LA PALABRA, DON Y
TAREA
JESÚS, EL BUEN SEMBRDOR DE LA
PALABRA
Cuando Jesús se entera de que Juan está
en la cárcel y que se ha amordazado al gran profeta de Israel, siente la
llamada del Padre a ocupar su lugar y a iniciar su misión profética. Empieza
llamando a Doce para que sean sus compañeros, que encarnan la figura de los
doce tribus de Israel. Jesús empieza su itinerancia de mensajero. Mateo señala
en el Evangelio de hoy: “Jesús recorría toda la Galilea enseñando en las
sinagogas de cada lugar. Anunciaba la Buena Noticia del reino y curaba y curaba
a la gente de toda clase de enfermedades” (Mt 4,12-23)
Quizás sintamos una cierta envidia de los
afortunados que pudieron escucharle de viva voz. Efectivamente; Jesús llama
privilegiados a los que le escuchan: “Dichosos vuestros ojos porque ven y
vuestros oídos porque oyen. Pues os aseguro que muchos profetas y justos
desearon lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo
oyeron” (Mt 13,16-17).
Esta felicitación de Jesús hemos de
sentirla como dirigida a nosotros, con más razón que a ellos. Ellos tenían que
peregrinar kilómetros para escuchar al Maestro; escuchaban fragmentariamente
los mensajes de Jesús durante algunas horas y ser testigos de los hechos
liberadores, pero no volverán a ver ni escuchar al Maestro hasta la próxima visita,
que tal vez tarde meses en volver a la población. Por otra parte, no tenían otros
medios que la memoria para retener sus mensajes liberadores. La Palabra de
Jesús y de los Apóstoles está íntegramente recogida en nuestros Nuevos
Testamentos, que están al alcance de todos. Podemos llevar esos mensajes en los
bolsillos y escuchar la Palabra de Dios en cada momento. ¡Qué gran privilegio!
El Papa Francisco regaló en el Vaticano, en un domingo 80.000 testamentos para
que la gente la llevara en el bolso o en
el bolsillo.
“AL FIN NOS HA HABLADO POR
MEDIO DE SU HIJO”
Pero, además, nosotros tenemos otra gran
ventaja: Sabemos que quien nos habla es el Hijo de Dios, cosa que ignoraban
todos sus oyentes. Los Apóstoles llegaron a descubrir esta realidad sólo
después de su resurrección como señala Pablo en la carta a los Romanos: “Fue
constituido en Hijo de Dios en plena fuerza por su resurrección por su
resurrección de la muerte” (Rm 1,4).
Los evangelistas dejan constancia de la
confusión que reinaba entre los seguidores sobre su personalidad. Pregunta
Jesús a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”A lo que responden
los discípulos:“Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o
uno de los profetas” (Mt 16,13-14).
Por eso, escribe lleno de asombro el
autor de la carta a los Hebreos: “En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado
por su Hijo, al que nombró heredero de todo” (Hb 1,1-2). Por eso señala el
mismo autor: “No tendríamos perdón de Dios si nos hiciéramos oídos sordos”
(cfHb 4,2-3).
URGENCIA DE LA ESCUCHA DE LA
PALABRA
El Espíritu Santo nos llama de forma
apremiante a la escucha y asimilación de la Palabra de Dios.
Jesús nos advierte que nuestra condición
de hijos de Dios, de discípulos suyos depende de la escucha y la vivencia de la
Palabra: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la
ponen por obra” (Lc 8,21). A la mujer que, entusiasmada, llamó dichosa a su
madre porque le llevó en su seno y le amamantó, le replica: “Mejor: ¡Dichosos
los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,27-28).
Jesús pregunta a los discípulos al ver la
espantada de muchos de sus seguidores escandalizados por su discurso
eucarístico en Cafarnaún: “¿También vosotros queréis marcharos?”, a lo que
responde Pedro resueltamente en nombre de los Doce: “Señor, y ¿a quién vamos a
acudir si sólo tú tienes palabras de vidq eterna?” (Jn 6,68).
