María Magdalena, apóstola de los apóstoles
Arthur ROCHESecretario de la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos
y la Disciplina de los Sacramentos
Por expreso deseo del Santo Padre Francisco, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha publicado un nuevo decreto, con fecha 3 de junio de 2016, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, por medio del cual la celebración de Santa María Magdalena, actualmente memoria obligatoria, es elevada en el Calendario Romano general al grado de fiesta.
La decisión se inscribe en el contexto eclesial actual, que requiere una reflexión más profunda sobre la dignidad de la mujer, la nueva evangelización y la grandeza del misterio de la misericordia divina. San Juan Pablo II dedicó una gran atención no sólo a la importancia de la mujer en la misión de Cristo y de la Iglesia, sino también, y con especial énfasis, al papel especial de María Magdalena como primera testigo que vio al Resucitado y primera mensajera que anunció a los apóstoles la resurrección del Señor (cf. Mulieris dignitatem, n. 16).
La Iglesia, hoy en día, prosigue resaltando esta importancia -manifestada en el compromiso de una nueva evangelización- y quiere acoger sin distinción, hombres y mujeres de cualquier raza, pueblo, lengua y nación (cf. Ap 5,9), para anunciarles la buena noticia del Evangelio de Jesucristo, acompañarlos en su peregrinación terrena y ofrecerles las maravillas de la salvación de Dios. Santa María Magdalena es un ejemplo de evangelización verdadera y auténtica, es decir, una evangelista que anuncia el gozoso mensaje central de Pascua (cf. colecta del 22 de julio y nuevo prefacio).
El Santo Padre Francisco ha tomado esta decisión precisamente en el contexto del Jubileo de la Misericordia para destacar la importancia de esta mujer que mostró un gran amor por Cristo y fue muy querida por Cristo, como afirman hablando de ella Rabano Mauro ( «dilectrix Christi et a Christo plurimum dilecta»: De vita beate Mariae magdalenae, Prologus) y San Anselmo de Canterbury («electa dilectrix et dilecta electrix Dei»: Oratio LXXIII ad sanctam Mariam Magdalenam). Es cierto que la tradición cristiana en Occidente, sobre todo después de San Gregorio Magno identifica en la misma persona a María de Magdala, la mujer que derramó perfume en la casa de Simón el fariseo, y a la hermana de Lázaro y Marta. Esta interpretación continuó y tuvo influencia en los autores eclesiásticos occidentales, en el arte cristiano y en los textos litúrgicos relacionados con la santa. Los bolandistas expusieron ampliamente el problema de la identificación de las tres mujeres y prepararon el camino para la reforma litúrgica del Calendario Romano. Con la actuación de la reforma, los textos del Missale Romanum, de la Liturgia Horarum y del Martyrologium Romanum se refieren a María de Magdala. Es seguro que María Magdalena formaba parte del grupo de los discípulos de Jesús, que lo siguió hasta el pie de la cruz y, que en el huerto donde se encontraba la tumba, fue la primera “testis divinae misericordiae” (Gregorio Magno, XL Hom. In Evangelia, lib. II, Hom. 25,10). El Evangelio de Juan dice que María Magdalena lloraba porque no había encontrado el cuerpo del Señor (cf. Jn 20, 11); y Jesús tuvo misericordia de ella haciéndose reconocer como Maestro y transformando sus lágrimas en alegría pascual.
Aprovechando este ocasión, deseo evidenciar dos ideas inherentes a los textos bíblicos y litúrgicos de la nueva fiesta, que contrirbuyen a comprender mejor la importancia actual de una santa como María Magdalena.
Por una parte tuvo el honor de ser el «prima testis» de la resurrección del Señor (Hymnus, Ad Laudes matutinas), la primera en ver la tumba vacía y la primera en escuchar la verdad de su resurrección. Cristo tiene una consideración y una compasión especial por esta mujer, que manifiesta su amor por Él, buscándolo en el huerto con angustia y sufrimiento, con «lacrimas humilitatis», como dice San Anselmo en la citada oración. En este sentido, me gustaría señalar el contraste entre las dos mujeres presentes en el jardín del paraíso, y en el jardín de la resurrección. La primera difundió la muerte allí donde había vida; la segunda anunció la Vida desde un sepulcro, un lugar de muerte. Ya lo observó Gregorio Magno: «Quia in paradiso mulier viro propinavit mortem, a sepulcro mulier viris annuntiat vitam» (XL Hom. In Evangelia, lib. II, Hom. 25). Además, en el jardín de la resurrección es donde el Señor dice a María Magdalena: «Noli me tangere». Es una invitación no sólo a María, sino también a toda la Iglesia, a entrar en una experiencia de fe que sobrepasa todo apropiación materialista y comprensión humana del misterio divino. ¡Tiene un alcance eclesial! Es una buena lección para todos los discípulos de Jesús: no buscar seguridades humanas ni títulos mundanos sino la fe en Cristo vivo y resucitado.
Precisamente porque fue testigo ocular de Cristo resucitado, fue también, por otra parte, la primera en dar testimonio ante los apóstoles. Cumplió con el mandato del Resucitado: «Ve a mis hermanos y diles… María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: “He visto al Señor y ha dicho esto”» (Jn 20, 17-18). De este modo se convierte, como ya se ha señalado, en evangelista, es decir, en mensajera que anuncia la buena nueva de la resurrección del Señor; o como decían Rabano Mauro y Santo Tomás de Aquino, en «apostolorum apostola», porque anunció a los apóstoles aquello que, a su vez, ellos anunciarán a todo el mundo (cf. Rabano Mauro, De vita beatae Mariae Magdalenae, c. XXVII; Sto. Tomás de Aquitno, In Ioannem Evangelistam Expositio, c. XX, L. III, 6). Con razón el Doctor Angélico utiliza este término aplicándolo a María Magdalena: es una testigo de Cristo resucitado y anuncia el mensaje de la resurrección del Señor, al igual que los otros apóstoles. Por lo tanto, es justo que la celebración litúrgica de esta mujer tenga el mismo grado de festividad que se da a la celebración de los apóstoles en el Calendario Romano general y que se resalte la misión especial de una mujer, que es ejemplo y modelo para todas las mujeres de la Iglesia.
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