“Bendito el que viene en nombre del
Señor”
Las aclamaciones del pueblo cuando
Jesús entra en Jerusalén revelan la acogida y la fe en Él como el
Mesías de Dios:¡Hosanna al Hijo de David!¡ Bendito el que viene en
nombre del Señor!. Eran sus discípulos. Posiblemente la multitud no
era más que un grupo pacífico que no despertaba desconfianza. Pero
allí estaban, no importa cuántos.
Los cristianos de hoy se unen a esas
aclamaciones reafirmando su propia fe en Jesús como Mesías de
Dios. Bendecir los ramos, llevarlos al ámbito cotidiano, es signo de
esa fe en la presencia del Hijo de Dios que siempre y a pesar de
todos, nos acompaña y sigue salvando. Y que pide de cada uno/a la
adhesión vital. No creemos simplemente en una fuerza superior, sin
rostro y sin historia, sino en Jesús, el hijo de María, que hizo
un camino de vida, sanando, perdonando, alentando, dando vida…
De esta manera, con la celebración del
domingo de Ramos, el pueblo de Dios expresa la decisión de caminar
esta semana y siempre junto a Jesús, a pesar de los pecados y
limitaciones: su amor nos recrea continuamente para que podamos
seguirlo.
La cruz es el signo de este amor hasta
el fin. No es que Jesús busque la cruz porque le gusta sufrir, sino
que buscó ser fiel a Dios Padre, sin salirse de su camino a pesar de
las amenazas. Para nada, menguó su mensaje o camufló su fuerza
profética. Ni tampoco dejó de actuar en favor de los enfermos y
oprimidos, aunque sea en día prohibido, o contra los ritos
prescriptos. El canto del Servidor de Isaías (50, 4-7) lo muestra
firme en su entrega, confiado en el Señor que viene en su ayuda.
El pueblo, movilizado por los
dirigentes, prefiere liberar a un culpable y crucificar a Jesús, en
connivencia con las autoridades romanas: se mata al justo, a aquel
que pasó su vida haciendo el bien…La pasión de Jesús es la de
todos los hombres y mujeres excluidos, maltratados, crucificados
injustamente por la violencia, los inhumanos proyectos que solo
buscan la ganancia de unos pocos, las guerras armadas por el dinero,
la cultura de la indiferencia y el individualismo.
Por eso la cruz, al mismo tiempo que es
signo del amor hasta el extremo de Jesús, y de Dios su padre,
manifiesta toda la maldad que existe en el corazón del ser humano,
que se entreteje para la destrucción de otros y llega a matar con
violencia.
Sin embargo, para el cristiano existe
el amanecer de la Pascua como esperanza de que la muerte no vencerá
definitivamente, que Dios hará resurgir la vida nueva, en Jesús y
en nosotros, y en todos los que creen y esperan en él. Ese es el
horizonte último y la verdad definitiva.
Por eso
introducirnos en la semana santa, la semana más importante del año,
es transitar junto a Jesús, el que se entrega, el que sufre, y
juntos, gritar la alegría del Señor Resucitado.
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