sábado, 28 de noviembre de 2020

Continuando con: BUENAS RELACIONES IX INVITACIÓN A LA TERNURA (2) autor Atilano ALAIZ cmf.

 INVITACIÓN A LA TERNURA -2-

                        La ternura, urgencia del amor cristiano

  En lo que respecta a la vivencia de la ternura, hay que empezar por valorarla. La ternura no es una virtud menor; tiene una gran trascendencia en la vida de las personas y es el alma en las relaciones humanas. Como me han confesado muchos novios y matrimonios, son los gestos de ternura los que enamoran y los mantienen enamorados. Son los pequeños detalles, las caricias, los que hacen felices a los hijos; los grandes servicios, la alimentación, la enseñanza, los cuidados de la salud, los interpretan como deberes obligados de los padres; son los detalles de la vida, los gestos de ternura los que ponen de relieve el amor espontáneo y libre, los que ponen de manifiesto el grado de amor que les profesan. Son las expresiones de ternura los que provocan la amistad y los que mantienen unidos a los amigos. La ternura y la humildad son el lenguaje del alma. La ternura engrandece al que la recibe, pero más al que la regala; la ternura es un factor necesario de humanización. Es imprescindible al principio, al medio y al fin de la vida. La ternura es necesaria para que el adulto disfrute de la experiencia de ser aceptado y querido, se sienta feliz y no vaya por la vida “con cara de vinagre”, en expresión del Papa Francisco (EG,85).

     Pablo, después de invitarnos en la carta a los romanos al “amor sin ficciones” (Rm 12,9), sin formulismos ni formalismos, nos invita al cariño fraterno: “Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros” (Rm 12,10); nos invita, pues, a la ternura, a un amor fraterno afectivo y cálido, desechando el amor seco y frío, fruto de quien al amar cumple un deber; el Apóstol nos invita al cariño de quien vive el amor como una mística. El autor de la carta los Colosenses nos hace esta misma invitación: “Como elegidos de Dios, consagrados y predilectos, vestíos de ternura entrañable, de agrado, humildad, sencillez, tolerancia” (Col 3,12). San Pedro hace también esta misma exhortación: “Purificados ya internamente por la respuesta a la verdad, que lleva al cariño sincero por los hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente (…) “Mantened en tensión el amor mutuo, que el amor sepulta un sinfín de pecados” (1 Pe 1,22; 1 Pe ,4,8). Y, en su segunda carta, vuelve a recomendar a los miembros de las comunidades “el cariño fraterno” (2 Pe 1,8). Por supuesto, tanto Pedro como Pablo, no sólo invitan al cariño y a la ternura hacia los hermanos, sino que ellos mismos son modelos de referencia e identificación. Y, en esto, no hacen otra cosa que imitar a Jesús a quien tienen como modelo determinante en su ser y en su quehacer: “Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo” (1 Cor 11,1) -escribe Pablo a los corintios.

     Los cristianos, las estructuras eclesiales, nuestros movimientos, nuestros grupos y comunidades, nuestras familias y parroquias, estamos llamados a ser el corazón de la sociedad, de nuestra sociedad. La Iglesia está llamada a ser el domicilio de la ternura, el corazón de la sociedad, en el corazón de los ambientes en que está. El Papa Francisco es un testigo indiscutible de la ternura cristiana a imagen y semejanza de Jesús de Nazaret. Él es un cristiano tierno que desborda en gestos de ternura, en abrazos, besos y caricias, sobre todo con los niños, los enfermos, los discapacitados y deformes. Es fiel a su mensaje cuando afirma: “Los discípulos de Jesús estamos llamados a llevar adelante la “revolución de la ternura que Jesús inició con su encarnación” (Papa Francisco, EG,88).

 

      Jesús, el hombre-Dios, todo corazón.

