(José Ignacio González Faus).- Escribo estas reflexiones sobre todo para mí mismo: por necesidad de serenarme ante la barbarie del atentado del viernes en París. Temo que muchos no las acepten. Pediría que intenten reflexionarlas antes de condenarlas.
1.- Hay al menos una cosa en la que todos estaremos de acuerdo: los autores de semejante salvajada son unos verdaderos monstruos.
Agrava esta constatación el que no se trata de seis o siete monstruos
excepcionales sino de decenas o centenas de miles; y sin duda más
monstruosos los organizadores que los pobres ejecutores.
2.- Pero no es eso todo lo que cabe decir: porque todos los seres
humanos somos capaces de lo peor y de lo mejor: podemos llegar a ser
santos pero también podemos llegar a ser monstruos. Y entonces, queda la
pregunta: ¿cómo estos muchachos han podido llegar a semejantes niveles de inhumanidad? Al intentar comprenderlo me encuentro con los siguientes datos:
3.- El profeta Isaías dejó escrito que “la paz es fruto de la justicia”.
Parece lógico entonces que el fruto de un mundo tan injusto como el
nuestro y donde las diferencias entre los seres humanos son
escalofriantes, haya de ser, necesariamente, la guerra y la violencia.
4.- Todo ser humano muerto antes de tiempo violentamente, es una tragedia
que debe ser llorada. Y no cabe establecer aquí unos muertos de primera
clase (que son los nuestros), y otros muertos sin importancia que no
merecen ni un día de luto.
5.- Hablando de monstruos, recuerdo un célebre cuadro de Goya:
“el sueño de la razón produce monstruos”. Esos monstruos del 13N ¿no
habrán sido producidos, en parte al menos, por el sueño de nuestra razón
económica? ¿Por esa razón del máximo beneficio, del mínimo salario, de
nuestra monstruosa “reforma” laboral, de las jubilaciones de 3 millones
para los banqueros, del saqueo del tercer mundo, del lujo, el
despilfarro y la ostentación como motores de la economía, del
acaparamiento del petróleo y del armamento cada vez mayor, para defensa
de ese todo desorden?…
¿Son esos en realidad nuestros verdaderos valores, o los otros a los
que apelamos para justificarnos? No cabe olvidar que, en la historia,
cuando las cosas se han torcido y no se enderezan a tiempo, acaban
llevando a situaciones insolubles, o cuya solución sólo puede venir de un cambio radical de rumbo que sólo puede hacerse poco a poco y a largo plazo.
6.- Según la moral cristiana, todo lo que una persona tiene de más,
una vez ha cubierto suficiente y dignamente sus necesidades, deja de pertenecerle
y pasa a ser de quienes lo necesitan. La propiedad privada no es un
derecho absoluto sino un derecho secundario que sólo vale en la medida
en que sirva para realizar “el destino común de los bienes de la tierra”
que es el verdadero derecho primario (ver p. e. Populorum progressio n.
22).
De acuerdo con esto, muchos emigrantes a quienes rechazamos de mil
maneras, no vienen a quitarnos lo nuestro sino a recuperar lo que es
suyo. ¿No sería entonces más seguro, en vez de cerrar nuestras
fronteras, poner fronteras a nuestra avaricia?
7.- Ignacio Ellacuría hablaba con insistencia de “una civilización de la sobriedad compartida” como única salida para nuestro mundo
(él lo formulaba aún más duramente: una civilización “de la pobreza”).
El ensueño de un crecimiento constante de la riqueza está destrozando el
planeta: en estos momentos destruimos anualmente casi un 50% más de lo
que la tierra puede reponer.
Por eso, además de las medidas urgentes que haya que tomar ahora (de
investigación y protección) ¿no parece imprescindible encaminarnos a
largo plazo hacia esa nueva civilización? No creo que ningún cristiano
que se oponga a ese proyecto de Ellacuría pueda merecer con verdad el nombre de cristiano.
8.- Ese “desorden establecido” (E. Mounier) o ese “pecado estructural”
de nuestro mundo desarrollado, del que nosotros disfrutamos y que otros
padecen ¿no será uno de los progenitores de ésos y otros monstruos?.
Porque cuando el odio se junta con la religión, ésta se corrompe, el
odio se potencia y se acaba cumpliendo el sabio refrán latino: “la corrupción de lo óptimo es lo pésimo”.
Por eso, dado lo infinitamente manipulable que es el nombre de Dios, es
necesario recuperar lo que escribió antaño José A. Marina: la ética
nace de las religiones, pero luego éstas deben criticar a la madre: para
evitar que algo tan valioso como la fidelidad se confunda con algo tan
monstruoso como el fanatismo.
9.- Todo esto debería ayudarnos a no reaccionar con odio, para no entrar en aquella espiral de violencia
que tanto temía Helder Camara. Habrá que hacer justicia, por supuesto.
Pero sin que llamemos justicia al placer de hacer daño: porque entonces
estaríamos poniéndonos al mismo nivel humano que esos monstruos.
10.- Afirman algunos sociólogos que hoy estamos ya, en “la tercera guerra mundial”.
Sólo que hoy las guerras se hacen de otra manera, para evitarnos bajar a
pelear al campo de batalla. Por eso puede ser bueno concluir recordando
que la humanidad ha salido de catástrofes y calamidades aún peores que
la que nos amenaza hoy. El pueblo judío, tras el desastre del exilio,
donde se sintieron abandonados por Dios, pudo regresar, reconstruir el
Templo y preservar su monoteísmo.
En el siglo pasado, tras la atrocidad del holocausto y la segunda
guerra mundial, la humanidad vivió, según muchos economistas, una pequeña edad de oro.
No siempre es posible hacerlo todo, pero siempre es posible hacer algo.
Y ese algo, por poco que sea, se convierte hoy, para todos nosotros, en
una obligación grave.
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