lunes, 18 de febrero de 2019

DETODASPARTESVIENEN. De Madrid. Corresponsal JuanCEJUDO, Cadiz.-

DOCU_RIOJAEn el terreno teológico Gimbernat destacó por sus trabajos en torno a las relaciones entre cristianismo y secularización, cristianismo y marxismo, religión y política, el diálogo entre la fe y la increencia y las implicaciones sociales y políticas de la teología de la liberación, especialmente en el pensamiento de Ignacio Ellacuría. El resultado fue la elaboración de una teología política de la liberación en sintonía y continuidad con la teología política europea y la teología latinoamericana de la liberación, en diálogo fecundo con sus principales cultivadores, y una sociología y filosofía crítica de la religión, primero en el Instituto Fe y Secularidad y luego en el Instituto de Filosofía del Consejo superior de investigaciones Científicas.
De sus aportaciones en este campo queda constancia en los programas del Instituto Universitario de Teología, que él dirigió durante tres lustros, en su participación en los primeros Congresos de Teología, organizados por la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, de la que fue secretario general, y en dos obras colectivas dirigidas por él: Implicaciones sociales y políticas de la teología de la liberación, en co-dirección con Juan Maestro (Escuela de Estudios Hispanoamericanos e Instituto de Filosofía, del CSIC, Sevilla-Madrid, 1990) y La pasión por la libertad. Homenaje a Ignacio Ellacuría, en co-dirección con Carlos Gómez (EVD, Estella, 1994). En ambas obras tuvo la generosidad de invitarme a participar.