Pablo le pide a su querido discípulo
Timoteo: “Delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y
muertos, te pido encarecidamente, en nombre de su venida y de su reinado:
proclama el mensaje, insiste a tiempo y a destiempo, usando la prueba, el
reproche y la exhortación, con la mayor comprensión y competencia” (2 Tm
4,1-3). Toda la carta es una invitación a predicar incansablemente el
Evangelio.
San Francisco de Asís redescubrió el
Evangelio como la fuente imprescindible de fe: “Quiere y pide un Evangelio
sin glosa”, porque, con frecuencia los comentarios y las aplicaciones
concretas van contra el texto mismo del Evangelio, como ocurría con la ley de
ayuda a los padres ancianos, de la que
escribas y fariseos eximían a quien aportara una limosna para el Templo” (cf Mc
7,9-13). Esto ha ocurrido y ocurre con frecuencia en la Iglesia de Jesús. Un
dicho italiano afirma: “Iltradutore es un traidore”.
“Hay que procurar –recuerda san Cesáreo de
Arlés- que así como ponemos todo cuidado para que no caiga en el suelo una
partícula de pan consagrado, y si cae la recogemos con presteza, lo mismo hay
que hacer con la Palabra de Dios: hemos de procurar que no caiga en el vacío ni
una sola de las frases del mensaje bíblico”.
San Antonio María Claret confiesa en su
Autobiografía: “Al leer la Escritura, sobre todo al leer los Profetas, sentía
una voz que salía de las páginas de la Biblia, que me decía: “Esto que lees te
lo estoy diciendo a ti, Antonio”.
Efectivamente, afirma Sören Kierkegaard:
”Con su Palabra, Dios me habla a mí;
Dios habla de mí”. Por eso ha dicho el Señor: “Cielo y tierra pasarán, pero mis
palabras no pasarán” (Mt 24,36). Ha querido hablarnos a cada un personalmente,
a las familias y a su comunidad.
San Juan Crisóstomo interpela
enérgicamente a los fieles de su diócesis en la catedral de Santa Sofía:
“Tenéis en vuestras casas juegos, el parchís, el dominó, tenéis libros, pero no
tenéis la Biblia. Muchos que la tienen la tienen lujosamente encuadernada, pero
como objeto de lucimiento. Conocéis el nombre de los jinetes famosos y de los
luchadores, pero si os preguntara cuántas son las cartas de Pablo, no me
sabríais responder”.
Afirma santa Teresa de Jesús: “Todos los
males le vienen a la Iglesia por no leer las Santas Escrituras”.
San Juan de la Cruz pone en boca del
Padre celestial unas palabras de reproche a quienes andan en busca de
revelaciones: “Te tengo hablado todas las cosas en mi Hijo y por mi Hijo; él es
mi última Palabra; no tengo otra, ¿qué puedo yo ahora responder o revelar que
sea más que eso?” (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, 2.22)
El Concilio Vaticano II afirma: “Jesús
está presente no sólo en la Eucaristía, sino también cuando se lee las
Escrituras” (SC,7). Éstas tienen fuerza sacramental cuando se lee con fe y se acogen dócilmente como
pauta de vida.
Benedicto XVI tiene al respecto
afirmaciones categóricas: “La escucha de la Palabra de Dios está en la base de
toda espiritualidad auténticamente cristiana”. Y también: “El día en que se ponga
en práctica eficazmente la lectura
orante de la Palabra de Dios, aquel día se producirá una auténtica
primavera en la Iglesia”.
La mejor prueba de lo mucho que significa
la Palabra de Dios para el Papa Francisco lo indica esta decisión inspirada por
el Espíritu de instituir el Domingo de la Palabra. En su documento programático
dedica al tema casi 50 páginas En ellas nos invita a los sacerdotes a un
anuncio esmerado de la Palabra de Dios. Recordé anteriormente el hecho de que
repartiera en en el Vaticano, en un domingo, 80.000 ejemplares del Nuevo
Testamento. Señala el Papa Francisco: “La devoción a la Palabra de Dios no es
sólo una de muchas devociones, hermosa, pero algo opcional. Pertenece al
corazón y a la identidad misma de la vida cristiana. La Palabra tiene en sí el
poder de transformar las vidas” (Papa Francisco, Alegraos y redocijaos,
156).
