En 1961, el sociólogo Erving Goffman comenzó a
hablar de “instituciones totales” para referirse a “un lugar de
residencia o trabajo, donde un gran número de individuos en igual
situación, aislados de la sociedad por un período apreciable de tiempo,
comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente”.
Los lugares donde se forman militares y sacerdotes, entre otros, son
instituciones totales, por lo que también es común referirse a las
fuerzas armadas y algunas organizaciones religiosas como instituciones
totales. Comparten una estructura altamente jerárquica, un gran control
sobre las relaciones de sus integrantes con el resto de la sociedad y
una tendencia a oscurecer su funcionamiento interno.
Ayer, Joseph Ratzinger pidió nuevamente perdón por los abusos sexuales
cometidos durante su período al frente de la iglesia católica como
Benedicto XVI. Fue más inexacto, en cambio, sobre sus responsabilidades
directas en el encubrimiento de sacerdotes abusadores cuando era
arzobispo de Múnich, entre 1977 y 1982. Ayer también fue
condenado a ocho años de penitenciaría un sacerdote uruguayo por abusar
de menores entre 2014 y 2019, cuando era vicario de la Catedral de
Minas.
Los eventos llaman la atención sobre el largo camino que todavía debe
recorrer la iglesia católica, aquí y en otras partes, para reconocer y
reparar a los cientos de miles de víctimas de abuso, a pesar de las declaraciones de sus máximas autoridades en este sentido.
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