¿Qué sería de Chile si hubiésemos escuchado al Padre Hurtado?
La admiración por el Padre Hurtado se ha extendido en Chile, personas de todos los ámbitos –incluso no creyentes– reconocen en él a una figura notable, heroica y santa. Además el impacto de su legado todavía hoy marca presencia, es el caso del Hogar de Cristo, que lleva 70 años de existencia sirviendo a los más pobres; también de la revista Mensaje, que luego de 60 años sigue reflexionando y cuestionando a la sociedad; por otro lado está su influjo en la discusión laboral-sindical (ASICH) desde la perspectiva del Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia; y, por último, la prioridad que le dio en su vida a la formación de jóvenes consecuentes involucrados en la realidad, que se empaparon de Cristo participando activamente de acciones por una mayor justicia social. Todo esto y mucho más sigue dejando huella en nuestra comunidad y más allá de nuestras fronteras.
Sin embargo, se tiende a olvidar lo conflictivo de sus anuncios,
denuncias y acciones para esa época, más aún se ‘ocultan’ sus tensiones
con la Iglesia y los mismos jesuitas, el Estado y el empresariado, por
esa búsqueda incansable de la verdad, el bien y la justicia.
En
este día en que lo recordamos y que hemos ‘bautizado’ como ‘Día de la
Solidaridad’, y en medio de tanto ‘ruido’ por las reformas que se están
viviendo, conviene recorrer algunos ámbitos de su trayectoria y
preguntarnos qué habría ocurrido en nuestra nación si efectivamente
desde esa época se hubiesen puesto en práctica sus consejos, acciones y
enseñanzas. Brevemente, corriendo el riesgo de dejar fuera aspectos
importantes, me limitaré a analizar dos de estas dimensiones no
exclusivas ni excluyentes.
Como
antecedente es bueno recordar que el Padre Hurtado, como buen hijo
espiritual de Ignacio de Loyola, nos invita en sus reflexiones y
escritos a ‘no mirar tanto la paja en el ojo ajeno sino la viga en el propio’ y a ‘darnos a los demás… el que da crece’, algo clave en el camino de los Ejercicios Espirituales Ignacianos para vivir más cerca de Jesús y de su Iglesia.
Lo
primero que es fundamental en su pensamiento y acción es su
aproximación a la justicia social, un valor tratado de manera reiterada
en sus cuatro escritos clásicos (Humanismo Social, ¿Es Chile un país católico? Moral Social y Sindicalismo: historia, teoría y práctica) y por el cual fue duramente criticado incluso por sus propios hermanos jesuitas. “La
justicia es una virtud difícil, muy difícil, cuya práctica exige una
gran dosis de rectitud y de humildad. Hay mucha gente que está dispuesta
a hacer obras de caridad… pero que no puede resignarse a lo único que
debe hacer, esto es, a pagar a sus obreros un salario bueno y suficiente
para vivir como personas…”, reprochaba el Padre Hurtado a la sociedad de su época.
La manera de romper con esta práctica de la injusticia es desarrollar en cada uno el ‘sentido social’,
esa cualidad que nos lleva a preocuparnos de los demás, a luchar por el
bien común, a ponernos en su lugar y a tratarlos como nosotros
desearíamos ser tratados si estuviésemos en su lugar, “quien
tiene sentido social comprende perfectamente que todas sus acciones
repercuten en los demás hombres, que les producen alegría y dolor y
comprende, por tanto, el valor solemne del menor de sus actos”, afirmaba el Padre Hurtado.
Él insiste también que “entre el capital y el trabajo debe haber relaciones humanas”, profundiza esta reflexión al señalar que “el
capitalismo cree poseer todos los derechos. La justicia no parece estar
sino de su lado. Teniendo el derecho se puede tener todo. Ya ha
oprimido a tantos desgraciados que no se han levantado, ha engañado a
tantos que le han confiado sus ahorros y han seguido confiándoselos,
impuesto tantas leyes que eran favorables a sus designios, corrompido
tantos políticos… No se imagina que se le puede resistir tanto tiempo.
Cuando encuentra oposición de parte de los humildes, o de parte de los
sacerdotes, grita que eso es revolución, que es herejía, anarquía o
comunismo. Tiene tal conciencia de ser el orden, que se imagina que la
Iglesia no puede estar sino de su lado. Que se afirme delante de él los
derechos del hombre, nada le molesta más. Pero esta afirmación no basta.
