Texto tomado del libro Condimentos feministas
a la teología de la teóloga brasileña Ivone Gebara (Montevideo: Doble clic,
2018, pp.27-34)
En
medio de la violencia de varios tipos, muchas autoridades de iglesias,
políticos, religiosos y algunos medios de comunicación reducen las
reivindicaciones feministas a un modismo superficial, a un deseo de criticar
los poderes establecidos, a una especie de antihumanismo, de antifamilia, de
antiorden / desorden establecido.
Existe una crítica de mala fe en
relación con los instrumentos analíticos feministas que encontramos para
entender las razones sociales de nuestra opresión. Por ejemplo, en la
presentación del documento La ideología de género:
sus peligros y alcances[1], el obispo auxiliar de Lima,
monseñor Oscar Alzamora, escribe sobre las personas adeptas a una reflexión a
partir de la mediación de género. Ellas, para él, parecen negar la existencia
de una naturaleza humana preestablecida. Dice que estas personas:
“Quieren rebelarse contra esto y dejar a la libertad
de cada cual el tipo de ‘género’ al que quieren pertenecer, todos igualmente
válidos. Esto hace que hombres y mujeres heterosexuales, los homosexuales y las
lesbianas, y los bisexuales sean simplemente modos de comportamiento sexual
producto de la elección de cada persona, libertad que todos los demás deben
respetar”.
No se necesita mucha
reflexión para darse cuenta de lo revolucionaria que es la posición feminista,
y de las consecuencias que tiene la negación de que haya una naturaleza dada a
cada uno de los seres humanos por su capital genético. Se diluye la diferencia
entre los sexos como algo convencionalmente atribuido por la sociedad, y cada
uno puede “inventarse” a sí mismo.
El texto de
monseñor Alzamora es inequívoco en la claridad con que defiende filosofías
metafísicas del pasado, esencialismos como revelaciones divinas y las utiliza
para combatir la novedad traída por las mujeres.
Más
recientemente, el papa Francisco, a pesar de sus posiciones sociales y
políticas a favor de los derechos humanos, habló contra el feminismo y calificó
de “ideología” a la cuestión de género. Por ejemplo, en los parágrafos 54 a 56
de la exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia,
de abril de 2016, el Papa reflexiona especialmente sobre “la mujer” y la
“ideología de género”. El parágrafo 54 comienza afirmando los derechos
de “la mujer” y la importancia de su participación en el espacio público. No es
la primera vez que el Papa aborda esa cuestión, pero la impresión que se tiene
es que, de hecho, él no está preparado para enfrentarla por diferentes razones,
tal vez ligadas al tipo de filosofía dualista que sustenta la teología
católica. A primera vista, tal afirmación podría ser hasta loable, pero se nota
inmediatamente cómo el parágrafo se organiza a partir de la abstracción “mujer”
como si la multiplicidad de rostros de mujeres se tornase un problema. De
hecho, hablar de mujeres, en plural, como sugiere el “temido feminismo” es un
obstáculo para el pensamiento abstracto y monolítico de la jerarquía católica.
Al hablar de “derechos”, la “exhortación” parece eximir al cristianismo
católico romano de la responsabilidad de haber mantenido a las mujeres como
inferiores a los hombres hasta el día de hoy, a través de su teología. Y
aún más, parece ocultar hasta qué punto las variadas reivindicaciones de grupos
de mujeres en muchas partes del mundo revelan la complicidad de la jerarquía
católica en el mantenimiento de la falta de derechos de las mujeres y de
políticas retrógradas. Tal complicidad es reforzada cuando en el mismo
parágrafo se habla sobre “las formas de feminismo que no podemos
considerar adecuadas”. Sin embargo, no aclara en cuanto a las formas de
feminismo que eventualmente podrían parecer adecuadas. La exhortación ignora
una vez más el esfuerzo histórico mundial de diferentes grupos de mujeres en la
conquista de derechos y del respeto a su dignidad en las diversas instancias
sociales, políticas y culturales. Ignora u omite las luchas históricas como las
del sufragio universal, que continúan presentes en la actualidad en muchos
países, y las luchas contra diferentes tipos de violencia, violaciones y
crímenes cotidianos contra las mujeres.
En el parágrafo 56, aparece la
crucial cuestión de género solo como un desafío a ser considerado. Según afirma
el texto, la “ideología de género […] niega la diferencia y la
reciprocidad natural del hombre y la mujer. Prevé una sociedad sin diferencia
de sexo y vacía el fundamento antropológico de la familia”.
