Parece mentira que
todavía haya quienes se cuestionan la flexibilidad de las normas cuando, de lo
que se trata, es de servir al creyente y no de cerrarle las puertas.
Esa actitud tiene que
ver con una visión jerárquica de la institución eclesiástica, con indudable
desprecio hacia el laico, menospreciando el hecho de que Jesús nos haya
considerado sacerdotes, profetas y reyes.
Hay un pasaje del
Evangelio que sintetiza claramente que el servicio al prójimo está por encima
de las normas: El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para
el sábado (Mc 2, 27).
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