La Iglesia venera la Biblia como sagrario
de la Palabra de Dios: la inciensa, , la lleva en procesión, la besa. El ambón
es su sagrario que hay que tener bien adornado en señal de respeto sagrado.
La Iglesia pone de relieve a doble
presencia sacramental de Jesús: en su Palabra; la Eucaristía, sin la Palabra,
sería la presencia de un Jesús mudo. La Palabra, sin la Eucaristía, sería el
mensaje de un Ausente. Las dos presencias se completan” (Azou).
LA PALABRA DE DIOS ES”BUENA
NOTICIA”
La Biblia no es, primordialmente, un
código de deberes, no es un mero tratado de ascesis, sino la historia de la
salvación, una declaración de amor de Dios, que es Padre, a su comunidad, a su
pueblo, a cada uno de sus hijos.
“El Evangelio –afirma del Papa Francisco-
ante todo es una llamada a responder al Dios amante que, reconociéndolo en los
demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. ¡Esa
invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer” (EG, 39).
“Os traigo una buena noticia, una gran
alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha
nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Proclama Jesús: “Yo he
venido para que tengáis vida, pero una vida desbordante” (Jn 10,10).
Jesús, y con él todos los escritores del
Nuevo Testamento, nos presentan a Dios como Padre y Madre, más Padre y más
Madre, que todos los padres y madres. Proclama: “Dios es Amor” (1 Jn 4,7). Nos
presenta a Jesús como el mejor de los Hermanos, Amigo, Maestro, Compañero. Nos
invita a vivir como hermanos: “Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8). “Mirad
que yo estoy con vosotros cada día hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Jesús nos invita a vivir un estilo de
vida, a vivenciar unos valores, como el amor, la libertad, la solidaridad, la
misericordia, la amistad, la comunión fraterna, que nos realizan como personas,
que nos convierten en agentes eficaces en la historia de la salvación, en la
que todos nuestros quehaceres, hasta las tareas más insignificantes tendrán
repercusiones de eternidad.
Nos promete una vida eterna enteramente
bienaventurada, a imagen y semejanza de su vida gloriosa: “Donde yo estoy,
quiero que vosotros estéis” (Jn 14,3).
ACTITUDES ANTE LA PALABRA
1º VALORARLA
Hablábamos ayer de valorar la Palabra de Dios. Hoy se nos habla de cómo
hemos de acogerla, qué hemos de hacer para asimilarla, para nos retransmita
vida.
San Juan de la Cruz pone en boca del Padre celestial esta luminosa
declaración: “Si te tengo hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi
Hijo, y no tengo otra, ¿qué puedo yo ahora responder o revelar que sea más que
eso? Pongo los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo dicho todo y revelado,
y hallarás en él más de lo que pides y deseas. Porque tu pides locuciones y
revelaciones en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás todo, porque él es toda mi locución
y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado,
respondido, manifestado revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro,
precio y premio” (San Juan de la Cruz, Subida
al Monte Carmelo, 2.22).
No es sólo cuestión de escucharla. Una vez que ha caído la semilla es
preciso:
2º ENTENDERLA
Es el mismo Jesús el que habla de la necesidad de entender: “Si uno
escucha la palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo
sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino”.
En realidad de verdad, no molestarse en entender la Palabra de Dios es
un menosprecio. Es como cuando me habla el hermano mayor y me digo: “Bueno, no
lo entiendo, pero qué más da..., serán sermones”.
Cuando no se entiende y se tiene interés por conocer el contenido se
pregunta: “¿Qué has querido decir?”...
