MAURICIO SILVA, “El cura barrendero” (1925 – 1977) EN PENSAMIENTO DISCEPOLEANO VOLVEMOS A RECORDAR A LOS SACERDOTES QUE HICIERON HISTORIA Y QUE LA HISTORIA OFICIAL PREFIERE "OLVIDAR".
Un 20 de septiembre de 1925 nace Kléber Silva Iribarnegaray en las afueras de Montevideo, Uruguay, quien más tarde adoptará el nombre de Mauricio. La mala situación económica de la familia quedó registrada en el certificado de nacimiento “Exonerado de estampilla por haber justificado pobreza”. Su padre, Antonio Jerónimo Silva, ladrillero y agricultor, y su madre Ramona Iribarnegaray tendrían otros cuatro niños.
En 1928 fallece el padre de los Silva, aumentando las penurias económicas de la familia, que llevarán a Doña Ramona a entregar en custodia a Kléber y su hermano Jesús en 1938 al instituto educativo “El Manga” de la congregación Salesiana, autorizando la carrera sacerdotal de ambos.
En 1928 fallece el padre de los Silva, aumentando las penurias económicas de la familia, que llevarán a Doña Ramona a entregar en custodia a Kléber y su hermano Jesús en 1938 al instituto educativo “El Manga” de la congregación Salesiana, autorizando la carrera sacerdotal de ambos.
Siendo aspirante salesiano comienza a ser llamado Mauricio, y con 19 años emigra hacia la Patagonia para continuar sus estudios sacerdotales, para, en 1948 en Córdoba, emitir sus votos perpetuos de compromiso religioso.
Tras un paso breve por Montevideo, se radica definitivamente en 1952 en Argentina, donde es derivado por la Congregación al Puerto San Julián, desempeñándose como maestro de primaria y catequista.
En plena consolidación del peronismo y su consecuente mejora en las condiciones de vida de los más humildes, Mauricio tiene su propia visión del proceso político y su hermano Jesús dirá al respecto: “A él, el proceso le entusiasmaba y estaba muy conforme. La idea que teníamos del peronismo y de Perón la fuimos viendo y formando junto con el pueblo que, en ese momento, depositaba en ese hombre toda la confianza. Mauricio defendió mucho ese proceso”.
Por aquellos años los oprimidos comenzaban a organizarse para alzar su voz y dar batalla, y América Latina no era la excepción; esta coyuntura encuentra a un Mauricio comprometido con su tiempo, encontrando similitudes en los grados de explotación de los trabajadores rurales uruguayos del 1962, con los del sur argentino, esto le da una visión global de la lucha por llevar adelante.
El vivir de cerca la pobreza, el dolor del hambre, la injusticia, y la situación de efervescencia y participación política significaron para Silva la necesidad de hacer carne el mensaje del Evangelio. Esta opción se profundiza luego de los cambios que se producen al interior de la Iglesia tras la impronta de los documentos elaborados por los obispos latinoamericanos que siente la necesidad de estar con los más humildes. En este contexto, Mauricio cree poder llevar adelante su compromiso al lado de los explotados, sumándose en 1970 a las filas de “Los Hermanitos del Evangelio” quienes habían arribado al país en la década del ’60 instalándose en la zona de acción de la Forestal (Fortín Olmos) para identificarse con el sufrimiento del explotado, en este caso, de hacheros y trabajadores rurales.
El ingreso a este grupo estaba condicionado a la realización del noviciado en Suriyaco, La Rioja, en épocas del obispo Enrique Angelelli, para luego instalarse en Rosario por poco tiempo y desempeñándose como reciclador de basura; corría el año 1972 y en la Argentina la dictadura de Lanusse comienza a preparar su retiro empujado por el ascenso imparable de vastos sectores de la sociedad argentina.
Según su par Patricio Rice, que más tarde será uno de los más activos religiosos en la denuncia internacional sobre las violaciones a los derechos humanos en la Argentina, Mauricio “entendía que tenía que vivir con los más pobres y ser fermento de la masa. Pero él no quería ser ni dirigente ni líder”.
En el verano de 1973, regresa a Fortín Olmos, para ese momento la dictadura es derrotada en las urnas y vuelve al gobierno el peronismo tras la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, luego de 18 años de proscripción y persecuciones. La Fraternidad de Fortín Olmos participa activamente en la zona del chaco santafesino, en palabras de Rice: “la Fraternidad había participado en Fortín Olmos de las elecciones organizando a la gente. En la zona había un enfrentamiento muy grande entre el sector peronista y el sector estanciero y ex contratistas representados en el partido radical. La preocupación de Mauricio era que la gente del pueblo pudiera acceder a las listas peronistas en la comuna”. A pesar de los esfuerzos, el peronismo pierde en la zona, pero vale para reflejar el compromiso de la Fraternidad con los trabajadores; siendo justamente esta solidaridad de acción la que les valdría la persecución abierta de la Policía local como así también la violación sistemática de su correspondencia personal.
Mauricio se traslada a Buenos Aires para proyectar su tarea, llegando a la capital en 1973, donde comienza a organizar una comunidad dedicada a la evangelización y al acompañamiento de los obreros municipales dedicados a la limpieza y en pésimas condiciones laborales.