Es necesario organizar a los hombres para que resistan”.
Él hace mención a la actividad política apuntando a que esta “mira
al bien común, está destinada a crear instituciones de justicia social
que traen el bien general… Que el país ve que sus políticos no buscan
intereses personales, sino los de la nación y que ponen todas sus
energías para dar bienestar no a un grupo sino a la masa de los
conciudadanos…”. No hay justicia social auténtica sin un profundo proceso de empatía personal y social, y fustiga a los creyentes al afirmar que “la fidelidad a Dios si es verdadera debe traducirse en justicia frente a los hombres”.
Leamos al Padre Hurtado desde lo que nos incomoda, esas reflexiones de él que todavía nos generan malestar por nuestro propio estilo de vida segregado y clasista, por ese aburguesamiento que nos lleva a olvidarnos de los demás y a mirarnos el ombligo, por ese encierro en nosotros mismos que nos hace insensibles al resto de la sociedad y nos pone soberbios, por esa tendencia a proteger nuestros bienes y a olvidar que en todos ellos hay una hipoteca social, por esa costumbre actual de refugiarnos en nuestra comodidad ignorando el abandono, la injusticia y la miseria en que viven millares de familias en Chile y Latinoamérica.
En segundo término es su preocupación por la educación, por el acceso de las ‘masas populares’ a ella. Al referirse a las miserias de nuestro pueblo, señala que “no
podemos en Chile obtener reforma alguna sin dar antes solución al
problema de la ignorancia y falta de educación de nuestro pueblo… más
grave aún es la falta de educación que capacita a nuestro pueblo para
llevar una vida digna de hombre”.
Aboga para que cada niño y niña en Chile sea tratado de manera digna e
igualitaria, nos pone en la cara las cifras más crudas de la realidad
infantil de su tiempo y de la calidad de la educación que se les
entregaba a los más pobres, muchas voces y medios de comunicación se
alzaron contra él y lo acusaron de comunista y revolucionario, también su entorno cercano lo censuraba.
A
mediados de los 50 le escribe una carta al Padre Janssens, General de
la Compañía de Jesús, en la que le manifiesta sus dudas acerca de la
construcción del Colegio San Ignacio El Bosque, dando 6 razones en
contra, en la tercera de las cuales plantea su preocupación por la
existencia de un colegio para los muy ricos en medio de una “crisis
de la aristocracia, y más bien de la nueva plutocracia, sin ideal
sobrenatural, amando solamente el confort y la entretención”, por el contrario, al final de la carta, manifiesta su satisfacción en cuanto a que gracias a una herencia se podrá “transformar el Colegio San Ignacio (Alonso de Ovalle) en un colegio gratuito”. El que tenga oídos que oiga.
Estos
dos ámbitos me parecen por ahora suficientes para que los reflexionemos
como individuos y también como sociedad, y podamos verlos a la luz de
las importantes reformas sociales que llevamos adelante.
Leamos
al Padre Hurtado desde lo que nos incomoda, esas reflexiones de él que
todavía nos generan malestar por nuestro propio estilo de vida segregado
y clasista, por ese aburguesamiento que nos lleva a olvidarnos de los demás y a mirarnos el ombligo, por ese encierro en nosotros mismos que nos hace insensibles al resto de la sociedad y nos pone soberbios, por esa tendencia a proteger nuestros bienes y a olvidar que en todos ellos hay una hipoteca social,
por esa costumbre actual de refugiarnos en nuestra comodidad ignorando
el abandono, la injusticia y la miseria en que viven millares de
familias en Chile y Latinoamérica. “Se trata no solamente de paliar la miseria, sino de suprimirla”, sentenciaba él.
Será
nuestra juventud la que seguramente nos seguirá abriendo los ojos hacia
lo que no queremos ver como adultos, hoy son muchos de ellos y ellas
los que con mayor libertad se atreven a hablar y a comprometerse para
cambiar las injusticias que aún subyacen a tantas de nuestras relaciones
sociales, culturales, religiosas y económicas. El mismo Padre Hurtado
ya en su tiempo afirmaba que “hay
mucho heroísmo latente en nuestros jóvenes. Hay en ellos y ellas
energías inmensas que requieren de alguien que las despierte y les
muestre una causa lo bastante grande para ser digna de su vida”.
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