CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL CARDENAL PETER K. A. TURKSON CON MOTIVO DE LA CONFERENCIA INTERNACIONAL
«DE POPULORUM PROGRESSIO A LAUDATO SI’»
Venerable
Hermano
Señor Cardenal Peter K. A. Turkson
Prefecto del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral
Señor Cardenal Peter K. A. Turkson
Prefecto del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral
En estos días,
los representantes de diversas organizaciones sindicales y movimientos de
trabajadores se han reunido en Roma, convocados por el Dicasterio para el
Servicio Humano Integral, para reflexionar y debatir sobre el tema «De
Populorum Progressio a Laudato Si’. El trabajo y el movimiento de los
trabajadores en el centro del desarrollo humano integral, sostenible y
solidario». Doy las gracias a Vuestra Eminencia y a los colaboradores, asimismo
saludo con afecto a todos ustedes.
El Beato Pablo
VI en su encíclica Populorum Progressio decía que «el desarrollo [humano] no se
reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral»,
es decir, promover toda la integridad de la persona, y también a todas las
personas y pueblos[1]. Y dado que «la persona florece en el trabajo»[2], la
Doctrina Social de la Iglesia ha enfatizado, en repetidas ocasiones, que ésta
no es una cuestión entre tantas, sino más bien la «clave esencial» de toda la
cuestión social[3]. En efecto, el trabajo «condiciona no sólo el desarrollo
económico, sino también el cultural y moral de las personas, de la familia, de
la sociedad»[4].
Como base del
florecimiento humano, el trabajo es clave para el desarrollo espiritual. Según
la tradición cristiana, éste es más que una simple labor; es, sobre todo, una
misión. Colaboramos con la obra creadora de Dios, cuando por medio de nuestro
obrar cultivamos y custodiamos la creación (cf. Gn 2,15)[5]; participamos, en
el Espíritu de Jesús, de su misión redentora, cuando mediante nuestra actividad
alimentamos a nuestras familias y atendemos las necesidades de nuestro prójimo.
Jesús, quien «dedicó la mayor parte de su vida terrena a la actividad manual
junto al banco del carpintero»[6] y consagró su ministerio público a liberar a
personas de enfermedades, sufrimientos y de la muerte misma[7], nos invita a
seguir sus pasos a través del trabajo. De este modo, «cada trabajador es la
mano de Cristo que continúa creando y haciendo el bien»[8].
El trabajo,
además de ser esencial para el florecimiento de la persona, es también la clave
para el desarrollo social. «Trabajar con otros y para otros» [9], y el fruto de
este hacer «es ocasión de intercambio, de relaciones, y de encuentro»[10]. Cada
día, millones de personas cooperan al desarrollo a través de sus actividades
manuales o intelectuales, en grandes urbes o en zonas rurales, con tareas
sofisticadas o sencillas. Todas son expresión de un amor concreto para la
promoción del bien común, de un amor civil[11].
El trabajo no
puede considerarse como una mercancía ni un mero instrumento en la cadena
productiva de bienes y servicios[12], sino que, al ser primordial para el
desarrollo, tiene preferencia sobre cualquier otro factor de producción,
incluyendo al capital[13]. De allí el imperativo ético de «preservar las
fuentes de trabajo»[14], de crear otras nuevas a medida que aumenta la
rentabilidad económica[15], como también se necesita garantizar la dignidad del
mismo[16].
Sin embargo,
tal como lo advirtió Pablo VI, no hay que exagerar la mística del trabajo. La
persona «no es sólo trabajo»; hay otras necesidades humanas que necesitamos
cultivar y atender, como la familia, los amigos y el descanso[17]. Es
importante, pues, recordar que cualquier tarea debe estar al servicio de la
persona, y no la persona al servicio de esta[18], lo cual implica que debemos
cuestionar las estructuras que dañan o explotan a personas, familias,
sociedades o a nuestra madre tierra.
Cuando el
modelo de desarrollo económico se basa solamente en el aspecto material de la
persona, o cuando beneficia sólo a algunos, o cuando daña el medio ambiente,
genera un clamor, tanto de los pobres como de la tierra, que «nos reclama otro
rumbo»[19]. Este rumbo, para ser sostenible, necesita colocar en el centro del
desarrollo a la persona y al trabajo, pero integrando la problemática laboral
con la ambiental. Todo está interconectado, y debemos responder de modo
integral[20].
