jueves, 29 de abril de 2021

CARTA PASTORAL. Desafíos en tiempo de pandemia. Iglesia Metodista Central.- Raúl Sosa, Pastor de la Iglesia Metodista Central

Desafíos en tiempo de pandemia

Días atrás, tuve el honor y el privilegio de participar en el DIÁLOGO POR LA VIDA. Un encuentro para tender puentes. Este encuentro virtual nucleó a un amplio grupo de personas representativas de los más diversos sectores de nuestra sociedad y de distintas expresiones ideológicas y políticas, pero con un común denominador: la intensa preocupación por los efectos de la pandemia que estamos atravesando, que se dan en un contexto de polarización política y de severa dificultad para alcanzar acuerdos que permitan enfrentar la situación con mayores fortalezas.

Pasados los días, la preocupación que motivó el encuentro no cesa porque los indicadores de muertes, contagios e internaciones en CTI no han tenido modificaciones sustantivas, a pesar del buen ritmo de vacunación y de algunas señales alentadoras en el ámbito político y de gobierno.

Sigue siendo tan necesario como urgente, por lo tanto, hacernos un llamado como sociedad, que en el caso de los cristianos y cristianas se presenta como un clamoroso reto del Dios creador y sustentador de la vida. Dentro de este llamado cobran relevancia los siguientes desafíos:

- Cuidarnos y cuidar a los demás, asumiendo conductas responsables, cumpliendo con las indicaciones sanitarias en todos sus aspectos, y poniendo freno a ese egoísmo e individualismo que nos vuelve incapaces de ver más allá de nuestros deseos personales e intereses particulares.

Esta responsabilidad recae de manera especial en quienes poseen las condiciones laborales, económicas y habitacionales que les permiten cumplir con todas las recomendaciones y con las limitaciones a la movilidad, a fin de que no se produzca ese repetido y lamentable fenómeno de exigirle a los que menos tienen lo que no se les exige a los que tienen más.

- Inspirados en el modelo de Jesús, que nos convoca a ser sensibles ante el dolor de los demás y a hacernos prójimos de los que sufren, es preciso desarrollar un sentimiento de valoración y empatía con los sectores más golpeados por la pandemia y con quienes a causa de su trabajo están más expuestos al dramatismo de la situación.

Para hacer más gráfica y evidente esta necesidad pongamos algunos ejemplos. No está bien que cuando en las presentes circunstancias los médicos, desde sus organizaciones, plantean la necesidad de adoptar mayores medidas, o los docentes plantean algún reclamo, o quienes están llevando adelante ollas populares demandan apoyo del estado, prime un sentimiento de sospecha y de acusación política por sobre la comprensión de la dureza de lo que enfrentan y la valoración de la dedicación, la responsabilidad y la solidaridad que los motivan. Del mismo modo, no está bien que ante una desgracia como la del Hogar de ancianos de Fray Bentos, a algún parlamentario de manera apresurada e irreflexiva, se le ocurra solicitar la renuncia del ministro de Salud.

Esto no quiere decir que haya que estar de acuerdo con todos los planteos, bien podemos no estarlo, lo que no se puede es despreciar, ignorar, desvirtuar y deslegitimar cualquier reclamo echando un manto de sospecha o directamente imputando intensiones aviesas como argumento y mecanismo político.

Sin el empeño y la decisión de ponernos en el lugar del otro, nos gana la incomprensión, la cerrazón, la fragilización de los vínculos y del entramado social que resulta indispensable para sostener la vida en los momentos críticos.

- Necesitamos entender que la mayor capacidad de resistencia en las situaciones difíciles radica en la unidad del colectivo, sea un colectivo pequeño como una familia, o más grande como una comunidad o nación. En las crisis es cuando más hay que resistir, y se resiste cuando se hace carne la premisa de que solo y por la suya nadie se salva, sino que la salvación requiere del conjunto y ser concebida para el conjunto. La sabiduría bíblica lo expresa bellamente:

Más valen dos que uno, pues mayor provecho obtienen de su trabajo. Y si uno de ellos cae el otro lo levanta. ¡Pero ay del que cae estando solo, pues no habrá quien lo levante!

Uno solo puede ser vencido, pero dos podrán resistir. Y además, la cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente [como la de un solo hilo]. (Eclesiastés 4: 9-12)

La hora demanda, sin lugar a duda, fomentar la unidad. Se vuelve urgente tender puentes y disponernos al diálogo, tal cual lo puso de manifiesto la convocatoria que mencioné al comienzo. Pero para tender puentes y que el diálogo sea fecundo hay algunas condiciones ineludibles.

En primer lugar, aceptar que para que haya diá-logo, vale decir, el encuentro de dos lógicas diferentes, hay que salir del predominio de la lógica de la disyunción. Esta lógica siempre va de la mano de la polarización de ideas y de la ortodoxia de pensamiento, con su carga de simplificación y absolutización del razonamiento propio y de exclusión del punto de vista ajeno. El diálogo, por el contrario, requiere ingresar en una atmósfera que propicie la conjunción, que propicie el “y” para no quedar rehenes del “o”.

