jueves, 20 de enero de 2022

DISCULPEN HERMANOS MUCHOS HAN VISTO LA FRIVOLIDAD DEL STAND DE URUGUAY EN MADRID. TENEMOS QUE LEER y RELEER A MATEO,

El fallecido  obispo Desmond Tutú, dijo:   "Si  somos neutrales en las situaciones de injusticia, hemos elegido el lado del opresor" 

ENTREVISTA EN BÚSQUEDA.-  Periodista  Juan Carlos Mosteiro.  (pág. 10/ 6-1-2022

 Quienes acompañan a Mateo Méndez dicen que este sacerdote salesiano de 76 años “está hecho un toro, terco, duro y todo”. Y que lo que lo mantiene en forma es la actividad diaria en los barrios y con los jóvenes más pobres, ahora repartido entre Casavalle (Montevideo) y Las Piedras (Canelones) por sus obras sociales de inspiración religiosa, Tacurú y Minga.

“Está lindo todo esto, ¿eh…? ¡Y no se imagina lo que cuesta: sangre, sudor y lágrimas…! O, mejor, padre nuestro, ave maría y gloria”, dice el padre Mateo riendo, en medio del calor y el cielo despejado del jueves 30 de diciembre, mientras con el mentón apunta a unos banquitos de madera ubicados a la sombra con vistas al hipódromo de la ciudad de Las Piedras, donde en unas horas se correrá la última carrera del año y él celebrará su última misa como sacerdote encargado de la parroquia San Isidro Labrador después de 11 años.

Al párroco le llegaron “los titulares” de una reciente entrevista de Búsqueda con el cardenal Daniel Sturla y cuenta que, al leerlos, se espantó. En esa charla, el arzobispo de Montevideo dice, entre otras cosas, que los parlamentarios católicos que voten la legalización de la eutanasia y el suicidio asistido se autoexcluirán de la Iglesia (Búsqueda No 2.154).

Este cura sabe que lo que dirá no caerá bien a las jerarquías eclesiásticas. Pero decide que también él quiere hacerse escuchar sobre estos temas. Y empieza: “Quien me envió la nota de Búsqueda me puso en el mensaje: ‘Menos mal que hay otra gente en la Iglesia que piensa cosas distintas y no las idioteces que dice el cardenal’”.

Luego de la introducción, avanza rápidamente en su postura. “Parece que estamos en la Edad Media, excomulgando gente… ¿Y yo tengo que condenar, excomulgar (a los legisladores) porque votaron tal o cual ley…?”, dice, mueve la cabeza y resopla: “¿Eso es lo que la gente precisa de la Iglesia hoy?”.

“Yo no quiero que la Iglesia me venga a decir lo que tengo que hacer. Lo que la Iglesia me tiene que mostrar es el mensaje de Jesús… Lo que tiene que hacer la Iglesia es purificarse y acercarse al más pobre, al más débil, al más sufriente para ser más creíble”, continúa el padre, y mira de refilón como midiendo el impacto de lo dicho.

Nacido en San Gregorio de Polanco, localidad de Tacuarembó, Méndez es el decimoprimer hijo —de 12— de un campesino y una lavandera. “Cuando tenía cinco años mataron a mi padre en un altercado y mamá tuvo que asumir lo que venía. A algunos hijos debió mandarlos con familiares y los menores nos vinimos con ella a Montevideo, a una casilla de madera en Instrucciones y Belloni”, relató a El Observador tiempo atrás.

La religiosidad fervorosa le llegó a los 18 años. Fue uno de los responsables de la consolidación del Movimiento Tacurú, entre 1988 y 1999, una obra social gestada hace cuatro décadas con seminaristas salesianos en el barrio Lavalleja. Dentro de ese grupo también estaba Sturla, el hoy arzobispo, junto con otros jóvenes que luego se ordenaron sacerdotes.

Tras su paso por Tacurú, Méndez fundó en 2002 el Proyecto Caqueiro en la localidad fronteriza de Rivera.

En 2008 Méndez pasó a dirigir el Instituto Técnico de Rehabilitación Juvenil (Interj) —el hoy Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (Inisa)— a pedido del entonces presidente Tabaré Vázquez, pero solo duró seis meses en el cargo y se fue “asqueado” de un sistema de reclusión “perverso, enfermo y corrupto”.

Ahora acompañará a la Escuela de Oficios Don Bosco, en Casavalle, y por las tardes visitará el proyecto Minga de Las Piedras, en cuyo predio recibió a Búsqueda, de espaldas a establos donde antes se amontonaba bosta y hoy lucen un salón recreativo y pedagógico, una cocina y un comedor, además de un complejo deportivo en obra.