 

      Lamentablemente, los hagiógrafos, al presentarnos la trayectoria de las vidas de los santos y los rasgos de su espíritu como modelos de referencia, insisten siempre y únicamente en la reciedumbre de su carácter, que evidencian con la narración de sus odiseas, de sus persecuciones sufridas, de los misterios dolorosos que hubieron de afrontar y, raramente, hacen alusión a su ternura y a su espíritu jovial. Esto mismo ha sucedido en lo que se refiere a Jesús de Nazaret. Y, sin embargo, Jesús es la ternura de Dios humanizada. La expresa con caricias a las personas, incluso a los contagiosos, transgrediendo las leyes religiosas de la pureza legal, como eran los leprosos, a quienes imponía las manos. Como nos indica el beso traidor de Judas, los miembros de su grupo se besaban (Mt 26,48). Esclarecedor, sobre todo, es el trato de Jesús con los niños. Les inspiraba confianza con sus ademanes llenos de bondad; ellos se sienten felices y confiados con su presencia; le tiran del manto; se agarran a sus piernas. Él los coge en brazos. Señala Marcos: “Tomándolos en los brazos los bendecía imponiéndoles las manos”. Los discípulos regañan a los niños y quieren apartarlos de él y atajar “sus excesivas confianzas” con el Maestro; pero Jesús, a quien riñe no es a los niños sino, más bien, a los apóstoles: “Dejad que se me acerquen los niños, no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el Reino de Dios” (Mc 10,13-16). Jesús no tiene nada de lejano y mayestático; es todo cariño, afabilidad y ternura.

     Jesús se conmueve ante el sufrimiento de las personas. “Al ver a la viuda que lleva a su hijo a enterrar, “le da lástima de ella” (Lc 7,13). “Al desembarcar ve mucha gente, le da lástima de ellos, porque andan como ovejas sin pastor, y se pone a enseñarles con calma” (Mc 6,34). Según el testigo Juan evangelista, se conmueve y llora varias veces ante la muerte de su amigo Lázaro: “Al ver llorar a María y a los judíos que la acompañaban… Jesús se echa a llorar. Los judíos comentan: “Mirad cuánto lo quería!” (Jn 11,33-36). Llora al contemplar proféticamente desde la cumbre del monte de Betania a Jerusalén y en ella a toda Palestina en ruinas y a sus connacionales muertos o llevados cautivos a Roma o dispersados por diversas naciones del mundo. En el presunto lugar donde lloró Jesús, se levanta hoy un templo con el presbiterio acristalado desde donde se contempla panorámicamente la ciudad de Jerusalén; el templo se denomina el Templo de la lacrimación del Señor. Relata el evangelista Lucas: “Jesús exclama llorando al contemplar proféticamente su ruina total: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a os que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Pues mirad, vuestra casa se quedará vacía. Y os digo que no me volveréis a ver hasta el día en que exclaméis: Bendito el que viene en nombre del Señor” (Lc 13,34-35). He aquí una proclamación solemne de la ternura de quien fue siempre, como lo definió el teólogo mártir Dietrich Bonhoeffer “el-hombre-para-los-demás”.

      Jesús alaba los gestos de ternura de la mujer pecadora que acude a la casa del fariseo Simón, que le había invitado a comer, y critica la sequedad y falta de gestos de ternura del anfitrión: “¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me los ha lavado con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama” (Lc 7,44-47).

     Ante la protesta de los Apóstoles que lo rechazan, verifica el gesto entrañable, propio de los siervos, el lavado de sus pies de sus doce Apóstoles en la última cena. Relata Juan: “Jesús se levanta de la mesa, se quita el manto y se ciñe una toalla; echa agua en una jofaina y se pone a lavar los pies de los discípulos, secándoselo con la toalla que llevaba ceñida” (Jn 13,4-6). También en la última cena, deja que Juan recline la cabaza sobre su pecho (Jn 13,23). Declara a los Apóstoles: “No os llamo siervos, sino amigos, porque os he comunicado todo lo que he oído de mi Padre” (Jn 15,15). Señala justamente el Papa Francisco: “El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura” (EG,88); no sólo en la encarnación, sino en toda su vida.

 

     María, vigor y ternura.

