lunes, 12 de enero de 2015

ATILANO ALAIZ, el incansable!!! nos envía REFLEXIÓN 2015, UN AÑO POR DELANTE!!!UNA OPORTUNIDAD PARA CRECER!!



UN AÑO PARA CRECER   - 2015, un desafío -
     El mayor regalo de Reyes. Chesterton, con su inextinguible buen humor afirmaba: “Nos alegramos y damos gracias a Dios por los regalos que encontramos en nuestros zapatos en la fiesta de Reyes, y nos olvidamos de dar gracias por el mayor de los regalos que nos hace Dios: poder meter los pies en ellos cada día”. Tenemos en nuestras manos el don fundamental de la vida y 365 días de 2015 con increíbles posibilidades. Es un regalo de Dios, fuente de vida. Será muy eficaz que, al comienzo del año, nos preguntemos: “¿Qué sueños tendrá Dios, el mejor de los padres y Jesús, el mejor de los hermanos, para bien nuestro y el de las personas de nuestro entorno al inicio del año? “Matar el tiempo”, “pasar el tiempo” anodinamente como espectadores sentados en el banco de la plaza es un crimen: es matar posibilidades, es matar vida, es empequeñecernos a nosotros mismos. 

     Creo que, como buenos empresarios e inversores, hemos de empezar por hacer un balance: “¿Qué hubo durante el año trascurrido, qué hay ahora mismo, de negativo y perjudicial en mi vida, en nuestra vida, en la vida de mi familia, en nuestro grupo y comunidad, que hemos de erradicar? ¿Qué omisiones hemos cometido? ¿Qué pudimos hacer y no hicimos? Sería insensato tropezar una vez más en la misma piedra? Cada año el Señor nos da nuevas oportunidades, pone en nuestras manos nuevos talentos, dones, semillas, plantas de vivero que hay que plantar, regar, cuidar. Decía alguien muy certeramente: “Quien actúa puede equivocarse, pero quien no actúa ya se equivocó”. Es evidente que para valorar y aprovechar avaramente el tiempo hay que empezar por descubrir y entusiasmarse por los grandiosos desafíos que tenemos ante nosotros: potenciar o descubrir nuevas experiencias, potenciar la vivencia de los grandes valores, crecer nosotros, ayudar a crecer a los demás, hacerles más felices, limpiar un poco el entorno como los empleados urbanos de la limpieza, plantar algún árbol, contribuir a la historia de la salvación. Son desafíos fascinantes para quien tiene un corazón ardiente. Y hay que decir con toda claridad que las horas, los días y las semanas no pasan anodinos; no hay neutralidad posible: o las aprovechamos y nos ayudan a crecer interiormente, o nos dejamos arrastrar pasivamente por el tiempo y entonces nos empequeñecen, nos volvemos cada vez más mezquinos y traidores a todos: a uno mismo, a Dios, a los demás, como el criado perezoso que enterró el talento recibido (MT 25,26-27).
      Crecer es vivir. La verdadera vida es crecimiento continuo. En el orden físico, hay una edad de crecimiento hasta el desarrollo de sus potencialidades biológicas, a partir de ahí, empieza el decrecimiento. El el orden psicológico estamos siempre en edad de crecimiento. Recordemos a los místicos que nos hablan de tres etapas en la vida espiritual, siempre en crecimiento hasta la muerte: la etapa purgativa, iluminativa y unitiva. ¡Qué gradeza de espíritu la de Pablo que aun cuando ha sido ya un mártir, cuando vive una comunión mística con Cristo hasta estar enteramente identificado con él, cristificado: “Vivo yo, pero ya no soy yo el que vive, es Cristo el que vive en mí” (Ga 2,20), aun cuando ha llegado a la cumbre de la santidad, testimonia sin embargo: “Lo exterior va decayendo (aumentan los achaques), pero nuestro interior se renueva de día en día” (2 Cor 14,16). Pablo vive, pues, en una renovación y crecimiento continuos. ¡Cuánto más ha de ser este nuestro empeño que nos sentimos tan lejos de la santidad de su vida!
     El Papa Francisco, en su documento programátivo “La alegría del Evangelio”, insiste reiteradamente en la exigencia evangélica del crecimiento continuo. Esta es la única forma de amarse a sí mismo de verdad. “El Señor no nos pide –afirma el Papa- que seamos inmaculados, pero sí que estemos siempre en crecimiento, que vivamos el deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio, y no bajemos los brazos” (EG,151). “El Padre Dios invita siempre a dar un paso más, pero no exige una respuesta plena si todavía si no hemos recorrido el camino que la hace posible. Simplemente quiere que miremos con sinceridad la propia existencia y la presentemos sin mentiras ante sus ojos, que estemos dispuestos a seguir creciendo, y que le pidamos a Él lo que todavía no podemos lograr” (EG 153). La evangelización no debería consentir que alguien se conforme con poco, sino que pueda decir plenamente: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2,20) (EG 160). Cuando alguien está en la edad de crecimiento y no crece, es señal de que está enfermo. Recuerdo la honda preocupación de una familia porque uno de sus hijos que no se desarrollaba, no crecía; le sometieron a un tratamiento. En el orden psicológico toda la vida estamos en edad de crecimiento; el que no crece está enfermo. “Renovarse o morir”, afirma el dicho. Varias veces hemos recordado la afirmación estremecedora de San Agustín: Si no te renuevas, es señal de que estás muerto. Afirma categóricamente: “Dijiste “basta”, ¡estás muerto!”. Esto es válido para cada persona, para cada matrimonio, para cada familia, para cada grupo. En cambio, crecer es vivir, es gozar de la novedad, de la sorpresa, de la paz de quien es fiel a sí mismo y a los demás.
