UN AÑO PARA CRECER - 2015, un desafío -
El mayor regalo de Reyes. Chesterton,
con su inextinguible buen humor afirmaba: “Nos alegramos y damos gracias a Dios
por los regalos que encontramos en nuestros zapatos en la fiesta de Reyes, y
nos olvidamos de dar gracias por el mayor de los regalos que nos hace Dios:
poder meter los pies en ellos cada día”. Tenemos en nuestras manos el don
fundamental de la vida y 365 días de 2015 con increíbles posibilidades. Es un
regalo de Dios, fuente de vida. Será muy eficaz que, al comienzo del año, nos
preguntemos: “¿Qué sueños tendrá Dios, el mejor de los padres y Jesús, el mejor
de los hermanos, para bien nuestro y el de las personas de nuestro entorno al
inicio del año? “Matar el tiempo”, “pasar el tiempo” anodinamente como
espectadores sentados en el banco de la plaza es un crimen: es matar
posibilidades, es matar vida, es empequeñecernos a nosotros mismos.
Creo que, como buenos
empresarios e inversores, hemos de empezar por hacer un balance: “¿Qué hubo
durante el año trascurrido, qué hay ahora mismo, de negativo y perjudicial en
mi vida, en nuestra vida, en la vida de mi familia, en nuestro grupo y
comunidad, que hemos de erradicar? ¿Qué omisiones hemos cometido? ¿Qué pudimos
hacer y no hicimos? Sería insensato tropezar una vez más en la misma piedra?
Cada año el Señor nos da nuevas oportunidades, pone en nuestras manos nuevos
talentos, dones, semillas, plantas de vivero que hay que plantar, regar,
cuidar. Decía alguien muy certeramente: “Quien actúa puede equivocarse, pero
quien no actúa ya se equivocó”. Es evidente que para valorar y aprovechar
avaramente el tiempo hay que empezar por descubrir y entusiasmarse por los
grandiosos desafíos que tenemos ante nosotros: potenciar o descubrir nuevas
experiencias, potenciar la vivencia de los grandes valores, crecer nosotros,
ayudar a crecer a los demás, hacerles más felices, limpiar un poco el entorno
como los empleados urbanos de la limpieza, plantar algún árbol, contribuir a la
historia de la salvación. Son desafíos fascinantes para quien tiene un corazón
ardiente. Y hay que decir con toda claridad que las horas, los días y las
semanas no pasan anodinos; no hay neutralidad posible: o las aprovechamos y nos
ayudan a crecer interiormente, o nos dejamos arrastrar pasivamente por el
tiempo y entonces nos empequeñecen, nos volvemos cada vez más mezquinos y
traidores a todos: a uno mismo, a Dios, a los demás, como el criado perezoso
que enterró el talento recibido (MT 25,26-27).
Crecer es vivir. La verdadera vida es crecimiento continuo. En el
orden físico, hay una edad de crecimiento hasta el desarrollo de sus
potencialidades biológicas, a partir de ahí, empieza el decrecimiento. El el
orden psicológico estamos siempre en edad de crecimiento. Recordemos a los místicos
que nos hablan de tres etapas en la vida espiritual, siempre en crecimiento
hasta la muerte: la etapa purgativa, iluminativa y unitiva. ¡Qué gradeza de
espíritu la de Pablo que aun cuando ha sido ya un mártir, cuando vive una
comunión mística con Cristo hasta estar enteramente identificado con él,
cristificado: “Vivo yo, pero ya no soy yo el que vive, es Cristo el que vive en
mí” (Ga 2,20), aun cuando ha llegado a la cumbre de la santidad, testimonia sin
embargo: “Lo exterior va decayendo (aumentan los achaques), pero nuestro
interior se renueva de día en día” (2 Cor 14,16). Pablo vive, pues, en una
renovación y crecimiento continuos. ¡Cuánto más ha de ser este nuestro empeño
que nos sentimos tan lejos de la santidad de su vida!
