Cuando leí por primera vez “El Hombre en
busca de Sentido” del psiquiatra Víktor Frankl me impactó muchísimo una escena
que narra. Nunca la he olvidado, pues allí encuentro resumido lo mejor de la
especie humana. En los campos de concentración, arrasados por el hambre, la
tortura, el horror, había personas que compartían con sus compañeros su último
trozo de pan y les ofrecían ánimo y palabras de consuelo. Estaban igual al
resto; las mismas penurias y dolores, sin embargo…ejercían su pequeñita
libertad interior de decidir como querían vivir esta tragedia. De algunos
prisioneros sacaba lo peor: se volvían más egoístas, agresivos, desalmados. No
dudaban en traicionar o robar a un compañero, tratando de “salvarse”.
En estos otros, Frankl dice con sinceridad
que eran pocos, sacaba lo mejor. Eran pocos pero necesarios para seguir
inspirando que el ser humano puede ser más humano en los momentos críticos.
Cada uno de ellos era un “monumento” a la Humanidad; seres con altura y
profundidad, que podían ver un poco más allá de su propia necesidad. Nadie se
“salva” sólo. Quien lo cree vive una ilusión; no se “salva”, se “condena”.
En estos tiempos que en ocasiones nos miramos de reojo, desconfiados
y distantes, esa escena vuelve a mi mente, una y otra vez. Y desde el fondo de
mi memoria aparece un poema que leí siendo adolescente: “gente necesaria”: Hay gente que con
solo decir una palabra enciende la ilusión y los rosales,que con sólo sonreír
entre los ojos nos invita a viajar por otras zonas,nos hace recorrer toda la
magia./Hay gente, que con solo dar la mano rompe la soledad, pone la mesa,sirve
el puchero, coloca guirnaldas.Que con solo empuñar una guitarra hace una
sinfonía de entre casa./Hay gente que con solo abrir la boca llega hasta todos los
límites del alma,alimenta una flor, inventa sueños,hace cantar el vino en las
tinajas y se queda después, como si nada./Y uno se va de novio con la
vida desterrando una muerte solitaria, pues sabe, que a la vuelta de la
esquina, hay gente que es así, tan necesaria”.
Cada uno de estos
días me han llegado noticias de estos seres: que en el edificio o en la
Parroquia o en el Club del pueblo, hacen los mandados para los ancianos
aislados o prestan su oído en el teléfono para los que sienten solos y los
invade el miedo. O quienes se acuerdan del cuida coches de la cuadra y les
llevan alimento (material y emocional) sabiendo que en ellos, los más
vulnerables, la situación golpeará con más violencia.
Son necesarios para
combatir el virus más mortal de todos: la ajenidad, la indiferencia, el
individualismo.
Esto que parece una
película, que veíamos en la tv o en la computadora, y que pasaba siempre allá
lejos, hoy, se instaló entre nosotros. Y seguramente, si hay una salida rápida
y saludable, será gracias al sentimiento de comunidad. Y saldremos, más
humanos, más fraternos, más sensibles. Y es la única salida, me parece, que
vale la pena.
Ps.
Leonardo Buero
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