La cuestión no es, por ejemplo, que la responsabilidad y el cuidado en la pandemia deba recaer en las personas o en el Estado. En situaciones críticas como la que estamos atravesando, se precisa de la contribución de las personas y del Estado. A nivel personal no podemos descansarnos en el Estado, pero el Estado, comprendiendo que sus responsabilidades son mayores porque su cometido esencial es proteger la vida de sus ciudadanos y garantizar los derechos que la hacen viable para todas y todos, no debe eludir ni transferir sus responsabilidades.

Otro ejemplo: la cuestión no radica en que haya que decidir entre vida o economía; esa disyuntiva es falsa por donde se la mire, aunque parece estar presente detrás del escaso calibre de algunas de las medidas adoptadas por las autoridades nacionales y más aún, detrás de la no adopción de medidas mayores. El gran desafío que nos plantea esta crisis, cuyas consecuencias son a la vez sanitarias y económicas, es conjugar economía y vida. Para lograrlo es preciso recordar un principio general y un principio evangélico que hacen a la esencia ética de la economía. El principio general es que la economía siempre debe estar en función de la vida y nunca al revés; el evangélico es que “los últimos tienen que ser los primeros”.1

Colocar ambos principios en el centro de las valoraciones y de las decisiones que se adopten ayudará a prevenir y contrarrestar dos grandes peligros que el país enfrenta en estos momentos de emergencia sanitaria y social. Se evitará, por un lado, consagrar la creciente inequidad como un fenómeno natural e irremediable –una tentación permanente para las economías que tienden a concentrar la riqueza, que se agudiza en una situación como la actual en la que el incremento de la pobreza es tan notorio como doloroso. Por otro lado, permiten tener conciencia de que la pobreza, las carencias en la educación, los recortes en el ámbito de la ciencia y la innovación, como otras restricciones y recortes en la inversión social, no sólo constituyen un problema del presente, sino que además tienen un gran peso de cara al futuro; serán una suerte de hipoteca que llegado el momento resultará aún más complicado levantar.

Todos y todas estamos convocados a construir unidad, a fomentar diálogo, a tender puentes que nos ayuden a salir de la polarización y que permitan enfrentar la crisis con mayor fortaleza social y calidad democrática.

Pero si bien ese gran desafío involucra al conjunto de la población, para el sector político entraña una responsabilidad especial. Mucho más si tenemos en cuenta que en el sistema democrático política y diálogo son inseparables. El sector político en su conjunto y de manera particular quienes ocupan posiciones de gobierno deben dar el ejemplo para estar a la altura de las demandas del momento y de la imperiosa necesidad de fomentar un clima de encuentro. Esto no se podrá alcanzar si se persiste en las chicanas; en sustituir la política del diálogo y del debate serio por una política de redes sociales donde campea la intolerancia, las acusaciones, la provocación y el falseamiento interesado de la realidad. Y menos aún se podrá lograr si los discursos se reducen a imponer el propio relato, más que a superar concretamente las dificultades a partir de la justicia, la equidad y el compromiso en la defensa de los derechos fundamentales. Cuando predominan las conductas arriba señaladas, la política deja de ser ese gran instrumento de transformación para autodegradarse en una simple búsqueda y ejercicio del poder.

La pandemia nos pone ante un gran reto que no solo comprende al presente, sino también al futuro. El diálogo, entonces, se vuelve muchísimo más necesario para prever el impacto en el mediano y largo plazo, para identificar núcleos de la población prioritarios en la atención y para tratar de establecer políticas de estado que sean capaces de mirar más allá de la coyuntura y de los interesas sectoriales.

Las dificultades son muchas, la fragmentación de la sociedad es grande y los desentendimientos abundan, pero nos impulsa no sólo la gravedad del momento, sino también una doble esperanza. La esperanza fundada en que si como sociedad fuimos capaces de dialogar y alcanzar acuerdos en momentos tanto o más difíciles que este, como sucedió en la crisis del 2002, y antes aún en la salida de la dictadura mediante la Concertación Nacional Programática, también hoy podremos tender puentes que permitan encontrar concordancias para superar la crisis con el menor costo humano posible. A esta esperanza, las cristianas y cristianos le sumamos otra que proviene de nuestra fe en el Dios de la vida, es la esperanza testimoniada por el profeta Isaías de que podremos contar con la fuerza y el amor de Aquél que en medio de la oscuridad proyecta una luz que alumbra nuevos días:

Reedificarán las ruinas, levantarán lo que fue asolado y restaurarán las ciudades arruinadas y los escombros de mi pueblo. Porque el Señor, nuestro Dios, ama la justicia y el derecho, así como aborrece la rapacidad y el crimen.

Porque como la tierra produce su renuevo y como el huerto hace brotar su semilla, así Dios, hará brotar la justicia(Isaías 61: 4-11)

                                                                                                              Raúl Sosa

                             Pastor de la Iglesia Metodista Central

                             Iglesia Metodista Central
                             Constituyente 1460 – Tel. 2418 436
                             Montevideo, 26/4/21

https://web.facebook.com/iglesiametodistacentraluy   

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