El Papa Francisco, en su
documento programátivo “La alegría del
Evangelio”, insiste reiteradamente en la exigencia evangélica del
crecimiento continuo. Esta es la única forma de amarse a sí mismo de verdad.
“El Señor no nos pide –afirma el Papa- que seamos inmaculados, pero sí que
estemos siempre en crecimiento, que vivamos el deseo profundo de crecer en el
camino del Evangelio, y no bajemos los brazos” (EG,151). “El Padre Dios invita
siempre a dar un paso más, pero no exige una respuesta plena si todavía si no
hemos recorrido el camino que la hace posible. Simplemente quiere que miremos
con sinceridad la propia existencia y la presentemos sin mentiras ante sus
ojos, que estemos dispuestos a seguir creciendo, y que le pidamos a Él lo que
todavía no podemos lograr” (EG 153). La evangelización no debería consentir que
alguien se conforme con poco, sino que pueda decir plenamente: “Ya no vivo yo,
sino que Cristo vive en mí” (Ga 2,20) (EG 160). Cuando alguien está en la edad
de crecimiento y no crece, es señal de que está enfermo. Recuerdo la honda
preocupación de una familia porque uno de sus hijos que no se desarrollaba, no
crecía; le sometieron a un tratamiento. En el orden psicológico toda la vida
estamos en edad de crecimiento; el que no crece está enfermo. “Renovarse o
morir”, afirma el dicho. Varias veces hemos recordado la afirmación
estremecedora de San Agustín: Si no te renuevas, es señal de que estás muerto.
Afirma categóricamente: “Dijiste “basta”, ¡estás muerto!”. Esto es válido para
cada persona, para cada matrimonio, para cada familia, para cada grupo. En
cambio, crecer es vivir, es gozar de la novedad, de la sorpresa, de la paz de
quien es fiel a sí mismo y a los demás.
Con la ayuda de Dios. En este empeño por crecer hemos de contar con la
luz y la fuerza del Señor. Será, sin duda, un año de gracia. Un año en que no
nos faltará la gracia, el impulso del Espíritu. “Sin mí, no podéis hacer nada”
(Jn pero conmigo, daréis mucho fruto” (Jn 15,5-6). “Sí, os lo aseguro: Quien
cree en mí hará obras como las mías y aún mayores” (Jn 14,12). ¿Estáis cansados
de tanto luchar, de tanto arrastrar las cruces de la vida? ¿Os tienta el
desánimo? “Venid a mí los que estáis
cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11,28). “Os aseguro que si
tuviérais una fe sin resevas…incluso si dijérais a esa montaña: ”quítate de ahí
y tiráte al mar”, lo haría” (Mt 21,21). La montaña a la que se refiere Jesús
son los obstáculos que se nos interponen y que se nos antojan una montaña.
Cuando Pedro camina sobre el agua y titubea al sentir la fuerza del viento,
entonces empieza a hundirse. Jesús le reprocha: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has
dudado… En cuanto Jesús subió a la barca, amainó el viento” (Mt 14,29-32).
¿Confío, confiamos en la fuerza del Espíritu para poder superar etapas y
realizar nuevas experiencias? ¿En qué medida contamos con el Señor? Con la ayuda mutua. Después
de una larga situación angustiosa, se le aparece Jesús a santa Ángela de
Foligno para felicitarla por haber superado la situación. Cariñosamente se
encara la santa con él para decirle: “Ahora que he superado la crisis vienes a
echarme una mano?” “¿Gracias a quién superaste la crisis, Ángela?” –le
interroga Jesús-. “Gracias a personas buenas de mi entorno” –replica la santa-.