“Él allá y yo acá”

El padre Mateo intenta una sonrisa, mira al cielo y luego baja la vista a una zona de ranchos de lata y madera, donde algunos fueron ocupando las tierras “a las bravas” y donde solo se puede vivir de una economía informal, dice, más o menos legal, y el olor de un canal ruinoso, lleno de basura solidificada, lo invade todo.

Ahí explica que el microtráfico de drogas pasó hace tiempo a ser una de las pocas actividades “atractivas” para demasiados jóvenes: su manera de conseguir unos pesos, championes y “pilcha” de marca, una novia, una moto, algún respeto. Todo aquello que los jóvenes podrían querer y desean —continúa relatando— está exhibido todo el tiempo en el celular, en la tele y en la vida que pasa alrededor. “No nacieron delincuentes, violadores, drogadictos, borrachos ni alquilando su cuerpo”, suele decir.

La pregunta que queda latente es entonces quién los hizo caer en esos destinos. El sacerdote piensa unos segundos, como si estuviera poniendo al día sus opiniones sobre el tema. “La gurisada que está más complicada con la ley, y con la sociedad toda, actúa con una especie de rabia, de venganza, de odio por no tener, no ser, y mirar cómo todos tienen. Cree que para tener hay que zafar, robar, rapiñar, si es el caso, matar. ‘¿Y por qué yo tengo que ser diferente, sabiendo que cruzando la calle el vecino de enfrente tiene todo? ¿Cómo lo hizo?’ Matando a otros gurises del barrio… ¿Quién se lo explica?”.

Parte de su tarea socioeducativa es esa, dice, es “desprogramar eso que viene de fábrica”, de generaciones familiares y del barrio. Por eso en su rostro aparece una mueca de sutil endurecimiento al preguntarle por las críticas de Sturla, también en Búsqueda, sobre las obras sociales como las que lidera en estos barrios populares de la periferia. A juicio del cardenal, la gente más necesitada recibe allí una ayuda importante, pero no vive la “dimensión espiritual y religiosa” en la Iglesia católica, sino en otras iglesias, como las evangélicas.

“La obra social Tacurú cumple una tarea social impresionante, pero religiosamente no llega”, puso como ejemplo Sturla, y explicó que entre los católicos “se fue más por el lado de la solidaridad, el servicio al otro, el trabajo con los pobres” y “eso está fantástico, siempre y cuando no se corte la relación explícita con Jesucristo, que te salva”.

Quien fuera “la cara visible” del despegue del movimiento Tacurú cambia su expresión por una más amarga: “¡Que en Tacurú no hay religión…! A ver, ¿qué hizo Jesús? Curó, sanó, liberó, repartió, acompañó… Nunca dijo: ‘¡Véngase a mi comunidad que yo…!’. ¡No! ‘¡Vengan con nosotros, hay mucho para hacer!’. Y nosotros tenemos que volver a lo simple, a lo sencillo… Porque, por más que se la decoren, la gente no es tonta: si vos no te remangás, si vos no estás cerca, si vos no hacés nada…, no alcanza”, replica Méndez.

Según su experiencia, la gente no quiere que le hablen de Dios sino que se lo muestren. “La gente hoy necesita saber qué hacer con una lesbiana, con un trans, con un homosexual, con un borracho, con una prostituta, con un drogadicto, con un vago, con un violador… ¿Cómo actúo con ellos? ¿Cómo lo hago con esperanza, amor y fe mientras los de siempre siguen esperando un tiempo nuevo y mejor? ¿Qué más querés sacarles?”, se pregunta.

‘¡Ah, pero vos no venís a misa…!’. ¡Vos no te vas a salvar porque reces misa todos los días!”, remata con ironía.

Méndez pide a su comunidad que se sincere. Dice que es necesario que la Iglesia se pregunta, de verdad, por qué se alejó de la gente. “¡Tengamos conciencia crítica! ¿Cuál es la verdadera causa por la que hoy la gente no va a las celebraciones y no participa de las misas? ¿No será por esa cosa repetitiva, mecánica, aburrida, desgastada —que me perdonen— que ni el propio que está celebrando está creyendo en lo que está diciendo?”.

Por el contrario, recuerda que durante la última celebración por Noche Nueva que él ofició “se llenó de fieles la plaza” de Las Piedras. “¡Fue un pueblo! ¿Por qué? Porque es posible una Iglesia distinta a la que estamos acostumbrados, que es de otra época y no sé de quién. Aunque, por supuesto, más de uno se fue rascando…”, añade en tono socarrón.

