Eduardo, he leído de un tirón el testimonio de vuestra compañera de comunidad, marcada profundamente por el testimonio vital, que ella ha podido acompañar, de Orlando.
Hay personas que
pasan por tu vida que, al final, cuando se marchan, piensas que has
tenido alguien excepcional a tu lado y no has sabido aprovechar todo lo
bueno que tenía.
Hay otras personas con quienes convives y
sabes desde el principio hasta el final que son hombres o mujeres
plenas, llenas de fuerza, de solidaridad, de alegría, de ternura. Cuando
repasas tu vida a su lado sientes que te han dejado un sello indeleble,
un tatuaje que te es imposible borrar. Y además no quieres.
Yo
he tenido varias personas en ese sentido. Una, mi hermana y amiga
Concha, dominica, que marcó el inicio de la comunidad, con quien
vivimos, compartimos, luchamos, nos formamos, visitamos El Salvador,
Nicaragua...
Otras mujeres y hombres del mundo de la
solidaridad. Mi amigo y hermano Ángel Arnáiz, dominico, con el que viví
los avatares de la Nicaragua sandinista, cuando era una verdadera
revolución y que luego marchó al Salvador con una comunidad de
refugiados y que es un ejemplo para los campesinos del país. Mi querido e
inolvidable Pedro Casaldáliga, hermano, amigo, poeta, profeta...
cercano, humilde, fiel, místico, contemplativo, hombre de frontera y
tantas cosas más que nunca le definirán del todo.
Tiene razón
la compañera cuando dice que la muerte no ha podido con el amor de
Orlando, de estas personas, de otras muchas que cada día pasean por el
mundo, en especial, junto a los más vulnerables y marginados. Estas
personas son las que valen la pena, las que nos ayudan a seguir creyendo
en el ser humano.
Un gran abrazo.
Miguel Ángel Mesa Bouzas
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