“No entiendo nada de las lecturas...” –dicen muchos-. ¿Para qué las
leemos? Esto es absurdo. Su proclamación litúrgica no tiene poder mágico. Lo
mismo daría que las siguiéramos proclamando en latín. Al menos en latín
suscitaba misterio e invita a pensar.
Si las suprimiéramos, supondría un escándalo; pero si las leemos y no
las entendemos, nadie se cuestiona. ¿No es, acaso, lo mismo?
Es una obligación del cristiano tratar de entenderlas.
A
veces no entendemos ni las expresiones bíblicas que recitamos todos los días en
nuestra oración. He preguntado a personas de sólida formación cristiana sobre
el significado de algunas expresiones del Padre nuestro: ¿Qué significa “que
estás en el cielo”?, ¿qué significa “venga a nosotros tu Reino”?, ¿qué es el
Reino de Dios?”, ¿qué significa “santificado sea tu nombre”?
Es tratar de captar el sentido original del
texto, evitando cualquier interpretación arbitraria o subjetiva.
No es legítimo hacerle decir a la Biblia cualquier cosa, tergiversando
su sentido real. Hemos de comprender el texto empleando todas las ayudas que
tengamos a mano: una buena traducción, las notas de la Biblia, según comentario
sencillo.
El eunuco de la reina de Candace es un ejemplo de preocupación por
entender la Escritura. Felipe le pregunta: “¿Entiendes lo que estás leyendo?”
Jesús “fue explicando las Escrituras, comenzando por Moisés y siguiendo
por los profetas, a los caminantes hacia Emaús”.
Antes de leer un trozo, conviene saber qué libro voy a leer, quién lo ha
escrito y con qué intención. Para ello basta leer las breves pero sustanciosas
introducciones que suelen tener las biblias.
Por suerte, hay muchos libros manuales con una breve reflexión sobre el
evangelio del día.
A
lo largo de la lectura, es muy útil leer las notas que vienen al pie de página,
porque nos aclararán frases y palabra que, tal vez, no entendemos bien.
Conviene leer la Biblia según un plan. Lo mejor es empezar por los
evangelios en este orden: Lucas, Marcos y Juan, las cartas más breves de san
Pablo...Puede ser un buen método ir leyendo durante la semana las lecturas que
se leerán en la Eucaristía del domingo siguiente” (J. A. Pagola).
3º- REFLEXIONARLA O MEDITARLA
La meditación o reflexión sobre ella es necesaria para que cale hondo.
Esto supone un paso más. Ahora se trata de acoger la Palabra Dios meditándola
en el fondo del corazón. Para ello se comienza por repetir despacio las
palabras fundamentales del texto tratando de asimilar su mensaje y hacerlo
nuestro.
Es conmovedor ver en el templo a personas con su Nuevo Testamento en las
manos meditando el pasaje evangélico del día.
Los antiguos decían que es necesario "masticar" o "rumiar"
el texto bíblico, "hacerlo descender de la cabeza al corazón".
Este momento pide recogimiento y silencio
interior, fe en Dios que me habla, apertura a su voz.
Es lo que hacía María de la que dice Lucas: "Guardaba en su corazón
y rumiaba los hechos y las palabra de Jesús" (Lc 2,19).
4º- LLEVARLA A LA PROPIA VIDA.
Es lo que santa Teresa llamaba encauzar el
agua que hemos sacado de la noria al cantero de nuestro huerto que más lo
necesita.
Consiste en confrontar nuestra vida con la palabra de Dios, iluminarla
con su luz. Es dejarse interpelar por ella.
Es preguntarse, por ejemplo: ¿Qué aspecto de mi vida ilumina esta
palabra de Dios? ¿Qué sentimientos provoca?, ¿a qué me invita? ¿A qué
rectificaciones me invita la palabra?
Por eso, hay que decir que no termina todo con el hecho de que
escuchemos la proclamación en el templo y la reflexión del sacerdote, viene
después la reflexión personal, preguntarse: "¿cómo he de vivir esta
palabra de Dios en mi vida concreta?
