NAVIDAD PARA LA NOVEDAD
“Estoy a la puerta llamando”.
Soy Jesús de Nazaret, vuestro Hermano y Amigo, que os quiere más de lo
que os imagináis, más de lo que os queréis vosotros a vosotros mismos; quiero
comunicarme con vosotros, como lo hacía con aquellos mis primeros discípulos.
No para deciros nada nuevo, sino para repetiros lo que dije a aquellos primeros
discípulos para los discípulos de todos los tiempos, porque, “cielo y tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). En estos tiempos especiales,
os digo como a ellos: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo y descansad un
poco” (Mc 6,31), venid a gozar de la convivencia cordial, a tomar conciencia de
la dicha que tenemos de estar juntos, de ser una comunidad de hermanos-amigos,
una familia, de participar en el gran banquetazo del Reino, de “saborear los
suculentos manjares y los vinos de solera” (Is 25,6).
Habéis de vivir estos
tiempos como una gran oportunidad, como los hermanos-amigos que se reúnen en una
solitaria casa de campo para regocijarnos en el encuentro, para que crezcáis en
un entusiasmo gozoso celebrando mi cumpleaños. Me produce una profunda
compasión que, después de haber preparado yo un suculento banquete, muchos,
como chicos inconscientes, prefieran las golosinas y caprichos insípidos y
perjudiciales a la salud. ¿Cuándo, por fin, me vais a hacer plenamente caso y
os vais a querer de verdad a vosotros mismos, aceptando mis ofrendas
impagables? Os repito lo que dije a las comunidades de Laodicea: “Mira que
estoy a la puerta llamando; si uno me oye y me abre, entraré en su casa y
cenaremos juntos” (Ap 3,20). Exactamente lo mismo que hice en Emaús con aquel
par de discípulos que me invitaron a entrar en su casa y cenar con ellos (Lc
24,29). ¡Qué transformación supuso para ellos! De hombres abatidos, se
transforman en valientes mensajeros míos que desandan el camino sin miedo a la
noche cerrada; de hombres en retirada, se convierten en “hombres en salida”,
que van a compartir la dicha del para inyectar alegría en los demás. En esto
consiste la verdadera Navidad: en abrirme la puerta a la que estoy llamando,
como en Betania, sentarse a mi pies como María (Lc 10,39), y sentarse a la mesa
para “cenar juntos”; cena abundante que yo os ha preparado. Es una invitación
como para brincar de gozo. ¡Felicidades para todos!, naturalmente. Para eso he
venido y para eso me he quedado para siempre con vosotros: para que seáis
felices. Pero, mirad, me gustaría más felicitaros después de las fiestas,
porque habéis renacido en ellas con la transfusión de sangre divina, la mía, y
habéis ganado en vitalidad. Me gustaría brindar con vosotros después de las
fiestas porque la Navidad
ha quedado en vuestro corazón, porque ha nacido algo nuevo en vosotros. Sed
serios, no juguéis con la vida, amaos de verdad y amad de verdad. El
aguinaldo que necesitáis. Repito lo dicho a mis contemporáneos: “Si
vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto
más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” (Lc
11,13). Si vosotros, aquejados/as de limitaciones y egoísmos, queréis y
procuráis lo mejor para los vuestros y no sufrís que sean socialmente unos
mediocres, ¡cuánto más el Padre, Yo y el Espíritu Santo, que somos el Amor personificado!…
¿Es que necesitáis más pruebas de mi amor después de haberme hecho uno de
vosotros, pero pobre y humilde que, recién nacido, tirita en un pesebre entre
animales, y que termina clavado en una cruz como un vulgar delincuente? ¡Qué
tristeza me produjo aquel joven, bueno, observante que buscaba más, pero no
acogió mi invitación no a ser no más, sino mucho más. ¡Lo que se perdió! ¡Lo
que pudiera haber hecho como el resto de los discípulos míos! ¡Lo que hizo
perder a las personas a las que le enviaría a como mensajero. Para conocer
vuestra vitalidad interior es bueno que os preguntéis en estos días: ¿Vivo o
sencillamente funciono? ¿Mi espíritu está en llama viva o se reduce a unas
brasas cubiertas de ceniza? ¿Os sentís verdaderamente enamorados de mí, o,
simplemente me admiráis como Hombre-Dios, gran personaje de la historia? ¿Me
obedecéis sumisamente, o procuráis complacerme, satisfacer mis gustos divinos y
humanos, que consiste en que vosotros tengáis una vida desbordante? ¿Os
alimentáis sólidamente con “los manjares suculentos y los vinos de solera del
banquete que os he preparado” (Is 25,6), u os enganáis con golosinas y
caprichos que dañan vuestra salud interior? ¿Camináis y trabajáis conmigo de
forma permanente, o simplemente me visitáis de vez en cuando? ¿Sembráis con
generosidad semillas del bien, o simplemente os contentáis con cumplir vuestras
obligaciones, pensando que aquello es sólo cosas de voluntarios, y no exigencia
exigencia de la fe en mí? ¿Estáis y sois de verdad alegres, o simplemente vais
tirando como se podéis?
