lunes, 20 de marzo de 2017

DETODQASPARTESVIENEN, de JuanCEJUDO. EL ESTILO de VIDA de JESUS. Benjamín FORCANO


.Se ha cumplido el plazo, ya llega el reinado de Dios. Enmendáos y creed en la BUENA NOTICIA
La vida de Jesús comienza con el bautismo en el Jordán, en el sentido de que está dispuesto a una entrega total para el bien de la humanidad, sacando a los hombres de la situación de injusticia y opresión, aunque para lograrlo tenga que perder la propia vida. El compromiso que ahí toma es el de crear una sociedad nueva, basada en unas relaciones de justicia y amor; una sociedad alternativa, consciente de que tendrá tentaciones y poderes que intentarán impedírselo. El cuenta con esa oposición, pero sabrá superarla a base de una opción personal libre y responsable, que le llevará a no separar nunca su fidelidad a Dios de su entrega a los hombres y a vencer todo afán de dominar a los demás.
La nueva realidad, la causa, que Jesús predica y para la que vive, es el reino de Dios, que hace posible una sociedad nueva, basada en la justicia y en el amor, digna del hombre. Es su Buena Noticia.
En él, la comunicación definitiva entre lo humano y lo divino
En el momento del Bautismo, se oye una voz del cielo que dice: “En ti me complazco”. Sincronía perfecta entre Dios y Jesús, en El se establece la comunicación definitiva entre lo humano y lo divino, en él encuentra su lugar natural el Espíritu de Dios, el amor de Dios por la humanidad. Con razón es su hijo, no sólo por nacer de El sino por su modo de comportarse igual a Dios. Para conocer de verdad a Dios no hay sino decir y hacer lo que Jesús. Nadie más que El puede contarnos quién es y cómo es Dios.
El resto debiéramos saberlo todos y no olvidarlo nunca: Jesús anuncia su Buena Nueva en su sociedad, en medio de la situación política existente y dentro de la instituciones judías: Sanedrín, templo, sacerdocio, sinagoga, ley, letrados, sábado, ideologías… Y en un tiempo en que era enorme la expectativa de la llegada del reino de Dios, que sería inaugurado por el Mesías. Todos esperaban ese reinado desde diversas visiones y actitudes. Todos lo esperaban y coincidían en lo mismo: el reinado de Dios sería el régimen teocrático de Israel, con eliminación del poder romano y con su posterior dominio a través de las instituciones tradicionales: Monarquía, ley, Templo.
Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo es estar dentro del Reino de Dios
Y ahí en esa sociedad, y en ese tiempo, aparece Jesús:
. Marcos 1,14
“Cuando detuvieron a Juan, Jesús se fue a Galilea a pregonar de parte de Dios la buena noticia: Se ha cumplido el plazo, ya llega el reinado de Dios. Enmendáos y creed en la buena noticia.
.Otras palabras de Jesús que revelan su causa
El primer mandamiento nos enseña amar a Dios con todo el corazón y el segundo amar al prójimo como a uno mismo. Quien esto hace, está dentro del reino de Dios (Mt 12, 29-34).
– Vosotros estáis ya en el secreto de lo que es el reinado de Dios, pues sabéis que la simiente del mensaje no da cosecha si no encuentra una tierra buena que lo escuche y lo acepte. El que cumple la voluntad de Dios, ese es hermano mío y hermana y madre (Lc 4, 1-34).
– El que pierda su vida por mi y por la buena noticia, la salvará. Porque, ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si malogra su vida? (Mr 8, 34-38).
– El que entre vosotros quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos (Mr 9, 33-37).
Jesús de Nazaret traicionado y condenado
¿A quién puede extrañar que Jesús acabara siendo crucificado? Justo en la capital de Jerusalén, a la vista de los más altos dirigentes religiosos, sabiéndose vigilado por el poder romano, enseña y actúa como un hombre libre y enseña a ser libre y liberarse de todas las opresiones creadas por los hombres. Esa libertad le lleva a revolucionar la imagen que de Dios proyectan los guías religiosos de Israel.
Lógicamente el conflicto de Jesús con el poder y sus dirigentes (sacerdotes, letrados, etc.) era inevitable. Cuestionaba de arriba abajo su sistema, el sistema montado por ellos, ellos que controlaban todo, la doctrina , las prácticas y los ritos . No podían ver con indiferencia a este hombre con el mensaje que predicaba y con la libertad que lo hacía. Anunciaba una nueva relación con Dios, una nueva imagen de Dios, de la que brotaba una nueva sociedad: más igualitaria , más justa, más fraterna y más pacífica. En realidad, Jesús hacía remover los cimientos de la sociedad judía. No podían tolerarlo y, como consecuencia, le iban a calumniar, perseguir, juzgar y condenar.
Ante ese conflicto, Jesús tiene que enfrentarse sin escapatorias, si es que se empeñaba en seguir adelante con su mensaje. Dios no lo iba a liberar milagrosamente, porque el Dios de Jesús no es el Dios omnipresente de la filosofía helénica, el Dios omnipotente ligado a la fuerza y el poder, sino el Dios anonado, limitado, vulnerable, pobre, compasivo , que no podía ser suplantado por el Dios pagano.