La primera obra es el resultado de un Congreso interdisciplinar, celebrado en la Rábida (Huelva), en el que participamos personas del mundo de la filosofía, teología, economía, politología, ciencias sociales e intervinieron Juan Luis Segundo e Ignacio Ellacuría, dos de los cultivadores más relevantes de la teología latinoamericana de la liberación y de sus principales teóricos, que pusieron las bases filosóficas y teológicas de la nueva manera de hacer teología.
La segunda fue un homenaje del instituto de Filosofía del CSIC a Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo, rector de la UCA, asesinado en 1989 por el batallón Atlacatl, el más sanguinario del ejército salvadoreño. El título “La pasión por la libertad” resume a la perfección la ingente tarea de Ignacio Ellacuría, pues la teología de la liberación, que él representa, supone un extraordinario esfuerzo por ayudar al continente suramericano a conquistar la libertad y la liberación. Libertad que sólo se ejercita realmente cuando las mayorías tienen garantizadas en sus vidas la dignidad material y espiritual que les es propia. No hay libertad sin liberación y sin el reconocimiento de la dignidad de las personas y los pueblos oprimidos.
Gimbernat fue uno de los intelectuales españoles más madrugadores en el conocimiento del filósofo alemán Ernst Bloch (1885-1977) y uno de los mejores especialistas mundiales en su filosofía de la esperanza y de la utopía, a la que dedicó su tesis doctoral Ernst Bloch. Utopía y esperanza (Cátedra, Madrid, 1983), que conservo firmada de su puño y letra.
Ernst Bloch, recuerda Jürgen Moltmann, irrumpió en 1861 “como una tormenta en nuestro panorama de restauración política y eclesial y de creciente malestar motivado por ella” y “devolvió a muchos jóvenes cristianos y teólogos la pasión rectora y la visión moral, cuya pérdida habían venido padeciendo”. Consiguió conciliar, como ningún otro, dos interlocutores tan de bulto como el cristianismo y el socialismo comparando dos textos de tradiciones tan aparentemente poco afines coma la de Marx y la primera carta de Juan.
Ahí se encuentra la explicación de que Bloch se haya metido entre los teólogos y los teólogos hayan acudido a Bloch y que los cristianos se hayan metido entre los socialistas y los socialistas entre los cristianos. No sin razón a Bloch se le calificó de “un clandestino padre de la Iglesia del siglo XX”.
Uno de los teólogos que acudió a Bloch y de los cristianos que se metió entre los socialistas fue José Antonio Gimbernat, que califica al filósofo de la esperanza de pensador original y, si se quiere, excéntrico, y le sitúa en la encrucijada de distintas corrientes de pensamiento que reelabora creativamente: la interpretación “desteocratizadora” de la Biblia, el judaísmo profético y apocalíptico, el cristianismo jesuánico, cierto existencialismo, la filosofía de la materia que él rebautiza como “izquierda aristotélica” y el idealismo alemán, representado por Hegel. En relación con Hegel Bloch asume y lleva a cabo la propuesta de Marx de poner a Hegel sobre los pies, es decir, re-situar a Hegel sobre sus pies materialistas.
¿No resulta sorprendente, se pregunta José Antonio, calificar a un pensador que se autodefine marxista como filósofo de la utopía cuando la tradición marxista parece que se ha destacado por la crítica del socialismo utópico y por la adopción del socialismo científico? A responder a esta pregunta –instalada en el imaginario colectivo y en determinadas tendencias sociológicas y políticas- se orientan las investigaciones de Gimbernat, que analiza algunas de las principales categorías de Bloch: utopía concreta como función y como práctica, conciencia anticipatoria, principio-esperanza, materia activa, posibilidad, frente, novum, la ontología del todavía-no-ser, tendencia-latencia, corriente cálida y corriente fría del marxismo, trascender sin Trascendencia, la herencia de la religión; Ateísmo y meta-religión, Deus absconditus.
Siguiendo a Bloch, Gimbernat considera que no basta con dejar de creer en Dios, con negar su existencia, sino que se pregunta con él por “el espacio vacío que deja tras de sí la liquidación de la hipóstasis-Dios”. La respuesta la encuentra en El principio esperanza con total nitidez: “Ninguna crítica antropológica de la religión puede llevarse la esperanza en la que se basa el cristianismo. Lo que la crítica le quita a esa esperanza es aquellos que suprimiría su carácter de esperanza. Una seguridad supersticiosa.
Efectivamente, ha sido en el cristianismo donde se ha manifestado la esencia de la religión -afirma Bloch- “con su vigoroso punto de partida y con su abundante historia de heterodoxos. A saber, no mito estático y apologético, sino mesianismo humano-escatológico y explosivo”.
Fue precisamente la lectura de la tesis doctoral de José Antonio la que en buena medida me llevó a conocer mejor a Ernst Bloch, a leer sus obras en profundidad, desde las madrugadoras Espíritu de la utopía (1918) y Thomas Müntzer, teólogo de la revolución (1921) hasta El principio esperanza (153-1959) y Ateísmo en el cristianismo (1968), a dedicarme a su estudio y a centrar mi tesis doctoral en la filosofía de la religión en perspectiva utópica en Ernst Bloch. La defendí en 1990 en la Universidad Autónoma de Madrid en la Universidad Autónoma de Madrid bajo la dirección de Carlos París. José Antonio Gimbernat formó parte de la comisión evaluadora con José Jiménez como presidente y Manuel Fraijó, Javier Sádaba y Reyes Mate como miembros de la misma.
Gimbernat tradujo al castellano El ateísmo en el cristianismo. La religión del éxodo y del reino (Taurus, Madrid, 1983), uno de las obras mayores de Ernst Bloch, en cuyo frontispicio podemos leer estos tres originales aforismos de clara tonalidad blochiana: “Lo mejor de la religión es que produce herejes”; “Lo decisivo: un trascender sin Trascendencia”; “Solo un ateo puede ser un buen cristiano, solo un cristiano puede ser un buen ateo”.
¿Qué decir de este último aforismo, que parece una contradicción in terminis? Lo explica el mismo Bloch:
“Ateo fue un término acuñado por Nerón para designar a los primitivos cristianos que no creían ni en Dios ni en el emperador. Vigorosamente insatisfecho y abierto, tan poco nihilista a pesar de su total negación, el ateísmo es nuestra porción mejor, el coraje moral de vivir, de trascender sin Trascendencia. Así se sitúa como irrupción humana en un ‘más allá’, en un nuevo espacio prometeico-piadoso”.
José Antonio caminó por la senda de la esperanza, no como confianza ciega, sino en-acción, pero también, como dijera su maestro Bloch, teñida de luto y con crespones negros. Nada, por tanto, de optimismo ingenuo, porque en la misma tierra donde brota la esperanza, nos recuerda, surge también el afecto contrario: el temor, que es igualmente anticipatorio. Está convencido de que el mundo en su proceso histórico es un laboratorium salutis (laboratorio de la salvación) posible donde se verifican las pruebas de la salvación utópica que se espera.
Pero, a su vez, el ser humano, su mundo y los proyectos utópicos que diseña se sienten amenazados. “¿Puede frustrarse la esperanza?”,
Acaba de aparecer en Trotta una nueva edición de la traducción que hiciera José Antonio de Ateísmo en el cristianismo. Su muerte repentina le ha impedido disfrutar de este magnífico trabajo, ya póstumo. Pero a nosotros, amigos, amigas, colegas, familiares, presentes en este homenaje nos queda el recuerdo o –por mejor decir, en el lenguaje de Walter Benjamin- la memoria subversiva de una persona como José Antonio Gimbernat que vivió, pensó, creyó y actuó en el horizonte de la utopía de Otro Mundo Posible desde un optimismo no ingenuo, sino siempre militante y desde la docta esperanza. Descanse en paz.

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