 

      María es la encarnación femenina de la ternura de Dios. El Papa Francisco, el día 1 de enero del 2019, en la celebración de la eucaristía de María Madre de Dios, invitaba a la ternura haciendo referencia María, la esposa, la Madre, la “mujer-para-los-demás”, la mujer cabalmente tierna para los demás. Jesús, “que crecía en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52) aprendió la ternura de su madre y de su padre adoptivo, san José. Como señaló Juan Pablo II, María fue discípula de Jesús, pero primero fue, junto con su esposo José, su maestra. Ella fue, como Jesús, al mismo tiempo, vigor y ternura, como define Leonardo Boff a Francisco de Asís.

     María es el rostro materno de Dios, de un “Dios que es esencialmente Amor” (1 Jn 4,7), ternura infinita. Es sumamente significativo que pone de manifiesto la ternura de María, el hecho de que, al saber del avanzado estado del embarazo de su prima Isabel, “se pone en camino y va a toda prisa a la sierra” (Lc 1,39), a Aín-Karín, el pueblo donde viven sus primos Zacarías e Isabel, recorriendo 150 klms. ella, una joven quinceañera. Y va a toda prisa para “servir durante tres meses” a sus primos (Lc 1,56). María está invitada, juntamente con su Hijo y los Apóstoles a una boda en Caná de Galilea. Durante el banquete nupcial, María, con una profunda intuición femenina, percibe el nerviosismo de los novios y de sus padres; se percata de que se ha acabado el vino. Se acerca a Jesús y le dice sigilosamente al oído: “No les queda vino”. Jesús le contesta: “¿Quién te mete a ti en esto, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. Pero, a pesar de todo, María dice a los sirvientes: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,1-5). Y, gracias a su ternura, se produce el milagro. Y siguen produciéndose calladamente los milagros, gracias a su ternura de Madre intercesora (LG, 62). El día 1 de enero de 2019, el Papa Francisco afirmó categóricamente: “Para la fe es esencial la ternura. Un mundo que mira el futuro sin mirada materna es miope” (ABC, 2 de enero de 2019). La ternura no es, pues, un subproducto del Evangelio, sino una actitud íntimamente entrañada en él.

 

    La ternura de Pablo

 

   Pablo es un testigo fiel de la ternura de Jesús. A mí, personalmente, sus cartas me conmueven por el cariño y la ternura que destilan. Pablo es todo corazón. Es sumamente cariñoso con los miembros de las comunidades que ha fundado y, sobre todo, con sus colaboradores. Escribe a los corintios: “Por lo que a mí hace, séame Dios testigo y que me muera si miento… pretendía con mi carta: que, cuando fuera, no me causaran pena los que deberían darme alegría, persuadido de que todos tenéis mi alegría por vuestra. De tanta congoja y agobio como sentía, os escribí con muchas lágrimas, pero no era mi intención causaros pena, sino haceros caer en la cuenta del amor tan especial que os tengo” (2 Cor 1,23; 2,3-4). “Me he desahogado con vosotros, corintios; siento el corazón ensanchado. Dentro de mí no estáis estrechos. Pagadme con la misma moneda; os hablo como a hijos, y ensanchaos también vosotros” (2 Cor 6,11-12). Expresa su absoluta solidaridad y empatía con los que sufren en la comunidad: “¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién cae sin que a mí me dé fiebre?” (2 Cor 11,29). Les ofrece, frente a los rivales que quieren seducir a miembros de las comunidades, una letanía de sus odiseas por crear comunidades y servir a las que ha fundado: “Muerto de cansancio, sin dormir muchas noches, con hambre y sed, a menudo en ayunas, con frío y sin ropa. Y, aparte de eso exterior, la carga de cada día, la preocupación por todas las comunidades” (2 Cor 11,27-28).

     A lo tesalonicenses les expresa el ardiente deseo de encontrarse con ellos, y les confiesa: “Sí, nuestra gloria y alegría sois vosotros” (1 Tes 2,20). Escribe, asimismo, a los gálatas: “Hijos míos, otra vez me causáis dolores de parto hasta que Cristo tome forma en vosotros. Quisiera estar ahora ahí y matizar el tono de mi voz, pues con vosotros no encuentro medio” (Ga 4,19). Expresa su disgusto y su cierto nerviosismo por la perturbada situación de la comunidad: “Mirad con qué letras tan grandes os escribo, son de mi propia mano” (Ga 6,11). Son también reveladoras de la ternura y cariño las despedidas de sus cartas, especialmente la que dirige a la comunidad de Roma. “Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia de Cencreas; recibidla como cristianos, como corresponde a gente consagrada; poneos a su disposición en cualquier asunto que necesite de vosotros, pues, lo que es ella, se ha hecho abogada de muchos, empezando por mí. Recuerdos a Prisca y Aquila, colaboradores míos en la obra de Cristo Jesús; por salvar mi vida se jugaron la cabeza, y no soy yo solo quien les está agradecido, lo mismo todas las iglesias del mundo pagano. Saludad a la iglesia que se reúne en su casa” (Rm 16,1-5). “Recuerdos a Rufo, ese cristiano eminente, y a su madre, que también lo es mía” (Rm 16,13). Todo el capítulo tiene una gran vibración de cordialidad fraterna.

     Especialmente conmovedora es breve carta que Pablo dirige a Filemón en favor de Onésimo, un criado ladrón que se fugó con el hurto, coincidió con Pablo en la cárcel, y Pablo lo convirtió a la fe en Jesús: “Mucho me alegró y animó tu caridad, hermano; gracias a ti se ha tranquilizado el pueblo santo. Por eso, aunque por Cristo tengo plena libertad para mandarte lo que convenga, prefiero rogártelo apelando a tu caridad, yo, el viejo Pablo, ahora además preso por Cristo Jesús. Te ruego en favor de este hijo mío, Onésimo, al que engendré en la cárcel; antes te era inútil, ahora puede sernos útil a ti y a mí (Onésimo significa útil). Te lo mando de vuelta a él, es decir, al hijo de mis entrañas. Me habría gustado retenerlo conmigo para que él me sirviera en lugar tuyo mientras estoy preso por el evangelio. Sin embargo, no quise hacer nada sin contar contigo; no quiero que tu bondad parezca forzada, sino espontánea. Si te dejó por algún tiempo, fue tal vez para que ahora lo recobres definitivamente, y no ya como esclavo, más que como esclavo, como hermano querido; para mí lo es muchísimo, cuánto más va a serlo para ti, como hombre y como cristiano. Si te sientes solidario conmigo, recíbelo como si fuera yo. Si en algo te ha perjudicado o te debe, ponlo a mi cuenta; yo, Pablo, te firmo el pagaré de mi puño y letra, para no hablar de que tú me debes tu propia persona. Anda, hermano, deja que, como cristiano, me aproveche yo de ti; tranquilízame tú como cristiano. Te escribo seguro de tu respuesta, sabiendo que harás aún más de lo que te pido. Y, a propósito, prepárame alojamiento, pues, gracias a vuestras oraciones, espero que Dios os mandará este regalo” (Flm 1,7-22). Este es Pablo. Y esta carta, ¡todo un manifiesto de ternura y cariño! El apóstol Pablo no sólo predica la ternura, sino que la practica. Recomienda a los miembros de sus comunidades las expresiones de amor fraterno: “Saludaos mutuamente con el beso ritual. Todas las iglesias de Cristo os saludan” (Rm 16,16; 1 Cor 16,20:  2 Cor 13,12).

    

     Francisco de Asís, la ternura cabal

 

     Francisco de Asís, como tituló uno de sus libros Leonardo Boff, es también como María, “Vigor y ternura”. Él es, a nivel universal, todo un símbolo de la ternura humana. “El santo de Asís -señala Fracesc Torralba- es el emblema universal de la ternura, de la madura inocencia, de la fe en el mundo, el hombre y todas las criaturas. Si no fuera por el hecho de que es una figura histórica, se podía creer que fue un puro icono mental, un referente sin carne ni huesos, pero su vida es un elocuente ejemplo de esta mirada tierna que nuestro mundo necesita urgentemente. Él es la prueba de que la ternura es posible. El mundo nos exhorta a ser duros y competitivos, pero la ternura no es un espejismo en el desierto ni una utopía forjada por cantamañanas (…) Francisco de Asís recibió golpes, pero no se endureció. Se despojó de tópicos y prejuicios, de todo cuanto había recibido de sus padres y desnudo salió de Asís. Fue objeto de burlas y escarnios (a él y a sus compañeros les motejaron como “los locos de Asís”), pero en su corazón albergaba demasiada ternura como para dejarse ofuscar por las críticas. El camino hacia la desnudez le llevó a descubrir el niño que había en su espíritu, entendiendo que sólo este niño podría salvarlo del naufragio universal. Se dejó llevar por este niño que, como un pequeño dios, le mostró el camino hacia la felicidad. El Espíritu que en forma de niño moraba en su interior, le condujo a las más altas cimas de la experiencia humana, hasta el linde del orden divino. Hemos de mirarlo como un hombre excepcional que a través de su vida nos enseña a vivir de otra manera, a sentir ternura por el mundo, a fundirnos en un todo con los demás y a existir en armonía con el mundo” (Francesc Torralba, La ternura, Ed. Milenio, Lleida, 2010, 120-122).

Francisco es tierno incluso con los animales de los que se siente hermano, “hermano del lobo”. Razona con el corazón y se dice: “Dios nos ha creado a ellos y a nosotros, es su Padre y nuestro Padre, por lo tanto, somos hermanos; pero no sólo de los animales, sino también de las criaturas inanimados, por eso, para él eran “el hermano sol”, “la hermana agua”, la hermana luna”. Daba un pienso extraordinario al burro en la fiesta de Navidad, “porque -decía- “tiene derecho a celebrar la fiesta, porque Dios se encarnó y nació para bien de la creación entera”. Apartaba los gusanos del camino para que no corrieran el peligro de ser pisados por los caminantes.

     Modelo de ternura es también san Antonio Ma. Claret quien confiesa: “Yo soy de corazón tan tierno y compasivo, que no puedo ver una desgracia, una miseria que no socorra; me quitaré el pan de la boca para dárselo al pobrecito y aun me abstendré de ponérmelo en la boca para tenerlo y darlo cuando me lo pidan, y me da escrúpulo gastar para mí recordando que hay necesidades que remediar” (San Antonio Ma. Claret, Autobiografía, 10). Pedía encarecidamente a los hermanos de la congregación recién fundada por él: “Dejadme limpiaros los zapatos, haceros la cama, serviros a la mesa, que es para mí un honor y una alegría”

     Resulta patente que el Papa Francisco, a imitación del Francisco de Asís, no sólo predica, sino que también practica con generosidad la ternura evangélica. Liberándose de tradicionales aires mayestáticos delos Papas, abraza, besa, acaricia con profusión y pausa a todos, sobre todo, a los niños, a los enfermos, a los ancianos, a las personas los deformes. Me impresionó cómo prodigaba recientemente gestos de ternura en un centro de niños, jóvenes y ancianos discapacitados, algunos tan deformes que provocaban rechazo. El Papa Francisco ejerce certeramente el magisterio de los gestos, que es el anuncio del Evangelio y más impactante porque toca el corazón.

PARA LA REFLEXIÓN, LA ORACIÓN, EL DIÁLOGO Y EL COMPROMISO

     Lecturas bíblicas

     Juan 13,13-17: Jesús, Maestro de la ternura, que la practica y la urge a sus

                                                                                         discípulos, a nosotros.

     1Pedro 1,22: Pedro urge la actitud de cariño y el ejercicio de la ternura.

    

     1º- ¿Qué es lo más importante para mí, lo más impactante que hay que subrayar en las lecturas bíblicas y la reflexión?

     2º- ¿En el ambiente eclesial, familiar, grupal y comunitario hemos reflexionado sobre la ternura como exigencia del amor cristiano? ¿En qué medida nos hemos esforzado por fomentar el cariño y poner en práctica la ternura?

    3º- ¿Qué es lo que más me ha llamado la atención al contemplar los modelos de referencia de la ternura presentados en la reflexión?

    4º- ¿Qué cambios me pide el Señor verificar en mis relaciones humanas, qué compromisos me urge asumir con estas lecturas de la Palabra de Dios y con la reflexión?

                                                               Atilano Alaiz

 

 

 

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