"En
la profundidad de la persona se halla el lugar de decisión sobre la conducta de
uno mismo"
"Numerosos
ejemplos argumentan a favor de la eutanasia desde el cristianismo. Dos de
ellos son la eutanasia activa, es decir, la elección voluntaria de la muerte,
por parte de los mártires, y la eutanasia ascética"
"La
máxima del propio Jesús de Nazaret, “Misericordia quiero, no sacrificios”, es
muy afín a la ética epicúrea"
24.02.2020 Juan José Tamayo
En
pleno debate sobre la eutanasia he vuelto a leer La
eutanasia, una opción cristiana (Editorial GEU, Granada, 2010),
un libro valiente, documentado y riguroso, que he leído con verdadera fruición.
Su autor es Antonio Monclús, catedrático de Pedagogía en la Universidad
Complutense de Madrid, fallecido en 2016. Monclús es consciente de que el campo
en el que juega le es adverso y que juega solo frente a un equipo de jugadores
bien pertrechados bajo una portería anti-eutanásica. Sin embargo, no se siente
condicionado por los prejuicios al uso, ni por las timideces políticas ni por
las estrecheces eclesiásticas, ni por las dificultades que puedan ponerle los
moralistas y que supera airosamente con gran coherencia en sus
planteamientos.
Aborda
el tema de la eutanasia en directo y en toda su complejidad, pero, eso
sí, sin desconocer las dificultades de todo orden con las que va a
chocar a lo largo de su investigación. Me gusta el toque de
heterodoxia en el tratamiento del tema. Constantemente se sale de lo política,
moral y teológicamente correcto y se coloca en la frontera. Piensa con libertad
sin dejarse influir por un imaginario colectivo adverso. Y lo hace con una
excelente pedagogía, como corresponde a un catedrático de esa disciplina que
cuenta con un amplio bagaje filosófico, teológico y científico-social. Es uno
de los méritos del libro que, dentro de su profundidad, es de lectura muy
asequible.
El
autor defiende la eutanasia desde dentro del cristianismo como opción
cristiana, enfrentándose a los intérpretes oficiales, cuyos argumentos expone
con profundo respeto y objetividad para, a continuación, ponerlos
en cuestión en clave interdisciplinar. Y todo ello en
coherencia con la teología de la vida.
El teólogo Hans Küng
Monclús
demuestra gran conocimiento de las fuentes bíblicas, teológicas, magisteriales
y una extraordinaria soltura en el recurso a la hermenéutica crítica de los
textos frente a las lecturas fundamentalistas y dogmáticas. El conocimiento de
los textos sagrados y la fundamentación bíblica de
sus planteamientos es una de las más gratas sorpresas que encuentra el lector
en este libro. El recurso a los métodos histórico-críticos y la lectura
hermenéutica que hace Monclús de la Biblia cristiana choca frontalmente con la
exégesis del magisterio de la Iglesia, que sospecha de los métodos
histórico-críticos y tiene ciertos tics fundamentalistas. Monclús no es
exegeta, pero se asesora con las obras de algunos de los mejores biblistas
actuales.
El
libro demuestra un excelente conocimiento de las fuentes patrísticas y de los
más cualificados teólogos de los primeros siglos
del cristianismo: Pablo de Tarso, Tertuliano, Orígenes,
Agustín de Hipona, que influyeron decisivamente, y no siempre de manera
positiva, en la conformación del pensamiento moral del cristianismo posterior.
Una de sus guías más fiables es la de los estudios del cristianismo primitivo y
de su relación con el helenismo de Jaeger.
La obra
demuestra, igualmente, un conocimiento profundo de los argumentos del
magisterio eclesiástico, sobre todo de los más recientes de los papas y del
episcopado español, que cita amplia y directamente. Y responde a los mismos con
solidez argumental y desde la ética de la vida buena
y la muerte digna, inspirándose en importantes filósofos y
teólogos de ayer y de hoy como Dietrich Bonhoeffer, Edward Schillebeeck, Hans
Küng, Juan Masiá, Gianni Vattimo y Roger Haight, entre otros.
La Virgen, rota de dolor
Este
artículo no pretende sustituir la lectura del libro, que recomiendo ya desde
ahora. Solo quiere servir de introito y
de guía para una más fácil comprensión. Tres
son las principales ideas de la obra. La primera es que en la profundidad y
profundidad de la persona se halla el lugar de decisión sobre la conducta de
uno mismo. Lo que implica honestidad radical y sinceridad íntima de la persona
consigo misma.
Destaca
el papel fundamental que le corresponde a la conciencia en la toma de
decisiones, y muy especialmente en el caso de la eutanasia. La conciencia es el
espacio más insobornable y menos venal del ser humano, al tiempo que constituye
la base de una ética personalista. Decidir y actuar en conciencia es lo que
conforma a la persona como ser moral. Monclús habla, muy certeramente, de la
“sinceridad espiritual de la conciencia”.
Una
segunda idea-eje es que eutanasia es una opción cristiana, y lo es desde la
defensa de la vida, de la vida en plenitud en el más
genuino sentido evangélico o, si se prefiere,
jesuánico, que hoy podríamos traducir como calidad de vida. Es la tesis fuerte
del libro, que demuestra con numerosos ejemplos y argumentos consistentes. Dos
de ellos son la eutanasia activa, es decir, la elección voluntaria de la
muerte, por parte de los mártires, siguiendo los relatos y testimonios de tres
escritores de la época: Eusebio de Cesarea, Lactancio y Cipriano de Cartago
(202) y la eutanasia de la ascética, que, con Tomás de Kempis, llega a la
apología del desprecio de la vida humana.
"El
cristianismo no es una religión dolorista, justificadora del sufrimiento, al
que reconozca un sentido redentor y expiatorio"
La
tercera idea se concreta así: el cristianismo no es una religión dolorista,
justificadora del sufrimiento, al que reconozca un sentido redentor y
expiatorio. Todo lo contrario. Es una religión que lucha
contra el sufrimiento y sus causas. En este punto se da la
mano con el buddhismo, con
quien comparte la experiencia de la compasión, conforme a la máxima del propio
Jesús de Nazaret: “Misericordia quiero, no sacrificios”, muy afín a la ética
epicúrea, tan denostada por determinadas corrientes del cristianismo: “Vana es
la palabra del filósofo que no sea capaz de aliviar el sufrimiento humano”.
La compasión,
entiéndase bien, no significa sentir pena, lamentarse pasivamente de las
desgracias del otro, sino ponerse en su lugar, del lado de los sufrientes de la
historia, identificarse con ellos, hacer suyo su sufrimientos, condividirlos y
luchar contras las causas que lo provocan.
Nadie
piense que el libro cierra el debate sobre la eutanasia ni que llega a
conclusiones cerradas. Muchas son las cuestiones que deja intencionadamente
irresueltas. Y ese es otro de sus méritos. Seguro que quien lea el libro, lo
hará asintiendo y disintiendo. Me parece un buen método y un excelente
ejercicio de libertad de pensamiento y
de conciencia, que engrandece al lector, al libro y al autor.
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