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La
inauguración del segundo mandato de la presidenta Dilma y los discursos
de algunos ministros, permitió a muchos ciudadanos volver a tener
esperanza frente a la ola de pesimismo inducido durante la campaña
electoral. Me refiero aquí a los discursos de la presidenta Rousseff,
del ministro del MDA, Patrus Ananias, del exsecretario de la
presidencia, el ministro Gilberto Carvalho y de su sucesor, el ministro
Miguel Rossetto.
Ahí aparecieron los ideales originarios
de la revolución política, democrática y pacífica que el PT ha traído a
la historia brasilera. Digan lo que quieran, el hecho es que el sujeto
del poder político y del Estado ya no es la tradicional clase dominante,
aquellos que detentaban los medios del poder, del tener, del saber y
del comunicar. Por más que inventasen estrategias para el mantenimiento
de sus estatus, usando medios de lo más torpe como la edición de la
obscena revista VEJA en la víspera de las elecciones, no consiguieron
convencer a los electores. Ellos intuyeron que el proyecto político
hegemonizado por el PT les era más adecuado para su bienestar y para
continuar la invención de otro tipo de Brasil.
Ahora, después de decenios de maduración, venido de los fondos de la
esclavitud, de las grandes periferias empobrecidas, del mundo de los
ignorados, con la colaboración de aliados de otras clases sociales, se
formó un nuevo poder de cuño popular y republicano que permitió
conquistar democráticamente la dirección del Estado.
Me anticipo ya a los críticos que hablan y no paran del mensalón y de
la corrupción de algunos altos cargos de Petrobrás. Es importante
reconocer sus errores y crímenes, investigarlos y exigir su condena como
dicen continuamente la presidenta Dilma y los mejores líderes del PT.
Pero ese ínfimo número de corruptos no podrá anular el proyecto
transformador de más de un millón de afiliados al PT.
Los hay que quieren fijarse en la crítica de ese desvío como quien
todavía insistiera en permanecer en la fase anal de su proceso de
individuación, como diría Freud. Nunca hay solamente sombras. Siempre
hay también luces. Ellas coexisten dialécticamente. Pero enfatizar
solamente las sombras es caer en el moralismo inmovilizador, como si
solo con la moral se pudiesen resolver todos los problemas de un país.
Hay una indignación farisaica porque se basta a sí misma y cuando
presentan una alternativa, esta es peor que aquella que critican.
Lo que vimos y oímos de los ministros referidos fue la luz que
precisaba nuevamente ser testimoniada. Dudo sinceramente que alguien
pueda apuntar cualquier desliz de conducta de la presidenta, del
ministro Patrus Ananias, del ministro Miguel Rossetto y de Gilberto
Carvalho entre otros. Este último ha estado en el palacio de Planalto
durante doce años. Al entrar en la sala de trabajo se concentró y pidió a
Dios, en quien cree con una fe hecha experiencia vital: “Dios mío, te
pido solo dos cosas, que nunca traicione mi opción por los pobres y que
jamás sea rehén de los ritos del poder”.
Quien lo conoce sabe de su fidelidad a esa opción, de su
transparencia y sencillez, aliada al coraje de enfrentarse a los
poderosos y de deconstruir las distorsiones de algunos grandes medios de
comunicación, que siguen sin aceptar que un día fueron apeados del
poder. Esos perdedores aunque poderosos no temen a un pueblo mantenido
en la ignorancia, pero tienen pavor de un pueblo que piensa y sabe
discernir donde están los faraones actuales que durante siglos los
mantuvieron en el cautiverio del trabajo explotado y deshumanizador.
La presidenta Dilma revela un entrañado amor a los pobres y a los
invisibles y es de una rectitud ética inatacable. Bastan estas palabras
de su discurso para mostrar la línea social que trazó: “Ningún derecho
de menos, ningún paso atrás”.
Al oír a los ministros Carvalho, Rossetto y Ananias me
parecía escuchar los sueños iniciales que dieron origen a esa verdadera
revolución de cuño popular que ocurrió hace doce años; la de conferir
centralidad a los pobres, hacer políticas sociales para los que nunca
pudieron salir del hambre, que no tenían acceso a casa, a tierra, a
salud, a luz eléctrica y al crédito, sin mencionar la enseñanza superior
que fue posibilitada ampliamente a las personas desprovistas de medios.
Decía para mí mismo; aquí está lo que proponíamos desde los años 60
del siglo pasado en las bases, en los vertederos de basuras (trabajé 15
años en el de Petrópolis), a los sin-tierra, a los sin-techo, a los
afrodescendientes, a los indígenas y a las mujeres. Ahí estaba la
verdadera práctica de liberación, para muchos derivada de la fe en
Cristo liberador, y que dio origen, en un segundo momento, a la teología
de la liberación.
Si la oposición dice que fue derrotada por una banda de ladrones,
debemos rescatar el sentido de banda: somos, como decía el ex-ministro
Carvalho, de la banda del bien, de los que se colocan del lado de los
pobres, porque no somos ladrones sino celosos servidores públicos.
No obstante los muchos contratiempos, sus palabras nos confirmaron
que el rumbo no se había perdido. Los mismos sueños que nos llevaron a
trabajar y a aprender con el pueblo eran allí reafirmados. Muchos
sufrieron, participando un poco de su pasión, que tiene estaciones como
las del Hijo del Hombre.
Estamos a favor de una democracia sin fin, representativa y
participativa, cuyo centro sea la vida de todos y de la Madre Tierra
sufrida y herida. La Presidenta y esos ministros suscitaron en nosotros
la esperanza de que aún es posible dar forma política a ese sueño y nos
trajeron la alegría de que ellos nos dan ejemplo y van delante animando a
los desanimados.
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