En esa misa el párroco dijo: “¡Ojo con administrar la religión como un negocio, en grupos selectos y acomodados! Que la sucesión de las dinastías también se da en Uruguay, ‘el yo me voy pero queda el otro que es de los nuestros…’”.

Para este sacerdote no es nuevo que lo tilden de “izquierdoso”, lo que, según sus críticos, se manifiesta sobre todo en las homilías, donde suele hablar de temas más terrenales que celestiales. Méndez dice que todo eso lo tiene sin cuidado. “Para mí el Evangelio siempre es incómodo, lo demás son lindos discursos. Cuando la gente escucha el Evangelio se pregunta: ¿Y esto para qué me sirve? ¡No me digas lo que tengo que hacer! ¡Mostrame lo que hacés vos! Y yo, viéndote, diré: ‘La pucha, me gusta; este tipo dice lo que hace, no juega para la tribuna’”.

El padre Mateo dice que no busca ningún cargo, ni tampoco lucimiento por haber fundado “Tacurú, el Caqueiro y Minga”. Asegura que simplemente trabaja con un equipo por una misma causa, que es la causa de Jesús”.

A su relación con Sturla la resume en pocas palabras: es “simple” y distante. “Él allá y yo acá”.

“Nadie sale bien de ahí”

Según Sturla, la Iglesia católica tiene una relación más “fluida” con el actual gobierno, si bien destacó que la institución mantuvo buenos vínculos con todas las administraciones. En efecto, puso como ejemplo el hecho de que el Ministerio de Desarrollo Social hubiera llamado en la primera administración del Frente Amplio a Méndez para dirigir lo que hoy es el Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (Inisa).

El padre Mateo duró muy poco en esa dependencia oficial, apenas medio año. Primero dice que se dieron “diferencias pedagógicas” y luego reconoce que salió “asqueado” de “un sistema perverso, enfermo y corrupto”.

Hoy el monopolio de los menores infractores lo tiene el Inisa, que preside la cabildante Rosanna de Olivera, pero, según cuenta el cura, aunque las siglas y las autoridades cambien, sus problemas de fondo se mantienen, empeoran. “El Inisa no es el modelo, no educa a nadie, ya es arcaico, desastroso. Nadie sale bien de ahí”.

Ocurre que estos jóvenes pobres meten miedo a muchos, mala conciencia a otros, presionan a otros más, y entonces —sigue— algunos prometen medidas “drásticas y contundentes”, mayor represión para “terminar con el malandraje”, como planteó en campaña electoral el hoy senador y conductor de Cabildo Abierto, Guido Manini Ríos.

“¿Qué hemos hecho como sociedad uruguaya para que esto que está diciendo este hombre (por Manini) se llegue a asumir como un hecho posible y que vaya a cambiar la realidad? ¿Realmente ya hemos agotado todas las vías?”, plantea Méndez.

También rechaza las iniciativas políticas de endurecimiento de penas porque está convencido de que no conducen a nada bueno para la sociedad.

“La única respuesta no puede ser más represión, más cárceles, más sanciones. La apuesta debe ser preventiva, y ahí entra la educación. La represión no educa ni dignifica, la violencia engendra más de lo mismo”, afirma.

Opina que la atención de los adolescentes infractores debe estar por fuera del ámbito estatal, que hay que habilitar a los privados para atender a los menores que delinquen. Cree que es necesario “aprobar una ley que habilite a los privados a atender a esos menores”, y para eso, el primer paso es “perder la desconfianza”.

“¿Y no está arraigada en la izquierda esa desconfianza con el privado, que es de donde usted viene?”, le planteó el periodista Leonardo Haberkorn días atrás en el programa Desayunos informales, de Canal 12. “Habrá que preguntarle a la izquierda”, se atajó el cura, “y si es así, bueno, que la izquierda cambie el chip”.

Consultado por Búsqueda sobre esos dichos, completa su idea: “Tenemos que trabajar juntos el Estado y el privado. ¿Por qué no? El Estado ya no es el gran papá que tiene que solucionar todos los problemas, eso es historia. ¡Si además sabemos que hay problemas que no los va a solucionar el Estado! Pero ¡claro!, ¡es mucho más tranquilo aumentar el donativo público, el asistencialismo que solo recurre a papá Estado a cambio de nada o de muy poco!”.

Por eso pide “un gran acuerdo nacional multipartidario”, para diseñar “una política de Estado con foco en el trabajo preventivo con las poblaciones marginales más jóvenes, que es también “por donde más crece Uruguay”. Uno de cada cinco menores de edad está por debajo de la línea de pobreza, según datos oficiales, aunque cuando la medición se hace por debajo de los 14 años la cantidad de niños pobres se acerca al 50%, lo que para Méndez es “una bomba de tiempo” para el país.

