Agudizar el oído, Jesús sigue llamándonos.
Esta parábola ha dado
lugar a muchas críticas, porque han tratado a los seguidores de Jesús de
animales estúpidos, comparándonos con ovejas estúpidas. Sabemos que no es así,
ni la oveja es estúpida ni el pastor es el que manda en ellas. Este Evangelio
nos habla de la voz del pastor, del pastor que va adelante y las ovejas lo
siguen porque conocen su voz, y conocen lo que significa que él vaya adelante,
guiando e iluminando con su voz. El ama a las ovejas, las cuida. Las mantiene
unidas, si una se extravía deja a las demás y la va a buscar y la carga sobre
sus hombros.
Solo el que se sabe
amado de verdad permanece.
Jesús dice: Yo soy la
puerta, si uno entra por mi estará a salvo. Él es la salvación, y nadie va al
Padre si no es por Jesús. Él es nuestra puerta para la vida eterna. Esa vida en
abundancia de amor. De cercanía eterna con el amado, amante.
De niña
muy chica tuve la hermosa experiencia del pastoreo de mi abuelo materno. Él era
“guardia rural” lo que equivale a un veterinario autodidacta. Y en muchas
oportunidades pude acompañarlo a pastorear ovejas, y sentir ese cariño que él
tenia por los animales y cómo ellas lo seguían adonde fuera. Las traían cuando
estaban enfermas a la puerta de su casa en el pueblo y les daba unos
preparados que hacía a través de una manguerita y un embudo puesto en la nariz
de la oveja. Y también cuando alguna herida se pudría las curaba con “azul de
metileno” para que cicatrizara y muchas veces le sostenía la pata mientras
tanto.
También
lo vi en alguna noche de invierno, temporal, en la madrugada acompañar al dueño
del campo a ayudar a una oveja que estaba complicada en el parto. Se ponía unas
botas de goma muy largas y un abrigo, su maletín y marchaba para ayudar a nacer
un corderito. Y volvía feliz ya día claro, y mi abuela le preparaba la leche
caliente al lado del fogón a leña, y se enojaba cuando mi abuelo le decía que
no había cobrado por ayudar a la ovejita a parir.
Nunca
lo vi en la iglesia, ni nunca lo escuché hablar de Dios.
(después
recibíamos bolsas de alimentos a fin de año en agradecimiento).
Imaginen, ese era mi
abuelo. Un hombre de buen corazón y que amaba a las ovejas que le tocaba
cuidar. Pero un hombre. Ni podemos imaginar lo que hace Jesús por nosotros. Con
un amor incondicional. Y nosotros le fallamos muchas veces, pero Él nos conoce y
nos ama con misericordia infinita.
El amor de mi abuelo era
incondicional, sin embargo se alegraba con ayudar a venir al mundo al corderito
o en guiar a su rebaño hacia el mejor pasto, o cuando las curaba y ni siquiera
cobraba, siendo que éramos muy pobres. Era otra su recompensa.
Por eso nunca me gustó
la comparación con la oveja estúpida, sino con el animal tierno que conoce la
voz del que la ama y la cuida y por eso lo sigue.
Hoy más que nunca el
mundo nos necesita, que demos ejemplo y testimonio de seguidores de Jesús,
llenos del Espíritu del Pastor Bueno, que es cercano, que crea la mutua
escucha, el respeto reciproco y el diálogo en toda ocasión que se nos presenta
para seguir construyendo una sociedad más humanizada y una comunidad más
fraterna.
Y agudizar el oído
porque Jesús nos sigue llamando cada día, y nos espera amando y cuidando,
incondicionalmente. No nos cobra nada, como mi abuelo, su felicidad está en el
encuentro verdadero con Él.
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