Una
contribución válida a dicha respuesta integral por parte de los trabajadores,
es mostrar al mundo lo que ustedes bien conocen: la conexión entre las tres
«T»: tierra, techo y trabajo[21]. No queremos un sistema de desarrollo
económico que fomente gente desempleada, ni sin techo, ni desterrada. Los
frutos de la tierra y del trabajo son para todos[22], y «deben llegar a todos
de forma justa»[23]. Este tema adquiere relevancia especial en relación con la
propiedad de la tierra, tanto en zonas rurales como urbanas, y con las normas
jurídicas que garantizan el acceso a la misma[24]. Y en este asunto el criterio
de justicia por excelencia, es el destino universal de los bienes, cuyo
«derecho universal a su uso» es «principio fundamental de todo el ordenamiento
ético-social»[25].
Es pertinente
recordar esto hoy, cuando celebraremos dentro de poco el septuagésimo
aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, y también cuando
los derechos económicos, sociales y culturales deben percibirse con mayor
fuerza. Pero la promoción y defensa de tales derechos no puede realizarse a
costa de la tierra y de las generaciones futuras. La interdependencia entre lo laboral
y lo ambiental nos obliga a replantearnos la clase de tareas que queremos
promover en el futuro y las que necesitan reemplazarse o relocalizarse, como
pueden ser a modo de ejemplo, las actividades de la industria de combustibles
fósiles contaminantes. Es imperiosa una transferencia de la industria
energética actual a una más renovable para cuidar nuestra madre tierra. Pero es
injusto que dicha transferencia sea pagada con el trabajo y el techo de los más
necesitados. Es decir, el costo de extraer energía de la tierra, bien común
universal, no puede recaer sobre los trabajadores y sus familias. Los
sindicatos y movimientos, que saben de la conexión entre trabajo, techo y
tierra, tienen la obligación de aportar al respecto.
Otra
contribución importante de los trabajadores para el desarrollo sustentable, es
la de resaltar otra triple conexión, un segundo juego de tres «T»: esta vez
entre trabajo, tiempo y tecnología. En cuanto al tiempo, sabemos que la
«continua aceleración de los cambios» y la «intensificación de ritmos de vida y
de trabajo», que algunos llaman «rapidación», no colaboran con el desarrollo
sostenible ni con la calidad del mismo[26]. También sabemos que la tecnología,
de la cual recibimos tantos beneficios y oportunidades, puede obstaculizar el
desarrollo sustentable cuando está asociada a un paradigma de poder, dominio y
manipulación[27].
En el contexto
actual, conocido como la cuarta revolución industrial, caracterizado por esta
rapidación y la refinada tecnología digital, la robótica, y la inteligencia
artificial[28], el mundo necesita de voces como la de ustedes. Son los
trabajadores quienes, en su lucha por la jornada laboral justa, han aprendido a
enfrentarse con una mentalidad utilitarista, cortoplacista, y manipuladora.
Para esta mentalidad, no interesa si hay degradación social o ambiental; no
interesa qué se usa y qué se descarta; no interesa si hay trabajo forzado de
niños o si se contamina el río de una ciudad. Sólo importa la ganancia
inmediata. Todo se justifica en función del dios dinero[29]. Dado que muchos de
ustedes han contribuido a combatir esta patología en el pasado, se encuentran
hoy muy bien posicionados para corregirla en el futuro. Les ruego que aborden
esta difícil temática y que nos muestren, desde su misión profética y
creativa[30], que es posible una cultura del encuentro y del cuidado. Hoy ya no
es sólo la dignidad del empleado la que está en juego, sino la dignidad del
trabajo de todos, y de la casa de todos, nuestra madre tierra.