“¿Y quién iluminó e impulsó a ayudarte a las personas que te ayudaron?” Ante
estas palabras, la santa calla y exclama: “¡Gracias”, Señor! ¡Es verdad, si tú nunca nos fallas!”… Como
tantas veces hemos oído, “Jesús no tiene manos, ni pies, ni ojos, ni lengua
para ayudar. Somos nosotros sus manos, sus pies, sus ojos su lengua para llevar
ayuda y consuelo. Esto es una gran dicha, pero también una gran
responsabilidad. Si me niego a actuar, hago a Cristo manco, cojo, ciego y mudo.
Contamos con un don con el que muchos, por lo que sea, no cuenta: la comunidad, lugar ayuda mutua. Gritemos a
los miembros del grupo y comunidad de forma parecida a como gritaba el poeta
Miguel Hernández: “¡Ayudadme a ser hombre; no me dejéis ser bestia!”,
“¡Ayudadme a vivir encendido; no me dejéis estar apagado!” Recordemos la alegoría
de san Pablo: “¿Para que nos ha constituido el Señor en un cuerpo, el cuerpo
del que Cristo es la cabeza, sino para ayudarnos unos miembros a otros?” Poder
ayudar al otro a ser más persona, mejor cristiano, más feliz, es una dicha
incomparable. Hemos de contagiarnos el fuego del Espíritu no la tibieza de la
vulgaridad. Afirma el Papa Francisco: “Todos tenemos que dejar que los demás
nos evangelicen constantemente” (EG,121). ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos
potenciar el crecimiento de la amistad que permita compartir penas y alegrías,
proyectos, inquietudes, como señala Pablo? (Rm 12,15). Una comunidad no es
simplemente una clase para aprender Biblia y religión; no es primordialmente un
gimnasio para la rehabilitación psicológica; no es un grupo social para
compartir información y sentirse a gusto. El grupo cristiano es una comunidad
de hermanos, congregados por Jesús, que se quieren de verdad, se ayudan y son
buenos compañeros de trabajo en la tarea de construir el Reino, de sembrar
bondad, justicia, fraternidad. Porque no hemos de ser un grupo intimista que se
reduce a estar unidos en torno a la estufa, gozando del calor de una amistad
narcisista.
La fidelidad, madre de la
felicidad. Es grandioso apuntarse a luchar por la Causa de Jesús. Aquí no cabe
el fracaso; el éxito siempre es seguro. ¡Cuántas cosas se deciden con nuestra
fidelidad a los proyectos del Señor! Se trata de crecer por dentro, de
transformar el espíritu, el mío y de los demás, a imagen y semejanza de Jesús,
el Ser humano cabal. Se trata de hacer historia, historia de salvación. Ha de
preocuparnos seriamente aprovechar con avaricia el tiempo y las posibilidades
para hacer lo que, al final,
querríamos haber hecho y ser lo que
querríamos haber sido. Por lo demás, vivir creativamente, ser fiel, equivale a ser
feliz. Sólo el que es fiel a su conciencia puede ser feliz. ¿Qué vamos a
hacer que merezca la pena en este año que ha empezado? ¿A qué compromiso nuevo
nos apuntamos? Sólo si el año es de verdad “nuevo”
puede ser feliz. PARA
LA REFLEXIÓN,
LA ORACIÓN,
EL DIÁLOGO Y EL COMPROMISO
1º- ¿Qué
avances creo que hemos hecho a nivel personal, grupal y comunitario durante el
año transcurrido? ¿Qué deficiencias hemos de señalar?
2º-¿Qué
reacciones han suscitado en nosotros las afirmaciones del Papa Francisco?
3º- ¿En
qué medida contamos con el Señor a la hora de luchas por nuestro crecimiento
personal, familiar, grupal y comunitario?
4º- ¿En
qué medida nos ayudamos mutuamente? ¿Qué experiencias puedo aportar en este sentido?
¿En qué podríamos y deberíamos ayudarnos más?
5º- ¿En
qué medida experimentamos que la fidelidad se traduce en felicidad?
6º- ¿A
qué compromisos personales, grupales y comunitarios nos impulsan las lecturas
bíblicas y la esta reflexión?
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