¿Qué
se entiende por “reciprocidad natural”? Lo que conocemos, de hecho, es la no reciprocidad
natural. Sin embargo, sí conocemos algo de la reciprocidad histórica siempre
sujeta a nuestras iniciativas y a nuestros límites. Esta es una adquisición
ardua de algunos grupos que reconocen los derechos de sus semejantes y procuran
afirmarlos en las relaciones sociales, culturales y familiares. Más allá de
eso, al criticar la “ideología de género”, el texto del papa
Francisco habla de previsión de una sociedad sin diferencia de sexo… ¿Qué sería
la previsión de una sociedad sin diferencia de sexo? ¿Qué es lo que los
redactores o el redactor de la exhortación entienden por eso? Se percibe la
confusión y la falta absoluta de claridad que este parágrafo provoca en
cualquier lector/a crítico/a. Justamente, la llamada teoría de género, y no
“ideología de género”, con todos los límites admitidos por las teóricas
feministas, es una afirmación contra el absolutismo de una cultura que niega la
diferencia y nos hace entrar y someternos al mundo de las normas “masculinas”
preestablecidas como si fueran “naturaleza” u “orden divino”. Nos hace
entrar en modelos de comportamiento y en predefiniciones de contenidos
identitarios, culpabilizándonos si no correspondemos a ellos.
La noción de “naturaleza”
propuesta por el documento y asumida por el Papa parece sustentar una especie
de ser humano natural ya hecho, nacido directamente de las manos de Dios y,
probablemente, a imagen de como los padres sinodales lo conciben. Se trata de
una creencia materialista fijista ordinaria, proveniente de un Dios
antropomorfizado, que los lleva a afirmar en el mismo parágrafo 56 que la
ideología de género no permite “… custodiar nuestra humanidad, y eso
significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada”. ¿Qué
significan estas afirmaciones? ¿Serán acaso la negación de la evolución de la
vida o de la evolución humana?
Conceptos como teoría e
ideología, natural y antinatural, construcciones culturales, reglas y códigos
simbólicos, identidades plurales no son reflexionados en la exhortación y en
las iglesias a partir de nuestra contemporaneidad. Las identidades fijas
biológicamente aparecen como siendo obra de la creación divina de la cual no
podemos huir. Esto parece querer proporcionar una base sólida de “verdad” y
responder a las inseguridades del mundo de hoy.
Se percibe en la “exhortación”
una antropología que determina qué es el hombre y qué es la mujer, sustentada
por la jerarquía de género y por la heterosexualidad muchas veces convertida en
“naturaleza”. Somos entonces invitados e invitadas a ser comprensivos y
tolerantes con los “diferentes”, ayudarlos en sus necesidades y hasta
comprender sus límites. Hay una superioridad de algunos humanos, que se delinea
en esa tolerancia a quienes son diferentes del orden establecido. Se olvida
que, en el fondo, solo conocemos las diferencias, la diversidad… Solo existimos
como vida diversificada e interdependiente… La unidad es en realidad una
construcción simbólica que nos organiza, pero no existe como entidad real.
Otro texto, en esa misma línea,
es el de la conversación del papa Francisco con la Unión Internacional de
Superioras Generales (uisg), en la audiencia del
12 de mayo de 2016[2]. El diálogo revela, por un lado, la perspicacia de
las preguntas de las religiosas participantes y, por otro, cierta inseguridad
del Papa en relación con las mujeres.
“Pregunta: Papa
Francisco, usted ha dicho que ‘el genio femenino es necesario en todas las
expresiones de la vida de la Iglesia y de la sociedad’, sin embargo a las
mujeres se las excluye de los procesos de toma de decisiones en la Iglesia,
sobre todo en los más altos niveles, y de la predicación en la Eucaristía.
Respuesta: Es verdad que a las mujeres
se las excluye de los procesos en los que se toman decisiones en la Iglesia:
excluidas no, pero es muy débil la inserción de las mujeres allí, en los
procesos durante los cuales se toman decisiones. Tenemos que seguir adelante”.
El Papa continúa:
“Está además la cuestión de la predicación en la
celebración eucarística. No existe problema alguno para que una mujer —una
religiosa o una laica— haga la predicación en una Liturgia de la Palabra. No
existe problema. Pero en la celebración eucarística hay una cuestión litúrgico-dogmática,
porque la celebración es una —la Liturgia de la Palabra y la Liturgia
eucarística son una unidad— y quien la preside es Jesucristo. […] Es una
realidad teológico-litúrgica. En esa situación, al no existir la ordenación de
las mujeres, no pueden presidir. […] Hay dos tentaciones aquí, de las cuales
debemos tener cuidado. La primera es el feminismo: el papel de la mujer en la
Iglesia no es feminismo, ¡es un derecho! Es un derecho de bautizada con los
carismas y los dones que el Espíritu ha dado. No hay que caer en el feminismo,
porque esto reduciría la importancia de una mujer. […]
la mujer ve las cosas con una originalidad distinta
de la de los hombres, y esto enriquece: tanto en la consultación, en las
decisiones, como en la realidad concreta.
