lunes, 2 de julio de 2018

DETODASPARTESVIENEN.- Respondiendo a Luis Francisco Ladaría Ferrer, MUJERES SACERDOTES.- ( II ) Informe de J. CEJUDO.-

Tamayo3Ayer recuperamos el artículo “Cuando las mujeres eran sacerdotes”, del teólogo Juan José Tamayo, aparecido en el diario EL PAÍS en 2002 y lo publicamos en REDES CRISTIANAS. Hoy publicamos un nuevo artículo, “Mujeres sacerdotes”, del mismo autor, aparecido el mismo año también en EL PAÍS. Creemos que ambos, muy documentados histórica y teológicamente, poseen plena actualidad y constituyen una respuesta a las contundentes afirmaciones del cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, contra el sacerdocio de las mujeres en la Iglesia Católica. En su artículo “El carácter definitivo de la Ordinatio sacerdotalis Sobre algunas dudas”, publicado en L’ Osservatore Romano, declara doctrina definitiva la exclusión de las mujeres de la ordenación sacerdotal y afirma que no es solo una cuestión de disciplina, sino que forma parte del depósito de la fe. En posteriores textos Juan José Tamayo intentará mostrar la falta de fundamento bíblico y teológico de dichas afirmaciones. (Redacción de RRCC)

(Diario EL PAÍS, 9 de marzo de 2002)
La mayoría de los estudios sobre el Nuevo Testamento, de las investigaciones históricas sobre el cristianismo primitivo y de las reflexiones teológicas actuales coincide en dos datos: que no existe vinculación intrínseca entre celibato y sacerdocio y que no hay razones de fondo para la exclusión de las mujeres del ministerio sacerdotal.
El celibato no se encuentra entre las exigencias de los seguidores y seguidoras de Jesús, como tampoco entre los obligaciones de quienes ejercían funciones ministeriales en las comunidades cristianas primitivas. No pertenece al núcleo doctrinal del cristianismo, y menos aún a los dogmas de la fe. Se trata de una norma disciplinar que se introduce en la Iglesia cristiana bajo la influencia de una concepción negativa del cuerpo y de una moral represiva de la sexualidad.
Es, por tanto, reformable y debería hacerse cuanto antes. El celibato sólo tiene sentido cuando responde a un opción libre, no a una imposición eclesiástica.
Según consta en algunas tradiciones evangélicas, las mujeres se incorporaron al movimiento de Jesús en igualdad de condiciones que los varones. Esta práctica religiosa inclusiva suponía una verdadera revolución en el seno de la sociedad y la religión judías de carácter patriarcal y androcéntrico. Las mujeres ejercieron funciones ministeriales y directivas en el cristianismo primitivo y, como tales, podían presidir la celebración eucarística de las comunidades.
Apoyada en investigaciones históricas, la doctora Karen Jo Torjesen demuestra en su libro Cuando las mujeres eran sacerdotes que al menos durante el primer milenio del cristianismo las mujeres ejercieron los diferentes grados del ministerio ordenado: el diaconado, el sacerdocio e incluso el episcopado
Las actuales discriminaciones contra las mujeres en las iglesias cristianas no tienen, por tanto, su origen en Jesús y sus seguidores, sino en los contextos sociales y culturales en que posteriormente se desarrolló el cristianismo y a los que éste se adaptó acríticamente.
En la base de la exclusión de las mujeres del sacerdocio y de la imposición del celibato a los sacerdotes hay dos problemas todavía no resueltos: uno antropológico, al que ya me he referido, que consiste en la valoración negativa de la sexualidad en general y del cuerpo de la mujer en particular; otro teológico, el de la imagen masculina de Dios, que impone una concepción jerárquico-patriarcal de la Iglesia.
En amplios sectores cristianos ya está empezándose a quebrar tanto la concepción represiva del cuerpo como la imagen patriarcal de Dios. A su vez, las mujeres asumen el protagonismo en no pocas comunidades y los sacerdotes en activo no renuncian al ejercicio de la sexualidad. Esa práctica está más en sintonía con el movimiento igualitario de Jesús de Nazaret, con los movimientos de la liberación de la mujer y con la cultura de los derechos humanos.
Ese es, a mi juicio, el camino por el que debe avanzar no sólo la Iglesia católica sino las demás iglesias y religiones, en muchas de las cuales la misoginia y el sexismo son prácticas muy arraigadas y extendidas. En el interior de las tres religiones monoteístas, existen movimientos de mujeres creyentes que trabajan en esta línea, a través de una hermenéutica feminista de los textos fundantes de cada religión y de la incorporación de las mujeres a los ámbitos de responsabilidad.

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