Sus principios lo llevan a emplearse como barrendero municipal, y a ser uno más entre los trabajadores para dar el ejemplo y militar gremialmente junto a sus compañeros, con el Evangelio bajo el brazo. En la tarea lo acompañan su hermano Jesús y su otra gran amigo, Vermundo Fernández, sacerdote español. Con esta decisión cumple los preceptos esenciales de la Fraternidad, que predicaba realizar los trabajos más duros para acompañar a los obreros más pobres.
Luego de la decisión Mauricio recordaba: “Lo cierto es que un buen día en Buenos Aires, con toda mi carga de esperanzas, me sorprendí mirando en La Boca a un barrendero… un hombre pequeño y sucio limpiando una calle. Cosa de segundos, allí estaba mi lugar, y ‘los muchos hombres que tengo en la ciudad para ti’, como encontré luego en San Pablo”.
Se instala en la Fraternidad del barrio de La Boca hasta que con Veremundo Fernández inicia la experiencia de comunidad en un conventillo de la calle Malabia 1450, en Palermo.
Como barrendero, se desempeñó en el corralón de limpieza urbana del barrio de Floresta.
En esos años la persecución por parte de la Triple A comenzaba a incrementarse, y en 1974 cae asesinado por la organización comandada por López Rega el sacerdote Carlos Mugica, alertando con esto a todos los religiosos que habían optado por predicar junto a los más pobres. Sin embargo, no alcanza para detener a Mauricio en la pelea junto a los barrenderos. Participa en las elecciones del gremio municipal, apoyando a los sectores opositores a la burocracia, en la conducción del mismo.
Sus compañeros de trabajo y sacerdocio le advierten que tome recaudos, porque perciben que puede ser víctima de un atentado, pero él toma la decisión de no abandonar jamás la suerte de los más pobres, y quedarse junto a ellos pase lo que pase. La hermana de la Fraternidad Marta Garaycochea recuerda: “… la otra cosa de la que se hablaba seguido era de no abandonar el país por nada, aunque llegara lo que sabíamos que iba a llegar. Porque la reflexión era ésta: si queremos compartir la suerte con ellos, un pobre no tiene pasaporte, ni plata para bancarse, ni nadie influyente que le pueda dar la plata para el pasaje y salir del país cuando alguien lo persigue. Así que íbamos a sufrir si nos tocaba”.
El golpe de esta de 1976 lo encuentra firme junto a sus compañeros de trabajo, sabiendo el peligro que se cernía sobre él y tantos otros luchadores. Un encuentro de Fraternidades en Colombia, al que asiste junto a su hermano y en el que se tratan las acciones a seguir ante las dictaduras en todo el continente, hubiera sido un buen motivo para salvarse de las garras asesinas de las fuerzas de seguridad, pero Mauricio decidió cumplir su palabra, su compromiso con los pobres.
En marzo de 1977 está de vuelta, previa recorrida por otras Fraternidades en Colombia, Venezuela, Ecuador y Bolivia.
La represión comienza a caer sobre la Fraternidad. El 8 de abril desaparece Carlos Bustos y el 19 Juan José Chiche Kratzer sale rumbo a Venezuela. Entre el 5 y el 6 son secuestrados los compañeros del corralón de Floresta, Mauricio Néstor Sanmartino y Julio Goitía, integrantes ambos de la lista opositora al sindicato municipal. El 14 de junio de 1977 llega el turno de Mauricio, a las 9,30 hs. un Ford Falcon Blanco lo intercepta mientras realizaba sus tareas laborales: barrer la calle y se lo lleva entre el asombro de los vecinos.
En septiembre, monseñor Pichi informa que lo vio en Campo de Mayo y que estaba a disposición de la justicia militar. Un mes más tarde, el mismo obispo, confirma su ausencia.
A partir de 1978, Patricio Rice y Jesús Silva –su hermano- denuncian la situación desde los Estados Unidos. El mismo año llega una noticia muy difundida: una religiosa habría visto a Mauricio moribundo en un hospital de Buenos Aires. En marzo de 1984, amigos pensaron haberlo reconocido en un programa de televisión filmado en el hospital psiquiátrico Borda de Buenos Aires, pero no se pudo confirmar nada.
Con 51 años desaparecía aquel sacerdote amante de la lectura, fanático por el fútbol, hincha de Peñarol, guitarrero y cantor discreto, buen orador, afectuoso, de una personalidad atrapante para muchos de los que lo conocieron.
Mauricio Silva se suma a la lista de los sacerdotes desaparecidos y asesinados durante la dictadura militar iniciada en 1976. Carlos Mugica, Angelelli, Carlos Ponce de León, los cinco palotinos acribillados en la parroquia de San Patricio, entre otros, cometieron el sacrilegio “subversivo” de vivir el evangelio como lo hizo Jesús, sin nada a cambio, sumidos entre los pobres, luchado contra los privilegios de los sectores dominantes. El mismo camino siguieron la gran mayoría de los Hermanitos del Evangelio, quienes se encuentran desaparecidos, siendo la Fraternidad más castigada por la última dictadura.
Décadas después, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires declara el 14 de junio día del barrendero municipal, en homenaje a Mauricio… Silva.
Los sectores dirigentes de la Iglesia Católica Argentina de entonces, optaron por mirar hacia otro lado, no haciendo uso de su fuerte influencia política para evitar o denunciar las desapariciones de sus propios pares, como bien quedó plasmado en la investigación de Emilio Mignone.
FACUNDO CERSÓSIMO Y CECILLA FERRONI – LOS MALDITOS – VOLUMEN IV – PÁGINA 365
Editorial Madres de Plaza de Mayo
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