     Con la ayuda de Dios. En este empeño por crecer hemos de contar con la luz y la fuerza del Señor. Será, sin duda, un año de gracia. Un año en que no nos faltará la gracia, el impulso del Espíritu. “Sin mí, no podéis hacer nada” (Jn pero conmigo, daréis mucho fruto” (Jn 15,5-6). “Sí, os lo aseguro: Quien cree en mí hará obras como las mías y aún mayores” (Jn 14,12). ¿Estáis cansados de tanto luchar, de tanto arrastrar las cruces de la vida? ¿Os tienta el desánimo?  “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11,28). “Os aseguro que si tuviérais una fe sin resevas…incluso si dijérais a esa montaña: ”quítate de ahí y tiráte al mar”, lo haría” (Mt 21,21). La montaña a la que se refiere Jesús son los obstáculos que se nos interponen y que se nos antojan una montaña. Cuando Pedro camina sobre el agua y titubea al sentir la fuerza del viento, entonces empieza a hundirse. Jesús le reprocha: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado… En cuanto Jesús subió a la barca, amainó el viento” (Mt 14,29-32). ¿Confío, confiamos en la fuerza del Espíritu para poder superar etapas y realizar nuevas experiencias? ¿En qué medida contamos con el Señor?       Con la ayuda mutua. Después de una larga situación angustiosa, se le aparece Jesús a santa Ángela de Foligno para felicitarla por haber superado la situación. Cariñosamente se encara la santa con él para decirle: “Ahora que he superado la crisis vienes a echarme una mano?” “¿Gracias a quién superaste la crisis, Ángela?” –le interroga Jesús-. “Gracias a personas buenas de mi entorno” –replica la santa-. “¿Y quién iluminó e impulsó a ayudarte a las personas que te ayudaron?” Ante estas palabras, la santa calla y exclama: “¡Gracias”, Señor!  ¡Es verdad, si tú nunca nos fallas!”… Como tantas veces hemos oído, “Jesús no tiene manos, ni pies, ni ojos, ni lengua para ayudar. Somos nosotros sus manos, sus pies, sus ojos su lengua para llevar ayuda y consuelo. Esto es una gran dicha, pero también una gran responsabilidad. Si me niego a actuar, hago a Cristo manco, cojo, ciego y mudo. Contamos con un don con el que muchos, por lo que sea, no cuenta: la comunidad, lugar ayuda mutua. Gritemos a los miembros del grupo y comunidad de forma parecida a como gritaba el poeta Miguel Hernández: “¡Ayudadme a ser hombre; no me dejéis ser bestia!”, “¡Ayudadme a vivir encendido; no me dejéis estar apagado!” Recordemos la alegoría de san Pablo: “¿Para que nos ha constituido el Señor en un cuerpo, el cuerpo del que Cristo es la cabeza, sino para ayudarnos unos miembros a otros?” Poder ayudar al otro a ser más persona, mejor cristiano, más feliz, es una dicha incomparable. Hemos de contagiarnos el fuego del Espíritu no la tibieza de la vulgaridad. Afirma el Papa Francisco: “Todos tenemos que dejar que los demás nos evangelicen constantemente” (EG,121). ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos potenciar el crecimiento de la amistad que permita compartir penas y alegrías, proyectos, inquietudes, como señala Pablo? (Rm 12,15). Una comunidad no es simplemente una clase para aprender Biblia y religión; no es primordialmente un gimnasio para la rehabilitación psicológica; no es un grupo social para compartir información y sentirse a gusto. El grupo cristiano es una comunidad de hermanos, congregados por Jesús, que se quieren de verdad, se ayudan y son buenos compañeros de trabajo en la tarea de construir el Reino, de sembrar bondad, justicia, fraternidad. Porque no hemos de ser un grupo intimista que se reduce a estar unidos en torno a la estufa, gozando del calor de una amistad narcisista.   
      La fidelidad, madre de la felicidad. Es grandioso apuntarse a luchar por la Causa de Jesús. Aquí no cabe el fracaso; el éxito siempre es seguro. ¡Cuántas cosas se deciden con nuestra fidelidad a los proyectos del Señor! Se trata de crecer por dentro, de transformar el espíritu, el mío y de los demás, a imagen y semejanza de Jesús, el Ser humano cabal. Se trata de hacer historia, historia de salvación. Ha de preocuparnos seriamente aprovechar con avaricia el tiempo y las posibilidades para hacer lo que, al final, querríamos haber hecho y ser lo que querríamos haber sido. Por lo demás, vivir creativamente, ser fiel, equivale a ser feliz. Sólo el que es fiel a su conciencia puede ser feliz. ¿Qué vamos a hacer que merezca la pena en este año que ha empezado? ¿A qué compromiso nuevo nos apuntamos? Sólo si el año es de verdad “nuevo” puede ser feliz.         PARA LA REFLEXIÓN, LA ORACIÓN, EL DIÁLOGO Y EL COMPROMISO
      1º- ¿Qué avances creo que hemos hecho a nivel personal, grupal y comunitario durante el año transcurrido? ¿Qué deficiencias hemos de señalar?
     2º-¿Qué reacciones han suscitado en nosotros las afirmaciones del Papa Francisco?
     3º- ¿En qué medida contamos con el Señor a la hora de luchas por nuestro crecimiento personal, familiar, grupal y comunitario?
     4º- ¿En qué medida nos ayudamos mutuamente? ¿Qué experiencias puedo aportar en este sentido? ¿En qué podríamos y deberíamos ayudarnos más?
     5º- ¿En qué medida experimentamos que la fidelidad se traduce en felicidad?
     6º- ¿A qué compromisos personales, grupales y comunitarios nos impulsan las lecturas bíblicas y la esta reflexión?


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