Y fue condenado a muerte, violentamente crucificado , no como precio, sangre, sacrificio o rescate impuesto por Dios por los pecados de la humanidad , exigido para reconciliarse con ella. Sería una crueldad tremenda la de ese Dios sádico que exige la muerte de su hijo, una muerte infamante, como reparación a su honor.
El vivir de Jesús: un retrato de su vida.
Nada para concluir esta breve síntesis del Nazareno, como presentar bien relevante lo que podría ser un retrato suyo. Porque ese retrato nos indicará sin más cómo debemos ser si queremos seguirle y qué cosas no pueden concordar con su enseñanza y modo de vida. Y es la mejor manera de corregir y sanar las falsas imágenes que nosotros hemos podido crearnos acerca de su vida o la del Dios que El anuncia. Ese retrato vivo actuará como espejo y aguijón para que no transijamos con lo que no debemos transigir, de modo que al contemplarlo no tendremos más remedio que despojarnos de cuanto es contrario a su estilo de vida.
Me atrevo a dibujarlo de la siguiente manera:
En tiempos de Jesús, lo normal era vivir conforme al grupo. Sin embargo, a él comenzó por no impresionarle la erudición de los escribas, discrepaba de ellos, cuestionaba la tradición, la autoridad, todo supuesto inamovible.
Jesús aparece como un hombre que tiene el valor que le dan sus convicciones, independiente, sin ningún rastro de miedo, sin temor a originar escándalo, o a perder su reputación e incluso la propia vida. Jesús se mezcla con los pecadores y parece disfrutar de su compañía, se mostraba tolerante respecto a las leyes, no parecía sublevarse ante lo que los dirigentes de su pueblo consideraban la gravedad del pecado y era natural en su trato con Dios.
No poseía buena reputación, se le clasificaba como a un pecador más , era amigable su trato con las mujeres y, también, con las prostitutas, le importaba un comino el prestigio a los ojos de los demás, no buscaba la aprobación de nadie.
Sus adversarios le reconocían ser honrado y audaz, (“Sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios” ( Lc 12, 14). Nunca pudieron acusarle de insinceridad, hipocresía o miedo, pero al mismo tiempo le acusaban de estar poseído por el demonio, de ser un borracho, un glotón, un pecador y un blasfemo.
Todo esto hacía que la gente se preguntase: “¿Quién es este hombre?”. Jesús no recabó para sí otra cosa que designarse y ser designado como el “hijo del hombre” sinónimo de humano, y lo hacía así en lugar de decir “yo”. Simplemente pretendía afirmar su identificación con el hombre en cuanto hombre. Jesús sorprende a los dirigentes cuando dice que el “hijo del hombre” es dueño del sábado , tiene poder de perdonar los pecados , no tiene lugar en la sociedad y padecerá violencia a manos de los hombres.
Las señas de la identidad de Jesús son su humanidad, sin que necesite ningún título, función o dignidad. Encomienda a sus discípulos que nadie debe dejarse llamar Rabbí, Padre, Preceptor, pues lo definidor de todos es la hermandad: “todos vosotros sois hermanos”. Lo que hace a Jesús incomparablemente grande es que habló y actuó con una autoridad singular, ajena por completo a la ejercida por los grandes de este mundo: “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan y que los grandes les imponen su autoridad. No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande sea servidor vuestro y el quiera ser primero sea siervo vuestro” (Mt 20,25-27).
Jesús habla a sus adversarios en parábolas, les pregunta, trata de convencerlos, les invita a pensar por cuenta propia. Era inusitada la firmeza de sus convicciones, proclamaba la verdad sin vacilaciones, sin apelar a la autoridad de la tradición ni siquiera de los mismos textos sagrados. Pretendía que la gente entendiera la verdad de sus palabras sin apoyarse en tipo alguno de autoridad.
Jesús no tuvo más autoridad que la autoridad de la verdad misma. Hizo de la verdad su autoridad. Jesús sabía que la autoridad de la verdad es la autoridad de Dios y esa era la que El poseía. Bastaba, pues, obedecer a la verdad para vivir de un modo veraz. El estaba seguro de decir la verdad, de que sus convicciones eran verdaderas, por sí mismas.
En ese mismo plano, Jesús no tiene dificultad en reconocer y alabar a todo aquel que realiza la liberación, no le importa quién sea, con tal que la gente sea liberada. ( Cfr. ¿Quién es este hombre? ST, 1981, pp. 192-204).
A Jesús se le reconocía no sólo por su libertad y coherencia sino por su programa, en el cual declaraba cosas como estas:
. Hay que amar, incluso al enemigo.
. Hay que perdonar y ser misericordioso.

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