El que dé de beber aunque sea un vaso de agua fresca dice este evangelio, y sí, parece poco pero si realmente vemos el rostro del sediento en verano, cuando pasan por nuestras calles, los pies sucios y cansados de andar y andar buscando alimento para sí y para llevar a la casa, nos tenemos que conmover, Jesús se compadeció de la multitud que no tenía para comer y multiplicó los panes, pero también dijo:_ ahora denles ustedes de comer., nosotros.
Hace
dos veranos atrás, estaba regando las plantas y un muchacho me pidió agua, era
un día de mucho calor. Le llené una botellita de medio litro con agua y le di,
su mirada de agradecimiento y el disfrute al beber, me llenó de amor, y a partir
de ese día durante los veranos, junto a nuestra hija llenamos botellas de agua
y las ponemos en la heladera, y cada vez que alguien nos pide, les damos agua
fresca. Es lo mínimo que alguien puede hacer por alguien.
Ahora
estamos en crisis y hay que comprar agua. Ayer mi hija salía del supermercado
y vio a un muchacho que tomaba agua sucia de un charco en la calle, se acercó y
le regalo una de sus botellas que acababa de comprar. Lloro al ver la alegría
de ese muchacho que se fue abrazado a la botella y riendo.
El
amor a Dios tiene nombre y apellido, es nuestro prójimo. No podemos amar a Dios
a quien no vemos si no amamos a nuestro prójimo a quien sí vemos. A lo largo
del día encontramos personas en el camino. Aunque no sepamos sus nombres, pero sí,
vemos sus rostros, tienen una historia y está en nosotros amarlos con ese amor
que nos pide Jesús.
Al
habernos encontrado con Jesús, ya no somos hombres viejos, somos nuevas
criaturas llamados a dar testimonio de la gracia, tener generosidad y vencer la
indiferencia y amar al prójimo.
Ciertamente para el mundo capitalista,
consumista e indiferente, estaremos desperdiciando nuestras vidas, pero en
verdad estaremos ganando vida buena y abundante, conocedores del amor de Jesús.
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