Estos trabajos que vosotras
hacéis con los pobres, los marginados, enseñar la catequesis, asistir a los
enfermos y los moribundos, son trabajos muy ‘maternales’, donde la maternidad
de la Iglesia se puede expresar mejor. Pero hay hombres que hacen lo mismo, y
bien: consagrados, órdenes hospitalarias… Y esto es importante.
Por lo tanto, sobre el diaconado, sí, acepto y me
parece útil una comisión que aclare bien esto, sobre todo respecto a los
primeros tiempos de la Iglesia”.
Y para completar las
reflexiones defensivas de una postura tradicionalista, el Papa agrega:
“… Cuando digo esto
quiero haceros reflexionar sobre el hecho de que ‘la’ Iglesia es femenina; la
Iglesia es mujer: no es ‘el’ Iglesia, es ‘la’ Iglesia. Pero es una mujer casada
con Jesucristo, tiene a su Esposo, que es Jesucristo. Y cuando se elige a un
obispo para una diócesis, el
obispo —en nombre de Cristo— se casa con esa Iglesia particular”.
Los eminentes
señores, autoridades de las iglesias, están absolutamente convencidos de sus
teorías y no conceden ni a las ciencias
sociales ni a las antropologías contemporáneas el menor aprecio en relación con
sus investigaciones sobre los seres humanos y su evolución. Desvalorizan sus
esfuerzos e imponen una visión retrógrada del mundo, como si la ciencia
aprobada por “su Dios” fuera inmutable.
La vuelta a las
concepciones tradicionales, como verdades de las cuales no podemos separarnos,
nos invade, juzga y oprime. ¿Cómo situarnos en
el cristianismo siendo feministas? ¿Cómo releer la experiencia de Jesús y de
sus contemporáneas a partir de nuevas perspectivas? ¿Cómo no dejar morir
valores del pasado que continúan siendo significativos también en la nueva
construcción del presente? ¿La salida sería fracturar aún más el
cristianismo y crear nuevos espacios de sentido? La búsqueda de caminos sigue
adelante…
Vivimos el
malestar en la religión cuando algunos líderes de instituciones religiosas
y aun muchos eminentes intelectuales y miles de personas comunes violan
nuestro derecho a proponer nuevos caminos y reivindicaciones. Encendemos
nuevas lámparas para intentar tal vez encontrar a Dios u otro sentido de la
vida, para comprender de otro modo los valores que nos sustentan y para
buscarnos a nosotras mismas en aquello que descubrimos y no solo en lo que
dicen de nosotras. Esto lo hemos recibido en gran parte del feminismo,
movimiento que orienta nuestra mirada hacia nosotras mismas, hacia nuestra
sexualidad, nuestra maternidad, nuestro deseo tan plural y desconocido por
nosotras mismas. Orienta nuestra mirada y nuestros sentidos hacia el mundo,
como una ofrenda de la vida que tenemos que acoger y cuidar. ¿Qué significa
haber perdido la referencia en las iglesias cristianas? ¿Qué significa haber
perdido la identidad que creíamos que nos venía de Dios? ¿Qué significa no
tener ya la misma brújula, el mismo farol que indica el camino, la misma ruta
preestablecida que nos hacía salir y volver al mismo lugar? ¿Qué significa
haber osado enfrentarse a una nueva interpretación y comprensión de nosotras
mismas y haber buscado a nuestro modo nuevos mares y nuevas tierras? ¿Qué
significan los nuevos poemas que componemos y los nuevos cantos al son de los
ritmos que habitan nuestro cuerpo o los sonidos que oímos de otros cuerpos
semejantes a los nuestros?
Rompimos el techo y no nos quieren más adentro. Por
eso, nos enredan con sus discursos sobre la fidelidad a la Tradición, son sus
textos rígidamente interpretados, con su propaganda teológica engañosa… O
mienten en público llamándonos livianas, superficiales y fantasiosas, a nosotras
que solo queremos encender nuevas lámparas para iluminar la propia vida. ¿Dónde
está nuestro delito, nuestro pecado, nuestra culpa?
[1] Texto
elaborado en 2008 por la Comisión ad hoc de la
Mujer, la Comisión Episcopal del Apostolado Laical y la Conferencia Episcopal
Peruana. Disponible en:
.
[2] Ver:
Discurso Del Santo Padre Francisco a la Unión Internacional
de Superiores Generales (uisg). Disponible en:
.
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