esa fe en la presencia del Hijo de Dios que siempre y a pesar de todos, nos acompaña y sigue salvando. Y que pide de cada uno/a la adhesión vital. No creemos simplemente en una fuerza superior, sin rostro y sin historia, sino en Jesús, el hijo de María, que hizo un camino de vida, sanando, perdonando, alentando, dando vida…
De esta manera, con la celebración del domingo de Ramos, el pueblo de Dios expresa la decisión de caminar esta semana y siempre junto a Jesús, a pesar de los pecados y limitaciones: su amor nos recrea continuamente para que podamos seguirlo.
La cruz es el signo de este amor hasta el fin. No es que Jesús busque la cruz porque le gusta sufrir, sino que buscó ser fiel a Dios Padre, sin salirse de su camino a pesar de las amenazas. Para nada, menguó su mensaje o camufló su fuerza profética. Ni tampoco dejó de actuar en favor de los enfermos y oprimidos, aunque sea en día prohibido, o contra los ritos prescriptos. El canto del Servidor de Isaías (50, 4-7) lo muestra firme en su entrega, confiado en el Señor que viene en su ayuda.
El pueblo, movilizado por los dirigentes, prefiere liberar a un culpable y crucificar a Jesús, en connivencia con las autoridades romanas: se mata al justo, a aquel que pasó su vida haciendo el bien…La pasión de Jesús es la de todos los hombres y mujeres excluidos, maltratados, crucificados injustamente por la violencia, los inhumanos proyectos que solo buscan la ganancia de unos pocos, las guerras armadas por el dinero, la cultura de la indiferencia y el individualismo.
Por eso la cruz, al mismo tiempo que es signo del amor hasta el extremo de Jesús, y de Dios su padre, manifiesta toda la maldad que existe en el corazón del ser humano, que se entreteje para la destrucción de otros y llega a matar con violencia.
Sin embargo, para el cristiano existe el amanecer de la Pascua como esperanza de que la muerte no vencerá definitivamente, que Dios hará resurgir la vida nueva, en Jesús y en nosotros, y en todos los que creen y esperan en él. Ese es el horizonte último y la verdad definitiva.
Por eso introducirnos en la semana santa, la semana más importante del año, es transitar junto a Jesús, el que se entrega, el que sufre, y juntos, gritar la alegría del Señor Resucitado.

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