Por ello, y tal
como lo afirmé en la encíclica Laudato Si’, necesitamos de un diálogo sincero y
profundo para redefinir la idea del trabajo y el rumbo del desarrollo[31]. Pero
no podemos ser ingenuos y pensar que el diálogo se dará naturalmente y sin
conflictos. Hacen falta agentes que trabajen sin cesar para generar procesos de
diálogo en todos los niveles: a nivel de la empresa, del sindicato, del
movimiento; a nivel barrial, de ciudad, regional, nacional, y global. En este
diálogo sobre el desarrollo, todas las voces y visiones son necesarias, pero en
especial aquellas voces menos escuchadas, las de las periferias. Conozco el
afán de mucha gente por traer dichas voces a la luz en los foros donde se toman
decisiones sobre el trabajo. A ustedes les pido que se sumen a esta noble labor.
La experiencia nos dice que para que un diálogo sea fructífero, es preciso partir de lo que tenemos en común. Para dialogar sobre desarrollo, es conveniente recordar lo que nos aúna: nuestro origen, pertenencia y destino[32]. Sobre esta base, podremos renovar la solidaridad universal de todos los pueblos[33], incluyendo la solidaridad con los pueblos del mañana. Además, podremos encontrar el modo de salir de una economía de mercado y de finanzas, que no da al trabajo el valor que corresponde, y orientarla hacia aquella en la que la actividad humana es el centro[34].
La experiencia nos dice que para que un diálogo sea fructífero, es preciso partir de lo que tenemos en común. Para dialogar sobre desarrollo, es conveniente recordar lo que nos aúna: nuestro origen, pertenencia y destino[32]. Sobre esta base, podremos renovar la solidaridad universal de todos los pueblos[33], incluyendo la solidaridad con los pueblos del mañana. Además, podremos encontrar el modo de salir de una economía de mercado y de finanzas, que no da al trabajo el valor que corresponde, y orientarla hacia aquella en la que la actividad humana es el centro[34].
Los sindicatos
y movimientos de trabajadores por vocación deben ser expertos en solidaridad.
Pero para aportar al desarrollo solidario, les ruego se cuiden de tres
tentaciones. La primera, la del individualismo colectivista, es decir, de
proteger sólo los intereses de sus representados, ignorando al resto de los
pobres, marginados y excluidos del sistema. Se necesita invertir en una
solidaridad que trascienda las murallas de sus asociaciones, que proteja los
derechos de los trabajadores, pero sobre todo de aquellos cuyos derechos ni
siquiera son reconocidos. Sindicato es una palabra bella que proviene del
griego dikein (hacer justicia), y syn (juntos)[35]. Por favor, hagan justicia
juntos, pero en solidaridad con todos los marginados.
Mi segundo
pedido es que se cuiden del cáncer social de la corrupción[36]. Así como, en
ocasiones, «la política es responsable de su propio descrédito por la
corrupción»[37], lo mismo ocurre con los sindicatos. Es terrible esa corrupción
de los que se dicen «sindicalistas», que se ponen de acuerdo con los
emprendedores y no se interesan de los trabajadores dejando a miles de
compañeros sin trabajo; esto es una lacra, que mina las relaciones y destruye
tantas vidas y familias. No dejen que los intereses espurios arruinen su
misión, tan necesaria en los tiempos en que vivimos. El mundo y la creación
entera aguardan con esperanza a ser liberados de la corrupción (cf. Rm
8,18-22). Sean factores de solidaridad y esperanza para todos. ¡No se dejen
corromper!
El tercer
pedido es que no se olviden de su rol de educar conciencias en solidaridad,
respeto y cuidado. La conciencia de la crisis del trabajo y de la ecología
necesita traducirse en nuevos hábitos y políticas públicas. Para generar tales
hábitos y leyes, necesitamos que instituciones como las de ustedes cultiven
virtudes sociales que faciliten el florecimiento de una nueva solidaridad
global, que nos permita escapar del individualismo y del consumismo, y que nos
motiven a cuestionar los mitos de un progreso material indefinido y de un
mercado sin reglas justas[38].
Espero que este
Congreso produzca una sinergia suficiente como para proponer líneas de acción
concretas desde la mirada de los trabajadores, caminos que nos conduzcan a un
desarrollo humano integral, sostenible y solidario.
Le doy las
gracias nuevamente a usted, Señor Cardenal, como también a los que han
participado y contribuido, y a todos les doy mi bendición.
Vaticano, 23 de
noviembre de 2017
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