“¿Cómo atendemos ese crecimiento de la población marginal? ¿Con cárceles más grandes? ¿Con más policías? ¿Con más penas?”, cuestiona.

El sacerdote responde a eso con más preguntas. La primera es si con este esquema de mayor represión “realmente” los gobernantes quieren sacar a los pobres de esta condición y pasar a “una sociedad más cohesionada, organizada y digna o menos humillante”. La segunda es si, queriendo hacer eso, están dispuestos a tomar medidas que podrían lesionar eventualmente sus intereses, como los votos. Porque este drama material es también, y sobre todo, dice, “un drama moral”.

“¿A los uruguayos de verdad nos importan estos niños y adolescentes? ¿O zafamos de esa pregunta, curamos la conciencia con limosnas y prebendas y que sigan igual que siempre?”, agrega, y mira a su alrededor como para dar a entender que ya había dicho lo suficiente.

Un Jesús morocho”

Son las siete y media pasadas de la tarde del jueves y comienza la última celebración oficiada por el padre Méndez como párroco de la ciudad que lo vio ordenarse sacerdote en 1973. La misa es transmitida por Facebook y el canal de la parroquia, como todas desde que empezó la pandemia, vía streaming.

Leo lleva una camiseta alternativa de Peñarol, tatuajes, jeans gastados, gorra y championes, la mirada escurridiza. Tiene veintipico y una hija de ocho meses, que observa desde el cochecito que custodia su madre. Leo siempre quiso “tener familia”, pero para él proyectar eso era “bastante complicado”. Creció en una familia de 11 hermanos, varios presos, adictos, uno muerto en la cárcel, otros “apechugando” como hizo él; siempre agradecido al hombre (por Méndez), dice, y fuga la mirada

Leo es uno de los primeros “gurises del barrio” que se acercó al proyecto Minga; hoy son 200, y en total, pasaron más de 500. Primero por un refuerzo y un vaso de leche. Luego para charlar, hacer deberes y preparar los exámenes junto con un grupo de docentes voluntarios y trabajadores sociales. Y también para jugar al fútbol y pasar el rato.

Otros gurises del barrio ven que el destino de Leo empieza a resultar atractivo: trabajar, tener familia, alternativa. “Como dice Mateo, cada adolescente que ahora está intentando hacer los deberes en el Minga es un delincuente menos en las calles”, dice John Díaz Cortés, educador y coordinador de la obra, que conoce estas calles de memoria y trabaja hombro con hombro con el cura. “Hoy tenemos un Cecap (Centro Educativo de Capacitación y Producción) en convenio con el MEC para terminar el ciclo básico; hay jóvenes en bachillerato y en la Universidad. Pero en el camino, también, dos asesinados, varios en las cárceles, otros volviendo a lo de siempre, “esto no es matemática”.

“Cuando preguntamos por qué vienen, al principio te dicen que ‘a comer’. Pero cuando descubren que acá no va el insulto, la prepotencia, el empujón, el ironizar por cómo vas vestido, ahí cambia la cosa… Van sintiendo ese gustito, afecto. Sin embargo, cuando salen aparece una especie de orfandad en un mundo que es tremendamente competitivo y muchas veces clasista y racista”, completa el cura. Y asegura que salir a buscar empleo es lo más difícil, que pesa el dónde vivís, qué antecedentes tenés, el porte de cara.

“¡Hay que sacarse las caretas! A muchos empresarios no les interesa trabajar con el pobrerío de la periferia por miedo a que mañana los roben. Esas ideas están instaladas”, insiste.

Méndez sostiene que para tratar con estas poblaciones hay que “ser exigente, disciplinado y amar al prójimo”. Aunque reconoce que puede sonar “arcaico”, asegura que sin amor no es posible darles “alta autoestima y oportunidades” a los jóvenes. Ese nivel de acercamiento, cuenta, requiere “bancarse sus olores, su historia”.

“Cuando a esa pobreza se mira desde afuera es una cosa, pero otra es adentro. Desde una casa sin servicios básicos y un trabajo sin papeles y un hijo sin futuro cuesta creer que todo eso pueda dejar de heredarse”, dice.

Una de las polémicas que causó mayor revuelo en la comunidad religiosa pedrense que asiste a la parroquia fue la decisión tomada por el padre Méndez de cambiar la imagen tradicional del Cristo crucificado que presidía el altar por una figura de madera tallada a mano encargada por el cura a un artesano local. Se trata de un Cristo más bien retacón, con rasgos aindiados. “Un Jesús morocho, vivo y latinoamericano, como la mayoría de los pobres del continente”, dice el sacerdote, y ahí se detiene.

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