La Iglesia debe suprimir la
Navidad
Pedro de
Hoyos. Jueves 29 de diciembre
La idea no es mía, que la he leído hace unas fechas en “Cartas al Director” de uno de los periódicos nacionales firmada por Berta Ibáñez desde Ávila.
Y me pareció esencialmente buena idea puesto que el vínculo entre la actual celebración navideña y la Religión es mera coincidencia, sobre todo si relacionamos los orígenes reales de las celebraciones navideñas con los actuales festejos sociales. Nada más alejado de la realidad original cristiana que los actuales fastos, los excesos absurdos y la vorágine consumista de una sociedad que ha perdido la referencia religiosa de unas fiestas que han quedado en unas grandes celebraciones folclóricas y poco más.
La Navidad es la celebración de un intento inútil de cambiar el mundo, porque la sociedad egocéntrica, egotista y egoísta prefirió escoger como verdadero dios al dinero y no a un Niño nacido en la marginación social. La sociedad laica y hedonista ha fagocitado una fiesta que nació para ser exclusivamente religiosa, pero el capitalismo puede con todo y hemos perdido el objetivo primitivo, desvirtuando unos sucesos esencialmente religiosos y revolucionarios (Así les fue a los primeros cristianos),
convirtiéndolos en pólvora mojada, desproveyéndoles de su sentido natural, de solidaridad, de justicia, de salvación, trasladando la alegría íntima que ello debía producirnos a pantagruélicos gastos de millones de euros, que viajan despreocupadamente de bolsillo en bolsillo sin aparentemente detenerse nunca.
¿Dónde está el espíritu cristiano, no ya navideño, de una sociedad laica, mal que nos pese a algunos, que durante estos días ha puesto su objetivo en comer mucho y bien, en vestir caro y elegante y en autocomplacerse con enormes dispendios mientras a su lado la injusticia que aquel Niño vino a corregir florece con energía primaveral? Y todo ello tiene lugar ante la presencia de unas autoridades eclesiásticas que deberían
esforzarse inteligentemente en desengancharse de una sociedad que previamente se ha desenganchado de ellas, La Iglesia debe desconectarse contundentemente de quien de ella se ha desconectado tan zafia y groseramente.
Seamos sinceros, se trata de tener fiesta porque sí, sin importarnos el motivo. A los ciudadanos, a una inmensa mayoría de ciudadanos, el impulso (¿o el pretexto?) religioso le trae sin cuidado, sólo importa que al día siguiente podamos contar en la
oficina lo bien que lo hemos pasado, dónde hemos cenado y bailado y con quién, cuándo Ah, y lo muchísimo que nos ha costado todo eso. Todo lo demás sobra. Es una fiesta pagana, una fiesta porque sí, porque nos
apetece sin más.
En la actualidad la sociedad carece de motivos festivo-filosóficos que excedan de lo buena que estaba aquella chavala del cotillón. ¿Lo demás qué importa en una sociedad
tan radical e intolerante que llega a arrojar a la basura los “belenes” que elaboran los niños en la escuela?
Si el día 25 de diciembre fuese un día de trabajo, puesto que la Iglesia no facilitaría a nadie la excusa religiosa, la Navidad sería una celebración sincera, pura y profunda, sin mezcolanzas folclóricas populares. Sólo lo celebrarían cristianos
convencidos y comprometidos, que harían un hueco en su horario laboral para cumplir las obligaciones adquiridas con... su propio espíritu. Además ahorraríamos millones de euros en estúpidos gastos de iluminación de nuestras laicas avenidas y plazas, el petardeo infernal en otras latitudes contribuyendo de esta forma a un mundo menos contaminado. La Iglesia marcaría así una envidiable distancia con un mundo con el que no puede estar más en desacuerdo, al menos si, insisto, nos fijamos en la Iglesia primigenia, la original, la de Cristo y los primeros cristianos.
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