Modelo de docilidad a la palabra de Dios es Samuel que, al sentirse
llamada por Dios le dice: "Habla, Señor, que tu siervo escucha",
escucha tu palabra para ponerla por obra.
Ejemplo de docilidad son los oyentes del Bautistas y de san Pedro que
les preguntan después de haberles escuchado: "¿Qué hemos de hacer?, ¿cómo
hemos de poner en práctica lo que acabamos de escuchar?" Y ambos se lo
indican.
Es el momento de preguntarle al Señor con sinceridad: "Señor, ¿qué
me quieres decir a través de este texto?, ¿a qué me llamas en concreto?
5º- ORAR LA PALABRA
"El lector pasa ahora de una actitud de escucha a una postura de
respuesta.
Esta oración es necesaria para que se establezca el diálogo entre el
creyente y Dios. No hace falta para ello grandes esfuerzos de imaginación ni
inventar hermosos discursos.
Se puede pasar a un cuarto momento que suele ser designado como contemplación
o silencio ante Dios. El creyente descansa en Dios acallando otras voces.
Es el momento de estar ante él escuchando sólo su amor y su misericordia, sin
ninguna otra preocupación o interés.
Orar la Palabra es pedir a Dios que nos revele qué quiere decirnos.
Pedirle que nos dé docilidad para acogerla, dejarnos criticar por ella y
la gracia de ponerla en práctica.
Significar expresarle la gratitud por habernos hablado.
Es expresarle nuestro anhelo de que nuestros sentimientos y actitudes
estén a tono con lo que la Palabra nos ha proclamado.
6º- PROTEGERLA Y CUIDARLA
Al salir de aquí, el trato con las personas de
diversa mentalidad, los medios de comunicación, las preocupaciones temporales,
el empeño en distraerse, pueden hacer que la semilla sea inútil o casi
enteramente inútil.
Protegerla significa intentar vivirla a lo largo del día con hechos y
actitudes concretas.
"Por eso es necesario pasar de la "Palabra escrita" a la
"Palabra vivida" y pensar qué cambio o transformación nos exige la
Palabra de Dios que hemos escuchado. San Nilo, venerable Padre del desierto
decía: "Yo interpreto la Escritura con mi vida".
Para ello, lógicamente, es necesario recordarla de vez en cuando como lo
hacía María, la madre de Jesús (Lc 2,19).
Recordar la frase fundamental, el mensaje. A veces Jesús lo expresa con
una moraleja: "Hay más alegría en dar que en recibir" (He 20,35).
7º- ANUNCIARLA
Juan Pablo II escribe en Novo millennioineunte, nº 40: “Alimentarnos
de la Palabra para ser “servidores de la Palabra” en el compromiso de la
evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del
nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización,
la situación de una “sociedad cristiana”, la cual, aun con las múltiples
debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos....
Hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos
impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés.
Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba:
“¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16).
Comunicar de la forma posible los valores de la Palabra, comunicar la
experiencia liberadora que su vivencia supone.
"Lo que habéis oído en privado proclamarlo en las azoteas"
-dice Jesús..
8º- REVISAR LA VIVENCIA
Al final del día, examinarse sobre la vivencia de la Palabra, sobre cómo
hemos sido fieles a este don soberano.
Esto sé que lo hacen algunos seglares y religiosos.
EN
RESUMIDAS CUENTAS
No hay que olvida que la Biblia es el libro de texto de los cristianos.
Antes de comulgar con el Cuerpo del Señor, hay que comulgar con su espíritu,
que está en su Palabra.
Es
conveniente tener a la vista, recordar con frecuencia las grandes
proclamaciones de la Palabra de Dios, tenerlas grabadas en el móvil, en el ordenador,
en consignas en las paredes de la casa, tales como: “Esta es mi consigna: Que
os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois
mis discípulos” (Jn 13,34). “Hay más alegría en dar que en recibir”. “No os
llamo siervos, sino amigos” (Jn 15,15). Así experimentaremos de verdad lo que
cantamos: “Tu Palabra me da vida”, una vida mejor.
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