"La religión influye en el voto de todos los votantes, sean o no
sean creyentes. Me refiero solamente al caso de España"
"Para los cristianos la cuestión decisiva es saber y querer votar a
quien defiende y garantiza la ley del más débil"
"Con más frecuencia de lo que imaginamos,
la pretendida neutralidad - de la religión ante la política – no es
neutralidad, sino cobardía"
15.04.2019 José María Castillo
¿Deben las creencias
cristianas influir en la decisión que cada cual ha de tomar al
emitir su voto en unas elecciones políticas?
Para responder
correctamente a esta pregunta, lo primero que se debe tener en cuenta es que la
religión influye en el voto de todos los votantes, sean o no sean
creyentes, sean o no sean conscientes de que el hecho religioso está influyendo
y, en no pocos casos, determinando lo que cada cual elige o rechaza al
depositar su papeleta en la urna.
Al decir esto, no emito un
juicio universal. Aquí y ahora me refiero solamente al caso de España.
Porque, en nuestro país, la religión tiene una presencia de muchos siglos. Y
siempre ha influido en los dirigentes políticos y en las decisiones políticas.
Unas veces, para bien de la ciudadanía. En otros casos, para mal. Pero el hecho
es que la religión nunca ha sido – ni puede ser – neutral o mantenerse al
margen de las decisiones que toman los que mandan.
De manera que, con más
frecuencia de lo que imaginamos, la pretendida neutralidad -
de la religión ante la política – no es neutralidad, sino cobardía, engaño o
una toma de posición, que no es posible disimular y, menos aún, camuflar o
disfrazar. Por la sencilla razón de que el hecho de no votar o la opción de
emitir una papeleta en blanco puede (y suele) ser una de las cosas que más
favorecen a determinados partidos o a ciertos intereses políticos. La realidad
es así. Nos guste o no nos guste.
Por supuesto, la libertad
(que es constitutiva de la democracia) ha de ser respetada siempre. Pero no olvidemos
nunca que la democracia (con su inherente libertad) está
pensada y tiene que estar al servicio del bien de las personas.
El bien último no puede
limitarse a la sola libertad. Una libertad sin justicia puede (y suele)
desembocar en la mayor desgracia de un país. Además (y sobre todo) no olvidemos
nunca que libertad y justicia han de estar al servicio del mayor bien posible
para los ciudadanos. De todos los ciudadanos. La política tiene
que ser pensada y gestionada para el mayor bien posible de todos. Siempre
respetando la igualdad en dignidad y derechos de todos y para todos.
Ahora bien, la experiencia
nos enseña que todo esto no se suele poner en práctica, tal como acabo de
indicarlo. Habrá quien diga que este planteamiento es una utopía. Porque lacondición
humana no da de sí para pensar y, menos aún, programar una sociedad
así. Pues bien, a quien diga eso, le respondo que, si no programamos una
sociedad así, entonces tiremos por la borda los Derechos Humanos y optemos por
la ley de la selva. Y que se salve el que pueda. Esto, ante todo.
Pero además yo les pediría
a todos que no caigamos en la “ingenuidad utópica, que cubre como un velo la
percepción de la realidad social”. Y esto, lo mismo en el pensamiento burgués,
como en el pensamiento socialista (cf. Franz Hinkelammert). O lo que
sería peor:aceptar una sociedad que no produzca más utopías.
Eso sí que sería una desgracia y una ruina
total. Porque nos llevaría derechos a la resignación de
quienes se ven obligados a vivir siempre entre miserias y mentiras, que a nadie
dejan satisfecho. Y es que, en última instancia, donde no hay utopía resulta
imposible conocer la realidad.
Termino recordando lo que,
a mi juicio, es lo más importante. Hablo de “los cristianos ante las
elecciones”.
“Cristianos” somos los que
creemos y practicamos (mejor o peor) el “cristianismo”. Pero ocurre que el
cristianismo se compone de “religión” y “evangelio”. Como
“religión”, el cristianismo necesita lo que todas las religiones necesitan: la
mejor relación posible con los poderes políticos, que reconocen a la Iglesia y
le conceden privilegios y dinero. Como “evangelio”, desde Jesús hasta el día de
hoy, la Iglesia ha estado, como lo estuvo Jesús el Nazareno, de parte de
quienes se ven peor tratados por el poder, el capital, los notables de este
mundo y las limitaciones propias de la condición humana.
Así las cosas, el problema
no está sólo ni principalmente en votar o no votar. Además de eso – y sobre
todo– la cuestión determinante está en tener claro a quien votamos.
No es un problema político. En su raíz profunda, es un problema humano. Quiero
decir: la cuestión decisiva es saber y querer votar a quien defiende y
garantiza la ley del más débil.
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