Una navidad nueva para un año
“nuevo”. Buscad a qué paso hacia delante os impulsa dar mi
Espíritu; él os iluminará para realizarlo. La celebración de la Navidad y la llegada de un
año nuevo ha de significar un punto de partida hacia delante. Repetir, además
de ser una traición a todo y a todos, es aburrido. Os sugiero: ¿No sería
espléndido reconciliaros, si estáis sufriendo resentimientos, o ayudar a
reconciliar a personas resentidas? ¿No sería sumamente fecundo que asumimérais
algún compromiso de servicio a personas necesitadas, por libre o en una
institución? ¿No os sería conveniente realizar un compromiso concreto de
aprovechar los abundantes medios que tenéis a vuestro alcance para vuestra
formación humana y cristiana, para vuestra maduración en la fe? Pensad qué
podéis hacer en este sentido. Sería sumamente fecundo mejorar los encuentros
conmigo en vuesta oración, en la cantidad y en la calidad, en “ese diálogo de
amistad conmigo, que sabéis que os amo”. Revisaos si os puede la rutina en el
quehacer de cada día. Quizás podéis vivir más fielmente la consigna de la carta
a los colosenses: “cualquier actividad vuestra, de palabra o de obra, hacedla
en mi honor, dando gracias a Dios Padre por mi medio” (Col 3,17). Todas vuestras
actividades realizadas con amor se tranforman en acciones litúrgicas que
agradan al Padre y enriquecen a los hombres. Como mi padre adoptivo José. Yo
mismo serví al Padre y liberé a los hombres haciendo treinta años de humilde
carpintero de pueblo, y mi madre como modesta ama de casa en un pueblo
desconocido. ¿Realizáis las tareas de cada día con entusiasmo, con alegría, con
espíritu de servicio, o impulsados por la rutina, porque no hay más remedio,
porque son una exigencia de la vida?
“A mí me lo hacéis”. ¡Qué besos tan restallantes dirigís a mis imágenes
de niño! ¡Qué adornaditas y luminosas las tenéis! Bien; son señales de cariño y
afecto que agradezco! Pero, al fin y al
cabo, son sólo imágenes muertas. Tengo otras presencias vivas entre vosotros:
en mi Palabra, en la
Eucaristía, en medio de la comunidad reunida en mi nombre; y
esa otra presencia viva tan importante: en toda
persona; todo ser humano es “carne de mi carne y sangre de mi sangre” (Ef
5,29). Por eso, todo lo que hacéis al hermano, “a mí me lo hacéis” (Mt 25,40).
Esto lo habéis oído incontables veces, pero es cuestión de ponerlo en práctica
cada día con más generosidad. El gran teólogo Orígenes, se acercaba a la cuna
de su hijo bebe, le descubría el pechito y le daba un beso en él, porque
“venero en él a la Trinidad
de la que es moradal”, decía. Esto es todo un privilegio. ¡Qué sencillo es mi
mensaje: Se trata simplemente de amar a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo y
vivir la fraternidad, ser amigos, los hermanos de la fe, para ser icono de
nuestra Familia Divina. ¡Gracias por la Campaña de Navidad, por todo lo que habéis hecho
y hacéis por mis hermanos necesitados! Quiero recordaros aquella densa
afirmación de Agustín: “Si quieres llegar a Dios, vete por el camino del
hombre”; no hay otro camino. Quiero recordaros también que los pobres necesitan
comer todos los días del año, y que por lo tanto no es suficiente una
generosidad ocasional, sino que ha de ser permanente. ¡Gracias, asimismo, por
lo que lucháis por cambiar esta frábrica de pobres que es la sociedad, por una
sociedad de hermanos que comparten! Hay que seguir luchando, cada uno en su
ambiente. Esto es lo serio. Esto es lo que hace fecunda mi venida a la tierra y
lo que alegra mi corazón; este es mejor regalo de cumpleaños que me podéis
hacer; todo lo demás es pura pirotecnia infantil y engañosa. Estoy contento de
ser un hermano más entre vosotros. ¡Gracias por vuestra acogida fraternal. No
os dejéis arrastrar por las celebraciones sociales; vivid con profundidad el
misterio. En la navidad exterior, el belén se monta y se desmonta cada año; en la Navidad interior, el belén
queda dentro, y cada año se embellece más y más. Que después de las
celebraciones, no sólo podáis decir: “lo hemos pasado bien, sino, gracias a
Dios, “somos mejores”; de este modo el júbilo navideño seguirá, porque cada uno
llevará la fiesta dentro. Esto es lo que os deseo ardientemente. Contad para
ello con la luz y la fuerza de mi Espíritu. ¡Fecunda, Fraterna, Feliz Navidad y un Año, enteramente
nuevo! Vuestro Amigo y Hermano, Jesús de
Nazaret.
PARA LA
REFLEXIÓN, LA ORACIÓN Y
EL DIÁLOGO
1º- ¿Qué
pensamiento, afirmación o párrafo me ha llegado más?
2º- ¿Qué
propuestas creo que me (nos) hace el Señor como al joven del relato evangélico
en la celebración de Adviento y Navidad?
3º- ¿Qué
respuesta he de dar a las interpelaciones de Jesús?
4º- ¿Qué
paso hacia delante, que compromiso he (hemos) de asumir para que esta Navidad
sea “nueva” y sea portico para un año de verdad nuevo?
5º-
¿Qué sugerencias creo conveniente aportar en todos los aspectos?
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