. “Desnaturalizar” la miseria
Cuando estuve en la FAO, con motivo de la II Conferencia
Internacional sobre Nutrición, les decía que una de las incoherencias fuertes
que estábamos invitados a asumir era el hecho de que existiendo comida para
todos, «no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el
consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros
ojos».
Dejémoslo claro, la falta de alimentos no es algo natural, no es
un dato ni obvio, ni evidente. Que hoy en pleno siglo XXI muchas personas
sufran este flagelo, se debe a una egoísta y mala distribución de recursos, a
una “mercantilización” de los alimentos. La tierra, maltratada y explotada, en
muchas partes del mundo nos sigue dando sus frutos, nos sigue brindando lo
mejor de sí misma; los rostros hambrientos nos recuerdan que hemos desvirtuado
sus fines. Un don, que tiene finalidad universal, lo hemos convertido en
privilegio de unos pocos.
Hemos hecho de los frutos de la tierra – don para la humanidad –
commodities de algunos, generando, de esta manera, exclusión. El consumismo –
en el que nuestras sociedades se ven insertas – nos ha inducido a
acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a
veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros
parámetros económicos. Pero nos hará bien recordar que el alimento que se
desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre. Esta
realidad nos pide reflexionar sobre el problema de la pérdida y del desperdicio
del alimento a fin de identificar vías y modos que, afrontando seriamente tal
problemática, sean vehículo de solidaridad y de compartición con los más
necesitados.
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