6 Tiempo ordinario – .FELICIDAD
Uno
puede leer y escuchar cada vez con más frecuencia noticias optimistas sobre la
superación de la crisis y la recuperación progresiva de la economía.
Se
nos dice que estamos asistiendo ya a un crecimiento económico, pero
¿crecimiento de qué? ¿crecimiento para quién? Apenas se nos informa de toda la
verdad de lo que está sucediendo.
La
recuperación económica que está en marcha va consolidando e, incluso,
perpetuando la llamada «sociedad dual». Un abismo cada vez mayor se está
abriendo entre los que van a poder mejorar su nivel de vida cada vez con más
seguridad y los que van a quedar descolgados, sin trabajo ni futuro en esta
vasta operación económica.
De
hecho, está creciendo al mismo tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los
cada vez más ricos y la miseria e inseguridad de los cada vez más pobres.
La parábola del hombre rico «que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada
día» y del pobre Lázaro
que buscaba, sin conseguirlo, saciar su estómago de lo que tiraban de la mesa
del rico, es una cruda realidad en la sociedad dual.
Entre
nosotros existen esos «mecanismos económicos, financieros y sociales»
denunciados por Juan Pablo II, «los cuales, aunque manejados por la voluntad de
los hombres, funcionaban de modo casi automático, haciendo más rígidas las
situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros».
Una vez más estamos consolidando una sociedad profundamente desigual e
injusta. En esa encíclica tan lúcida y evangélica que es la Sollicitudo rei socialis, tan poco escuchada, incluso por los que lo
vitorean constantemente, Juan Pablo II descubre en la raíz de esta situación
algo que solo tiene un nombre: pecado.
Podemos
dar toda clase de explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se
constata es el enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento
de los más pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia.
En
sus bienaventuranzas, Jesús advierte que un día se invertirá la suerte de los
ricos y de los pobres. Es fácil que también hoy sean bastantes los que,
siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es fruto del
resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide
la venganza de Dios.
Sin
embargo, el mensaje de Jesús no nace de la impotencia de un hombre derrotado y
resentido, sino de su visión intensa de la justicia de Dios que no puede
permitir el triunfo final de la injusticia.
Han
pasado veinte siglos, pero la palabra de Jesús sigue siendo decisiva para los
ricos y para los pobres. Palabra de denuncia para unos y de promesa para otros,
sigue viva y nos interpela a todos.
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario