Bartol y la santidad del statu quo
Vayamos por partes. La ignorancia de Bartol respecto a los mecanismos socioeconómicos de exclusión y marginalidad, así como la complejidad que entraña la articulación de programas interdisciplinarios, alarma. Pero eso no es nuevo. En El País (25-VIII-19), ya había considerado que a los que se encuentran en situación de vulnerabilidad hay que darles “asistencia para hacer sus currículums, que se creen una cuenta de Facebook para recontactar a sus familiares. Quiero que puedan hablar con sus hijos, que muchas veces no saben ni dónde están y las redes ayudan. Que vean el futuro con más optimismo”. Bartol parece presuponer que, en buena medida, la marginación y la violencia endémicas parten de uno mismo. No resulta extraño que en su discurso sobre el tema apenas aparezcan factores externos que intercedan. Tampoco resulta extraño que Bartol intente dar la imagen de un maestro iluminado, un guía que nos muestra el camino para lograr abrir “muchas puertas”. Lamentablemente el modelo propuesto para abrir esas puertas apunta a la construcción de sujetos dóciles, que sólo se miren a sí mismos y se culpabilicen si no alcanzan el estatus de emprendedor o si sufren. Este sujeto es el completo hacedor y responsable de sí mismo. Y con la misma vara justiciera es capaz de pedir castigo para quienes no están a su altura. Otro detalle a considerar es que Bartol utiliza el emprendedurismo como un mecanismo de construcción de subjetividad. Su finalidad, a mediano y largo plazo, es el desarme –profundamente afín al proyecto socioeconómico del PN– del entramado social sindical y del Estado. Pero también a la lógica del Opus Dei, una de las corrientes más ultraconservadoras de la Iglesia Católica, que es la línea religiosa a la que responde Bartol, así como varios del entorno herrerista. Dentro de esta línea de pensamiento, como diría el filósofo y psicoanalista Jorge Alemán, “la fábrica neoliberal de emprendedores tiene que decir que esta crisis viene muy bien, porque si uno toma las iniciativas, ya no depende de nadie, ni espera nada del Estado y se vuelve empresario de sí mismo”. La idea del sujeto emprendedor, autosuficiente, que se gana su bienestar por sí mismo, sin colaboración de nada ni de nadie, va penetrando en las conciencias y logra cambiar el sentido común de la acción colectiva, transformando la solidaridad en individualismo. Así, pensamientos y acciones que podrían encauzarse hacia el ejercicio político, hacia un cuestionamiento crítico de los sistemas de poder, se utilizan para incrementar el individualismo, forjando estructuras de pensamiento subordinadas a los esquemas ideológicos de la clase dominante.
Además, ¿no les sonaría extraño a ustedes que un carnicero recomendara a sus clientes una dieta vegana? Digo, se me ocurre. Que a alguien que suele autoinfligirse golpes de cilicio por el cuerpo como forma de buscar la paz espiritual –como es de público conocimiento– le dé por recomendar el yoga suena contradictorio. De la mano de esta gente, nuestro próximo escenario nacional sería como un capítulo descartado de El código Da Vinci, pero sin gracia narrativa y sin héroes.
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